La explosión controlada de color, los sentimientos en el lienzo, el paisaje...t odo dentro de un ritmo apacible, esa es la pintura de María del Carmen Berenguer Marín. Una melillense que se pega de vez en cuando una vuelta por su tierra pero que sienta sus reales en un piso de la calle de otro pintor, don Antonio López, Madrid, cerquita del Manzanares y de la Puerta de Toledo.
Carmen nació en Jaca, hace un puñadillo de años, tiene familia aquí y allá, pero se hizo mujer y artista en Melilla –don Eduardo Morillas la ayudó lo que pudo– pero la gran obra de la Berenguer nació después y se consolidó en compañía de su difunto marido y cómplice, don José Manuel Burgos; como ella, era artista de fino olfato con los pinceles y con sus ‘argumentos’ bien puestos, tela de amigo.
Carmen es hija de Francisco, de San José (Almería), el recordado maestro armero del Tercio Gran Capitán de la Legión –él mismo esculpió el escudo que preside la entrada al acuartelamiento Millán Astray; y de Rosario, nacida en la provincia de Huelva, Riotinto, y aterrizada por mor de aquellos tiempos, en una Melilla que se salvaba por los pelos de los temibles efectos colaterales de la Guerra Civil española.
La pintora conoció necesidades y abundancias pero a todos aquellos menesteres, como hoy por hoy, a los aconteceres de la vida, responde con su mejor arma: su sonrisa. Es, como sus cuadros, transparente, sin engaños, abierta a la amistad, al buen rato, a su familia. Es la Berenguer una mujer sin trincheras, de nada se esconde, que lo pasa bien y lo pasa mal y sonríe.
Casó, ya veterana, con José Manuel Burgos... un señor en el sentido literal de la palabra, señor que supo vivir, supo querer y que supo pintar.
Me regaña la parentela cuando digo que Mari Carmen pinta mejor que pintaba José Manuel; me da igual, que me regañen, que yo sé lo que barrunto y pienso y lo proclamo.
Cuando el trazo es limpio y cuando el sentimiento se traslada a la paleta se crea la magia necesaria para crear una obra de arte. Y María del Carmen sabe hacerlo. Lo hace pensando en un morabito de Zoco El Had, lo hace pensado en una pareja de la Guardia Civil caminera, allá por los valles del Guadalhorce, se mira a sí misma, situándose en una ribera mediterránea pintando, a finales del siglo XVII o sueña una marina, puede ser ella misma. Es cuestión de estado de ánimos y de fiebre pintora.
María del Carmen Berenguer está en Madrid y está en Melilla, es omnipresente porque traza con sus pinceles lazos de proximidad y afecto.
Probablemente algún día, cuando a ella le dé la gana –porque tiene sus bemoles la moza– exponga en Melilla sus auténticas maravillas creativas. Esa Berenguer tiene mucho que ofrecer como pintora y como ser humano. Es una señora hermosa, coqueta y responsable, madre de otro bellezón, Lorena Burgos, o sea, es una especie en peligro de extinción que no hay que perder de vista. Fue amiga y colaboradora de un señor admirable y llorado, don Ángel Morán. Bienvenida a las paredes de nuestras casas y a nuestros corazones, doña María del Carmen Berenguer Marín.