La pandemia nos quitó la venda de los ojos. El coronavirus nos demostró que es cierta esa sensación de injusticia que sentimos muchas familias españolas de clase media cuando pagamos cada año a Hacienda nuestros impuestos con el convencimiento de que hacemos lo correcto, pero también con la certeza de que entregamos a la hucha común más de lo que podemos permitirnos y, a cambio, recibimos servicios públicos deficitarios.
Y eso se nota sobre todo en sanidad, educación y justicia, donde la calidad del servicio que se presta es cuestionable, no porque lo presten profesionales ineptos sino y, sobre todo, porque falta personal y eso hace que las ratios se disparen en las aulas y en la Atención Primaria y que las listas de espera sean largas, lentas e indecentes.
Si usted paga sus impuestos con puntualidad, lo justo sería que recibiera atención médica de calidad y que no tuviera que hacer cola para ver un especialista o para operarse; que su hijo pueda ir a un aula donde los niños no estén como piojos en costura y si, además, usted interpone un recurso judicial, lo normal debería ser no tener que esperar dos años, tres y hasta cuatro años a que lo resuelva el Supremo. No nos están regalando nada. Lo estamos pagando con nuestros impuestos.
En esto pasa como con los seguros: los pagas puntualmente, nunca das un parte, pero cuando los necesitas, siempre te dan menos de lo que esperas. Con los servicios públicos, lo mismo. Nunca te enfermas y cuando te falla la salud, te das cuenta de que el sablazo que te pega Hacienda cada mes de junio ni está ni se le espera, especialmente en la sanidad pública de Melilla.
Lo comprobaron muchos de los españoles que se contagiaron de covid durante la pandemia. Los pioneros que estrenaron la cepa de Wuhan se encontraron los hospitales colapsados y el sistema sanitario en modo pánico. Los médicos lo dieron todo, hasta su salud, creyendo que iba a ser una sola ola. Pero han sido seis y no les han subido los sueldos, continúan con contratos precarios y, además, ya nadie les aplaude por las noches.
Muchos contagiados de covid ni siquiera fueron diagnosticados en la primera ola porque no les hicieron caso cuando llamaron para decir que se sentían mal. Pasaron la enfermedad en casa sin que conste en su historial médico que sufrieron el ataque de un virus letal.
Recuerdo que hubo momentos, al inicio de la pandemia, en que los hospitales decidían para quién era una cama en la UCI en dependencia de la esperanza de vida, la edad o la gravedad de la situación. En esos casos dio igual qué impuesto pagaba quién.
Al final de la sexta ola, los españoles contagiados con Ómicron volvieron a darse de bruces con la realidad: no podían acudir a su médico de cabecera porque no había cita porque todos estábamos contagiados; ni siquiera podían pedirse la baja laboral. Los médicos de Atención Primaria no daban abasto.
Pero la pandemia pasó y seguimos con esos mismos problemas en los centros de salud de Melilla. Sin embargo, la precariedad no se refleja en las reclamaciones de los usuarios. Muchos se quejan en la cola, pero son pocos los que registran su descontento.
Este año, por ejemplo, Atención Primaria solo ha recibido 98 reclamaciones en Melilla. Es el dato más alto desde que empezó la pandemia. Fíjense, aún estamos en noviembre y ya hemos superado la cifra de todo 2021 (63) y 2020 (72).
Pero no estamos todavía en niveles prepandemia. En 2019 se registraron en Melilla 177 reclamaciones a la Atención Primaria; 141 en 2018 y 132 en 2017. Iba en aumento hasta que llegó el covid y frenó en seco.
Por eso digo que este año solo se han registrado 98 reclamaciones. No sé cómo es posible que con las cosas que se ven en los centros de salud de la ciudad la gente se queje tan poco. Estoy convencida de que se debe a que, como ya he dicho en alguna ocasión, tenemos el umbral del dolor muy alto. Todos los maltratos nos parecen poco.
En Melilla te hacen una mamografía en verano y en otoño aún no sabes cuál ha sido el resultado. De eso hablamos cuando hablamos de precariedad en los servicios públicos. Aquí debes intuir que si no te llama tu médico de cabecera es porque todo está bien. ¿Pero qué pasa si falla el sistema y nadie te avisa de que hay algo mal en tu mamografía?
Eso, en mi opinión, podría explicar por qué en Melilla somos de las autonomías donde menos mamografías se hacen. Si te la haces y no te dan el resultado, ¿para qué sirve? Eso hay que resolverlo. La gente tiene que saber inmediatamente qué resultado ha dado la prueba que se hace.
El lunes, en el Hospital Comarcal vi y escuché a un grupo de personas esperando en la cola de las citas médicas para preguntar por consultas con el especialista que habían sido encargadas desde verano. Todos decían lo mismo: no me han llamado o cuando me llamaron no pude coger y no me repitieron la llamada. Te quedas con el cargo de conciencia de que no tienes la cita médica porque no cogiste el teléfono a tiempo.
¿Se imaginan tener que esperar tres meses para hacerse una prueba y que cuando se pida la cita le digan que no se la pueden dar porque usted está en lista de espera? Pues eso está pasando en Melilla.
Y sí, estamos en lista de espera, pero Hacienda se cobra puntualmente nuestros impuestos en verano y en otoño, cuando se fraccionan los pagos para que el sablazo no nos deje sin vacaciones. Nosotros cumplimos, pero los servicios públicos no cumplen con nosotros.
Eso se queda en agua de borrajas si usted no pone una reclamación por el mal servicio que recibe a cambio de su contribución al estado de bienestar. Si callamos, esto cada vez se deteriora más. Creo que es una de las causas de nuestra situación actual.
En definitiva, tenemos una sanidad pública deficitaria, pero la privada tampoco es que esté para tirar cohetes: nos llegan quejas de que hay especialistas, como el traumatólogo, que viene a Melilla cada 15 días o que no hay citas para el dermatólogo.
Estamos lejos de la península y no me refiero sólo a la distancia geográfica. Estamos lejos del Estado de Bienestar. Lo reconoce el propio Plan Estratégico Integral del Gobierno central que, por fin, dice que el Área Sanitaria de Melilla será declarada de difícil desempeño.
Eso significa que los médicos que decidan venir a trabajar a Melilla, cobrarán incentivos. Pero me temo que eso no es suficiente. Necesitamos profesionales bien pagados, pero también con sensibilidad y empatía con los pacientes. Necesitamos, además, sindicatos que peleen para que sus médicos no trabajen con la presión de saber que sólo les permiten dedicar 5 minutos por paciente.
Esto no puede seguir siendo una maratón. Nadie quiere pasarse toda la jornada laboral con la sensación de que está haciendo la mili. Los melillenses merecemos una sanidad distinta y obviamente para eso hay que pagar impuestos, pero lo que pagamos debe revertirse en los servicios que recibimos. Es de justicia.