Ya existía un antecedente. Braulio León falleció el 12 de mayo de 1997. Poco después su hija, la escritora y docente, Encarna León escribió y publicó un precioso y dolorido libro de versos titulado ... “Y te vas al padre” (Ediciones Torremozas 1998). “No lloraba, tal vez porque mis lágrimas se iban transformando en frases, palabras y versos...”. Ahora estas contenidas lágrimas ya son parte de otro libro, La lluvia que me habita (GEEPP Ediciones 2019), donde es de nuevo, veintitantos años después, el padre un delicado protagonista que, además, es en parte coautor del volumen pues sus propios, cortos, versos o pensamientos y algunas fotografías se mezclan con la creación lírica de la autora de quien dice, en el prólogo, José Sarria que “utiliza el recurso memorístico para rebelarse frente al destino, conjurando el extraordinario acontecimiento del regreso a los días dichosos, materializados a la luz de la memoria...”. En la contraportada una sofisticada fotografía y un texto (“A veces los sentimientos/pueden proyectarse sobre las añoranzas”) obra de Braulio León indican que la figura y la obra del padre siguen vivas en el pensamiento y en la existencia de la autora. “Padre, tú eres la piedra”, escribió Vicente Aleixandre. Luego ya, decididamente, todo se convierte en música, en palabras para la eternidad. Y, por estas páginas, van trascurriendo, alegrías y dolores convertidos en memorables frases, en versos rotundos, en ritmo. En el “Pórtico” leemos “Fue hermoso ese tiempo,/aquel que se bordara con fulgores/ azules y siempre acompañaba”. Y, enseguida, la distendida imagen del padre caminando hacia el futuro y bien acompañado, por una alameda al parecer otoñal, fotografía nítida y sorpresiva, “Ha pasado el tiempo y aún sigues en mí/con el pesado letargo de tu nombre”. En la infancia abrigada con el calor bienhechor del padre, con la llama encendida del hogar y del afecto: “Vas y vienes con una constancia de amor renacido...”. Pero el progenitor es sólo una afectuosa disculpa. En el mismo atado de la memoria la autora va a incluir a otros seres cercanos, a aquellas que fueron compañía y presente a su lado, quienes son parte de la eternidad aunque vivan a su lado de forma permanente, los cuales fueron, como escribió Concha Lagos “Unidos al vivir, inseparables…”. Cuando dedica unas páginas “A María, mi madre” nos ofrece un perfecto “Acróstico familiar” (“Mamá ahora que estoy sin tí,/Alumbras mi vida con tu imagen,/Remanso de amor y de dulzura,/Íbamos por caminos de la infancia/Allí donde tu calor llegaba derramado”. Y sigue la pasión de los recuerdos, “Hoy estás en todo cuanto toco..”, el olor y el dolor de lo cercano: “Hoy me vestí de ti...”. Sarria ya advierte que “La historia no es un mero acta notarial de la vida de la escritora, ni una crónica o una simple autobiografía, sino una realidad transubstanciada por el recurso de los recuerdos, de donde van emergiendo imágenes, experiencias, la alquimia de la existencia o el sabor doliente de quien ha sufrido, en el proceso de búsqueda que significa vivir, la travesía de aquellas lejanas islas que habitan suspendidas en el tiempo: en definitiva, un viaje iniciático hacia el interior para universalizar los sentimientos que atraviesan los días y las horas”. Los afectos fraternos suelen ser inmensos, perfectamente implicados en una relación íntima que ni el tiempo es capaz de romper. Aquí, en los versos dedicados “A Loli, mi hermana” hay una infinita dulzura, un recuerdo capaz de saltar por encima de los dolores y los aspectos negativos de la separación: “Nada es igual como cuando/tú estabas toda llena de luz/y tus labios eran música en todas nuestras fiestas”. Además acompaña un pequeño texto de Braulio y una curiosa fotografía triplicando la imagen de la protagonista (“En este cumpleaños tan vacío de ti…”), como formando parte de ese entramado de la eterna memoria, del tiempo colapsado por las ausencias. En “La caricia del viento” Encarna comienza diciendo “He dejado abierto el ventanal por ver/si con la brisa te llegabas a casa” que en el transcurso del poema resuena un grito de amargura un tanto especial: “Espera, no te vayas, no quiero despertar/a este gris destino que se hace océano/y me ahoga y me oprime”. Blanca Sarasua solicitaba “Firmemos un contrato con el tiempo…”. Así parece hacerlo la autora granadina-melillense para, casi egoístamente, tener cerca al menos en la memoria a los suyos. Sigue un delicado poema dedicado “Al abuelo Juan” con esas “Emociones de niña vividas/al calor de un abuelo…”, que tratar de anclar la infancia y la cariño en las páginas del poemario. Y una serie de composiciones, “A mis amigos” o sin epígrafe completan el ejemplar. A Miguel Fernández, poeta melillense de incesante recuerdo, dedica Encarna León ese “Periódico con fecha”: “Era tu nombre abierto en la memoria…”. Aquí y en los siguientes poemas es la verdadera amistad, esa intensa relación de admiración y apoyo, el horizonte abierto de la comprensión y la benevolencia lo que, forma espléndida, nos permite conocer el valor exacto de los seres cercanos, casi íntimos o al menos próximos. A Lola Bartolomé dedica la autora “Te vives en mi sueño” (“Es un dolor muy dulce el que hoy te acompaña…”), para Manuel Rodríguez Vargas es “Thanatos”: “Ya vuelas como pájaro con tañer de campanas,/con mesurados pálpitos por cielos infinitos”. Y “Entorno de amor” es para Lázaro Fernández, “Como ausente y perdida, vuelvo/a pensar en la obra redentora”. Tras un cielo extrañamente dulce de Braulio León, con esas nubes de borrasca en las alturas, el reflejo del intermedio blanco y gris y el horizonte soleado que cae sobre el mundo y una meditación (“Aunque a veces asusten//tormentas, vientos y chaparrones….”), nos llegan dos poemas reflexivos, vivenciales, armónicos, “Paseo incinerado” (“Hay plenitud floral,/desasosiego humano”) y “Nichos de la infancia” donde se anota lo que sucedía, por ejemplo, “cuando el ocio era hallado rutinario”: Dos espléndidas citas cierran el libro de versos de Encarna León, una de Diego Jesús Jiménez, “Si debemos morir, ¿por qué la vida,/sobre cualquier lugar de la memoria,/continúa esperándonos?” y la última del ya citado Miguel Fernández: “…porque tan sólo muere/aquello que ya nunca nos crece en la memoria”.