Tras un mes sin comparecer en esta página con mi habitual sección, algunos de mis lectores quizás se preguntarán dónde he estado. Sencillamente, de baja laboral por algo más molesto que grave aunque tampoco viene a cuento en este artículo entrar en más detalles.
Un mes, que se dice pronto, pero que entre avatares diversos me ha llevado a una especie de distante ensoñación en la que anduve observando nuestra actualidad diaria con un punto mayor de hartazgo y otro tanto de indignación. Lo primero -podrán imaginar el porqué-, guarda relación con esta política bastante chusca y despreciable del todo vale con tal de salvar el cuello y acabar si es posible con el adversario, que en el escenario de nuestra política local adquiere, respecto del contrario y en casi todos los casos, la categoría de exacerbado enemigo.
Lo segundo, la indignación, porque me cuesta acostumbrarme a esa misma política chusca de la que vengo hablando, en la que por valer también vale atacar como siempre al mensajero, aunque sea a costa de criticarle y enmendarle la plana por cosas que nunca se hayan hecho. Me refiero, en mi caso concreto, a la supuesta entrevista que el socialista Muñoz dio por bueno que yo había hecho a Aomar Mohamedi Dudú en el marco de mis colaboraciones con Popular TV, cuando en realidad dicha entrevista no se había llevado a cabo y, por tanto, ni se había emitido ni había melillense alguno que pudiera haberla visto. Aún así, Muñoz me reprochó incluso qué tipo de preguntas según él no había sido capaz de hacer a Dudú, tras tildarme, junto a otros colegas igualmente objeto de sus críticas, de “periodistas ‘avezados’ afectos al régimen Imbroda”.
A los periodistas se nos pide rigor, lógico, pero los políticos patinan y difaman sin el menor pudor y sin molestarse si quiera en pedir excusas. Sólo a petición de parte, en este caso la mía, se prestan a una obligada corrección en la que todo se atribuye a un mero “error”. Bien, en mi caso no habría excusas, ni siquiera para mí propio consuelo, si fuera capaz de inventar, criticar, diseccionar y de paso difamar a un político por unas declaraciones que nunca se hubieran producido.
Cuando jocosamente en mi gremio hablamos de ‘la prensa canalla’, no nos referimos a nosotros mismos como canallas sino más bien al tipo de trabajo tan canalla que tantas veces nos vemos obligados a afrontar. Un trabajo que se vuelve despiadado cuando atiende las necesidades de morbo de los lectores en casos de sucesos; que se torna conflictivo cuando aborda escenarios políticos tan denigrados como el melillense; y que se vuelve ingrato cuando, en medio de horas y horas de trabajo, acabamos convertidos en diana de las frustraciones y fracasos de los políticos de turno.
Como ven no vuelvo entusiasta a esta sección que, por sí misma, viene siendo desde hace décadas el trabajo más difícil pero también el más gratificante de cuantos hago en mi ejercicio como periodista. Vengo cansada de ver como la ‘venganza’ y el enconamiento personal sirven de estandarte para confeccionar un discurso político tan vacío de positivismo como repleto a la vez de resentimiento.
Vengo cansada también por la torpeza de aquellos que, un cuarto de siglo después de lo que fue la auténtica transición democrática de Melilla, siguen queriendo ver en aquellos años convulsos años del 85 al 87, bien una forma de sacar tajada para su rédito electoral, bien un modo de reavivar si es posible el clima de enfrentamiento entre melillenses que se vivió por entonces. Y no me refiero a Aomar Mohamedi Dudú, ni mucho menos, que tras doce años sin volver a Melilla, desde su marcha hace 24 a Marruecos, ha venido como el melillense que es para atender a su madre en unos momentos difíciles, sin menoscabo de que ello le pemita dar su opinión sobre la Melilla actual -tan distinta a la que él abandonó o se vio obligado a abandonar hace ya un cuarto de siglo-, pero sujeta aún a las amenazas de quienes explotan el hecho religioso e identitario como llamada al cierre de filas entre la comunidad musulmana.
Paradójicamente, Dudú, el líder de un movimiento que logró otorgar a los melillenses de origen amazigh sus derechos cívicos más fundamentales, es hoy un hombre sin carné de identidad, cuando él era de los pocos privilegiados a los que no afectaba la torpe Ley de Extranjería que el PSOE y Gobierno de Felipe González pretendieron aplicar a unos melillenses que, en muchísimos casos, no eran otra cosa que melillenses y, por tanto, españoles, cuando no ciudadanos con un histórico y antiguo arraigo en nuestra ciudad que, igualmente, les hacía acreedores de la condición de españoles.
Un cuarto de siglo después, algunos aún no han sido capaces de interiorizar el alcance de ese movimiento y de sus bondades particulares para los melillenses que se beneficiaron del mismo, así como de sus positivos efectos generales para el conjunto de una ciudad que en ningún caso podría haber persistido con esa situación de opresión y falta de garantías jurídicas y de cualquier tipo para casi la mitad de su población.
Hurgar en la yaga, llamar torpemente traidor a Dudú como hace Dionisio Muñoz, atribuir su retorno a una maniobra del PP, como si los populares hubieran programado la grave enfermedad de la madre del exlíder musulmán de Melilla, sí que es una chusca y abominable estrategia electoral que, como digo, me cansa, me indigna y me demuestra el riesgo de involución que suponen para Melilla algunos de nuestros políticos locales.