No es algo ocasional, sino una certeza, que el ataque terrorista contra la sala de conciertos moscovita Crocus City Hall (22/III/24), demuestra una amenaza persistente contra la que no cuentan los conflictos bélicos, como el emprendido por el Estado de Israel en Gaza, ni la escasez de recursos en la lucha antiterrorista como el desatado por Occidente y la Federación de Rusia en favor de la invasión de Ucrania.
Mientras, Rusia y Ucrania no han tardado en culparse uno a otro de ser actores terroristas durante estos trechos del lance, el terrorismo ha ido acaparando vigor y tejemanejes hasta mostrarse con todo su ímpeto en el ataque de Moscú, el más letal perpetrado en tierra europea desde los atentados del 11/III/2004 en Madrid, de los que recientemente se han cumplido veinte años de su conmemoración.
Fueran cuales fuesen los motivos determinantes del atentado ejecutado en la capital rusa, este hecho inhumano rotula a todas luces que el terrorismo islamista continúa siendo la punta del iceberg para la seguridad internacional. No obstante, la militarización y el movimiento de armamento procedente de la crisis de Ucrania, polarizan las demandas destinadas a la lucha antiterrorista y esto ha precipitado la vulnerabilidad en Europa. Aunque el Kremlin exteriorice su dedo delator avistando a Ucrania, la única reivindicación es la verificada por una rama del Estado Islámico. Este grupo salafista (ISIS-K) no sólo no se eclipsó en la década pasada tras su fiasco en la República Árabe Siria, sino que se ha robustecido en la retaguardia de Rusia. Es decir, en la República Islámica de Pakistán, el Emirato Islámico de Afganistán y el Asia Central ex soviética.
Y es que, el islamismo radical ha sido manejado al gusto de muchos en lo que ha transitado del siglo XXI y las postrimerías del XX, por alicientes geopolíticos, como aconteció con Estados Unidos y el movimiento muyahidín en Afganistán contra la Unión Soviética; o en los flirteos de Washington con el ISIS en Siria en contra del régimen de Bashar Háfez al-Ássad (1965-58 años); o por Israel con la organización política y paramilitar palestina que se declara yihadista, nacionalista e islamista, Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica), para apartar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de Gaza.
Ni que decir tiene, que Rusia transformó la Guerra de Chechenia (7-VIII-1999/16-IV-2009) por su independencia en una conflagración contra el integrismo yihadista, amplificación de las hostilidades que en aquellos momentos los islamistas desplegaban en Oriente Medio. En concreto, desde la República de Iraq hasta Afganistán.
Lo cierto es, que la boa termina aumentando su tamaño y lanzándose contra su amo, como sucedió con el movimiento talibán condimentado en las madrasas de Pakistán, entre los hijos de los muyahidín afganos fugados de Afganistán, o el Estado Islámico que finalmente optó por atacar a los norteamericanos en Siria y el Kurdistán iraquí y a los rusos que respaldaban a al-Ássad.
“La réplica del Kremlin a este último atentado ha sido encrespada de quien elige encubrir sus deslices en el tema de la seguridad nacional, instrumentalizando el ataque en una realidad discordante a la complejidad que rodea el yihadismo como es la guerra de Ucrania”
En paralelo, la guerra de Israel en Gaza da la sensación de reavivar la incursión contra el yihadismo, tras la matanza producida en territorio israelí el 7/X/2023 a manos de milicianos de Hamás. Con todo, esta escabechina que redobla los moldes del terrorismo islámico más sanguinario, posee exaltaciones políticas territoriales. O séase, la lucha contra la tiranía israelí en los espacios palestinos y no obedece al advenimiento de la yihad global encabezada por Al Qaeda o el ISIS-Dáesh. Y entretanto, Rusia aparece como uno de los estados que más se ha comprometido en la lucha contra el yihadismo, desde la Guerra de Chechenia a las campañas en apoyo de los Gobiernos de Tayikistán, Kirguistán o Uzbekistán.
Desde entonces, objetivos dianas en lugares emblemáticos como San Petersburgo o Moscú, han sido una constante caprichosa en las arremetidas yihadistas, varias de ellas encadenadas al ISIS e incluso al ISIS-K, que como antes he citado se ha adjudicado la matanza del Crocus City Hall.
La réplica del Kremlin a este último atentado ha sido encrespada de quien elige encubrir sus deslices en el tema de la seguridad nacional, instrumentalizando el ataque en una realidad discordante a la complejidad que rodea el yihadismo como es la guerra de Ucrania. La cúpula de poder rusa hace hincapié en que no se advierte una teoría específica sobre la autoría. Sin embargo, las pruebas son clarividentes, puesto que el ISIS-K ha divulgado imágenes de la masacre tomadas por los propios terroristas mientras la consumaban.
El mismo Vladímir Vladímirovich Putin (1952-71 años) insinuó que los terroristas, en su fuga, lo realizaron en dirección a Ucrania, donde quizás podrían tener algún respaldo para atravesar los límites fronterizos. El mandatario ruso no culpó claramente a Ucrania de estar detrás del atentado, como los medios occidentales repiten que lo hizo, pero se valió del juego de palabras para dejar sobrevolando las conjeturas.
En manifestaciones previsoras de la portavoz de Exteriores, María Vladímirovna Zajárova (1975-48 años), cargó contra Washington de pretender solaparse a sí mismo y a sus pupilos en Kiev, con la suposición del ISIS como los ejecutores del atentado. Zajárova trajo a la memoria que Estados Unidos defendió a los muyahidín afganos contra la URSS en la década de los ochenta. Según la representante de Exteriores, en este momento Washington podría estar intentando lo mismo con su “patrocinio” del terrorismo ucraniano, con miles de millones de dólares circulando, “una cantidad sin precedentes de armas”, su reto por remediar por la fuerza el conflicto entre Kiev y Moscú y con “el apoyo informativo y político masivo a cualquier acción, incluso la más atroz”, de Volodímir Oleksándrovich Zelenski (1978-46 años).
Para Zajárova, el aparecimiento de una sucesión de grupos terroristas islámicos en Oriente Medio es el resultado de la intromisión de Estados Unidos en esta demarcación. Es por ello, que en opinión de algunos analistas, los recelos inoculados por el Kremlin sobre la autoría del ataque, valdrán para fundamentar una mayor represión de la disidencia habida en Rusia. Además, el régimen echa mano de estos acontecimientos puntuales para amplificar todavía más su control del poder, atenazar a la sociedad e iniciar otras acometidas contra sus vecinos.
En cambio, para otros, al derivar el interés hacia Ucrania, lo que intenta el Kremlin es enmascarar, o si acaso, disfrazar, sus desaciertos de seguridad, sobre todo, después de que el 8/III/2024 el Departamento de Estado de Estados Unidos pusiera al corriente a Moscú de que se estaba aparejando un posible atentado en esta ciudad, y que su procedencia se encontraba precisamente en la rama del Estado Islámico con base en Afganistán.
Pero entre los días 15 y 17 de ese mismo mes, Rusia celebraba las elecciones presidenciales en las que Putin nuevamente ambicionaba hacerse con las riendas del poder. El mismo líder ruso menospreció estas indagaciones estadounidenses como una tentativa de entorpecer el proceso electoral. Obviamente, la atmósfera de escepticismo y rivalidad que define las relaciones entre Washington y Moscú por la guerra de Ucrania, aquellas informaciones se tildaron por el mandatario ruso que las contempló como una provocación en toda regla.
Luego, la política se metió en un puño y los esfuerzos de seguridad se consagraron única y exclusivamente a blindar las elecciones. Más tarde, se suavizó la vigilancia y ésta pasó nuevamente a estar concentrada en la guerra en Ucrania. De este modo, los terroristas disponían del terreno propicio a sus anchas, más aún cuando la oscilación de reclutamientos provenientes de Asia Central y contornos asiáticos de Rusia son persistentes desde que empezó la invasión de Ucrania.
Dicho esto, el Estado Islámico del Gran Jorasán, también conocido como ISIS-K, es una organización militar salafista yihadista, rama del grupo Estado Islámico, que adquiere su nacimiento en Afganistán hacia el año 2014, dividido de algunos de los grupos talibanes más intransigentes. Pronto, tras el revés sufrido del Estado Islámico en Siria, el ISIS-K se erigió en uno de los grupos yihadistas más virulentos y con atrevimiento para operar más allá de Asia Central.
A día de hoy, alimentado y sostenido por ex combatientes del ISIS en Siria, componentes centroasiáticos de repúblicas ex soviéticas como Tayikistán, chechenes desacordes al clan Karírov que conduce Chechenia bajo el paraguas de Moscú y afganos antes agregados a las fuerzas talibanes, el ISIS-K se aventuró por el terrorismo extremado y la compulsión de la estricta sharía.
En base a lo anterior, no sólo las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, igualmente los Servicios de Inteligencia españoles, encajan en basarse tajantemente que la intimidación yihadista es más elevada que antes. La tesis se encuentra en las variables genéticas de las células radicales que traman en la espiral del Dáesh.
Como es sabido, hubo un tiempo en que las amenazas incidían en Al Qaeda, una organización rolliza y jerarquizada. Pero, desde el desmoronamiento en 2019 del Califato del Estado Islámico, todo se ha visto alterado, con Dáesh este entorno es más indefinido, de ahí que obstruya la iniciativa de las autoridades para interceptar a los yihadistas. De modo, que las acciones terroristas son impredecibles y mucho más dificultosas de localizar, porque apenas existen episodios preparatorios. Con lo cual, Dáesh compensa una inminencia más desestructurada. Es así como el paradigma del yihadismo amenaza a nivel global con una metodología de actividad menos perfilada. En otras palabras: del megaterrorismo de Al Qaeda con imponentes golpes de efecto que precisaban un concienzudo y enrevesado cumplimiento, se ha discurrido a las operaciones de Dáesh que auspician la vertebración de actores solitarios.
Estos individuos solitarios como les reconocen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, es lo que coloquialmente se conoce como “lobos solitarios”. Las fuentes policiales e incluso los Servicios de Inteligencia, se amoldan en subrayar que en nuestros días es la mayor amenaza, porque lo que más inquieta son los operantes que lo hacen aisladamente, personas que se han autoradicalizado por medio del consumo compulsivo de vídeos propagandísticos vía internet.
Ese modus operandi de transgredir incumbe al terrorismo ‘Low Cost’. Podría decirse que los atentados al ser de bajo coste y sofisticación, son más complicados de prevenir. Aun así, en los últimos años el grado de amenaza ha decaído. El caso es que cuando Dáesh queda sin el control de sus regiones en Siria e Irak, la amenaza vuelve a descender. Los actos violentos estriban en la decisión que asuman estos sujetos o minúsculos grupos que no guardan un vínculo directo con grandes células.
Para interpretar la intensificación del proceso de autoradicalización que experimentan los lobos solitarios, es preciso retrotraerse en el tiempo y ubicarnos en el curso de la crisis epidemiológica. Los investigadores han localizado una conjunción insospechada: el confinamiento al que estuvimos sometidos, reportó a muchos individuos a un consumo desmedido de contenido yihadista que con el paso del tiempo duplicó el auge de los lobos solitarios.
El apogeo de esa radicalización esclarece entre otras cuestiones, que el año 2023 concluyese con un período récord y la reseña más elevada desde los atentados del 11/III/2004, conocidos por el numerónimo 11M, en lo que atañe a la detención de setenta y ocho presuntos yihadistas. La imagen de estos lobos solitarios se relaciona con los denominados ‘retornados’, los guerrilleros extranjeros que se dirigieron a combatir a territorio de Dáesh. Se estima que doscientos sesenta y tres secuaces salieron de España para posteriormente incorporarse a sus filas. De ellos, el 30% perecieron en la guerra y el 20% volvieron a España para más tarde ser capturados.
El inconveniente reside en el centenar de ‘Foreign Figthers’ que llegaron en su día a España, pero cuyo paradero es incógnito. Más bien, me refiero a trazos fuertemente agitadores que se encuentran radicalizados y aglutinan un adiestramiento acorde con la manipulación de armas y explosivos. Conjuntamente, arrastran sobre sí mismos un profundo sentimiento de desquite por no sacar adelante el designio esperado del Estado Islámico.
En este momento se corrobora el dato de ochenta y uno yihadistas en cárceles españolas. Pero si se extiende el radio de acción, ciento noventa y cinco individuos han sido condenados por sus proximidades y contactos con esta ideología. A pesar de todo, es difícil desgranar por qué aun con el descalabro militar del Califato en 2019, los participantes conservan y alargan su fidelidad al Estado Islámico.
Posiblemente, el esclarecimiento se halle en la apreciación que asume el integrante de base del Estado Islámico, como una formación más innovadora que se incrusta mejor con su propia naturaleza que con Al Qaeda, a la que distinguen como una organización anacrónica y ortodoxa.
De la misma manera, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado concuerdan en otro elemento inquietante. Me refiero al incremento de la radicalización entre menores. Las diversas operaciones policiales contra el yihadismo en las que se han verificado la extensión de este perfil, se han visto multiplicadas. Las células de captación lo encandilan a través de los chats de los videojuegos. Pero este yihadismo explora los remiendos más frágiles del espionaje occidental, ya que se sirve de ello para enganchar a nuevos seguidores.
De modo similar sobreviene el protagonismo que juegan las mujeres: su papel preferente es el de esposa, proporcionando apoyo a sus maridos, pero asimismo como madre en su ocupación nuclear de la transferencia de actitudes, creencias y valores del salafismo yihadista.
Dentro de este escenario fluctuante, un elenco de analistas e investigadores se inclinan en que el conflicto bélico entre Israel y Hamás ha acarreado una repercusión directa en las intenciones. La colisión entre la organización terrorista de Hamás e Israel, ha significado que en un abrir y cerrar de ojos los objetivos controlados en España se hayan radicalizado.
La incursión de Israel en Gaza está reforzando a grupos contiguos al Dáesh a establecer una descriptiva para radicalizar e intensificar el reclutamiento por la causa. Requieren estados oprimidos para confeccionar su propio relato y ante la salida internacional de Afganistán, la apremiante partida de la Coalición Internacional de Lucha contra el Dáesh en Irak, los Servicios de Inteligencia no las tienen todas consigo que los yihadistas puedan tener más accesible componer dicha narrativa.
Al mismo tiempo, no hay que perder de vista la amenaza latente que existe en el Sahel. Es por ello, que los Servicios de Inteligencia españoles implementan un trabajo exhaustivo en este cinturón que atraviesa África desde el Océano Atlántico hasta el Mar Rojo, porque existe el convencimiento que desde esa superficie se podría proyectar un atentado en suelo europeo.
“El atentado de Moscú deja al descubierto el ímpetu y hervor del terrorismo yihadista más destructivo y devastador, verificando cómo los tentáculos de la guerra favorece su esparcimiento y entorpece su punto y final”
Otra de las teorías de los responsables de la lucha antiterrorista se encuentra en la confirmación que se registra en las prisiones españolas. En atención al estudio materializado por el Real Instituto Elcano, el 10% de los yihadistas procesados se han radicalizado en cárceles. Es más, en 2016, Instituciones Penitenciarias trazó un programa marco con unas líneas maestras para acometer esta cuestión.
Sería en 2019, cuando por vez primera se impulsó un plan definido para afrontar la radicalización violenta de los reclusos. Para llevar a término esta investigación se procedió a un estudio de campo acompañado de 500 entrevistas a los internos diseminados por 35 cárceles, con la premisa de detectar los factores que moldean la figura dominante de los individuos que acaban radicalizándose.
Sin lugar a dudas, el alcance de esta exploración es la puesta en escena de un programa piloto que dio el pistoletazo en 2023, calculado justamente para prescindir el ingrediente violento de los encarcelados que han experimentado algún indicio de radicalización. Actualmente una quincena de recluidos contribuyen de lleno en este plan durante unas reuniones de quince meses de duración.
Otra particularidad reveladora dice que en las cárceles españolas residen treinta y ocho reclusos comprendidos en la categoría de presos internos, que podrían desempeñar un rol de captación y otros cincuenta y nueve que son sospechosos de incorporarse a los métodos de radicalización.
Finalmente, tras el atentado acaecido cerca de Moscú, se ha promovido un contenido demandante en el discurso del Kremlin: el pánico a que el siniestro pueda poner en el disparadero un sinfín de disputas étnicas dentro de Rusia. Mientras, Putin y sus representantes de seguridad, cargan contra Ucrania de haber conspirado en la organización del golpe terrorista sin mostrar prueba alguna. Sin inmiscuir, el indicio de que los cuatro encausados en la masacre provengan del estado centroasiático de Tayikistán, preferentemente musulmán, que inflama la argumentación anti migratoria en las redes sociales.
Para Putin este entresijo se ve indispuesto por las prioridades de su guerra en Ucrania: primero, las piezas de este puzle la forman miembros de grupos minoritarios musulmanes que integran una parte representativa de los soldados rusos que combaten y fallecen; y, segundo, los migrantes de Asia Central facilitan mano de obra que mantiene a buen ritmo la economía y el proceso de abastecimiento militar. Hay que recordar al respecto, que muchos de los entusiastas adeptos de la invasión en Ucrania son nacionalistas rusos, cuyos blogs o weblog que ofrecen contenidos a favor de la ofensiva en la plataforma de mensajería Telegram, abrazan incuestionables signos de xenofobia en las jornadas subsiguientes al ataque consumado en el Crocus City Hall.
Y como resultado, el Kremlin se despliega por una diagonal bastante fina, intentando mantener satisfechos a los adictos del conflicto bélico, además de proponer medidas más severas contra los migrantes, al tiempo que pretende sortear que las tiranteces detonen en la sociedad. La fuerza de violencia se manifestó a últimos de 2023, cuando un hervidero antisemita invadió un aeropuerto de la región de Daguestán, al objeto de encarar un avión de pasajeros proveniente de Israel.
Las zozobras étnicas han sido y son una constante para Putin durante su gobierno de poco más o menos, un cuarto de siglo, pero igualmente este desafío ha pretendido esgrimirlo en su propio provecho geopolítico. Su ascensión al poder estuvo contrastada por la guerra en la región meridional de Chechenia, donde Rusia trajinó para sofocar las corrientes separatistas y extremistas. También ha contribuido a empujar el separatismo en sectores como las demarcaciones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur, tomando partido en laberintos que persisten agitados, con la finalidad de engrandecer la proyección de Rusia.
En consecuencia, si bien, este grupo llevaba tiempo repicando en el espectro de la lucha antiterrorista, se acrecienta la alarma yihadista por el ISIS-K, la filial del Estado Islámico, como la mayor de las amenazas terroristas en el Viejo Continente, gracias a la desviación del interés hacia la guerra de Ucrania. Hoy por hoy, lo más asombroso de esta organización militar salafista yihadista, es su destreza y capacidad para establecer una agenda no ya sólo en el plano regional, sino igualmente en focalizarla en una magnitud integral.
El atentado de Moscú deja al descubierto el ímpetu y hervor del terrorismo yihadista más destructivo y devastador, verificando cómo los tentáculos de la guerra favorece su esparcimiento y entorpece su punto y final. Pero, sobre todo, Occidente sospecha que Putin se valga de este atentado para petrificar la represión interna y hacer infranqueable la embestida que no cesa a Ucrania.