La infancia es un refugio de certezas. Los días transcurren entre juegos, meriendas y el calor de un hogar que parece inquebrantable. Pero cuando los padres deciden seguir caminos separados, el mundo del niño se sacude. Lo que antes era una única casa se convierte en dos, los desayunos compartidos de alternan y la palabra "familia" empieza a adquirir un significado nuevo.
El primer impacto suele ser la confusión. Un niño no comprende de inmediato por qué, si sus padres lo aman, ya no quieren vivir juntos. Busca respuestas en los gestos y palabras de los adultos, pero, a menudo, la explicación es demasiado compleja para su entendimiento. En su mente, el amor y la convivencia van de la mano y la idea de que pappá y mamá ya no compartirán el mismo techo le resulta difícil de procesar.
Pero, ¿Cómo afecta la ruptura de los padres a los menores? ¿Qué señales indican que un niño está sufriendo? ¿Cómo pueden los progenitores minimizar el impacto? Para ello, El Faro ha hablado con el psicólogo clínico de la Unidad de Salud Mental, Adolfo Alcoba, quien nos ofrece una visión experta sobre este complejo proceso.
Un duelo emocional según la edad
"La separación de los padres es un evento significativo que implica una pérdida", explica Alcoba. Aunque no es una pérdida física como la muerte, los niños la viven como un duelo, pues su realidad cambia de manera drástica.
El impacto varía según la edad. Los más pequeños, al no comprender del todo lo que ocurre, pueden reaccionar con ansiedad, miedo al abandono y conductas regresivas como volver a orinarse en la cama o necesitar más atención de lo habitual. En niños en edad escolar, la tristeza la frustración y los cambios de comportamiento pueden ser evidentes, con dificultades académicas o de mayor irritabilidad. En la adolescencia, donde la identidad y las relaciones sociales tienen un peso crucial, la separación puede generar rechazo, aislamiento o, en algunos casos, conductas desafiantes.
Señales que un niño está sufriendo
Los niños pueden manifestar su malestar de diferentes maneras. "Puede haber ansiedad, tristeza, miedo al futuro o síntomas depresivos: pérdida de apetito, desinterés en el juego, irritabilidad, agresividad o aislamiento", comenta Alcoba.
Además, se pueden notar cambios en el comportamiento como problemas de sueño, desobediencia, dificultades de concentración en la escuela o una necesidad constante de compañía.
"Hay niños que se aíslan y otros que, por el contrario, buscan estar siempre rodeados de gente. Todo depende de la edad y de cómo estén procesando la separación", explica el especialista.
¿Cómo buscar apoyo profesional?
No todos los niños necesitan terapia inmediatamente tras la separación de sus padres. "Es normal que, al principio, haya una reacción de malestar. No podemos llevarlos al psicólogo de entrada porque es un proceso de adaptación", afirma Alcoba.
Sin embargo, si después de varios meses los síntomas persisten o se intensifican - por ejemplo, si el niño sigue triste, no quiere socializar, su rendimiento académico cae o tiene cambios de humor extremos-, es recomendable acudir a un profesional.
Antes de recurrir a terapia, Alcoba enfatiza la importancia de que los padres manejen la separación con responsabilidad: "Si hay una comunicación abierta y sincera, se establecen rutinas claras y ambos progenitores trabajan en equipo para brindar la estabilidad emocional al niño, el proceso será mucho más llevadero".
Cómo manejar los cambios sin afectar la estabilidad emocional del niño
Uno de los mayores desafíos del divorcio es la reorganización de la vida cotidiana de los hijos: cambios de casa, nuevas rutinas y, en algunos caso, la convivencia con nuevas parejas de los progenitores.
Según Alcoba, la clave está en la consistencia y en la cooperación entre los padres. "Es fundamental que haya un acuerdo y que se mantengan las mismas normas en ambas casas. Si el niño sigue yendo a su mismo colegio, mantiene sus actividades y conserva su círculo de amistades, se sentirá seguro", explica.
También destaca la importancia de evitar conflictos delante de los hijos. "No se trata solo de decirles que todo estará bien, sino de demostrarlo con hechos. Si los padres pelean constantemente o usan a los niños como mensajeros o herramientas de manipulación, el daño emocional será mayor".
El impacto a largo plazo
Cada niño vive la separación de sus padres de manera diferente, pero hay algo en lo que todos coinciden: lo último que desean es que su familia se rompa. Para los niños pequeños, la idea de que sus padres no estén juntos es una fantasía indeseada. No pueden entenderlo del todo y, en muchos casos, pueden llegar a culparse por la separación.
El psicólogo, Adolfo Alcoba, insiste en que lo más importante es garantizar la estabilidad emocional de los menores, facilitando el contacto con ambos progenitores y manteniendo una comunicación clara y honesta. "Si los padres actúan con la madurez y empatía, el impacto de la separación puede ser menor. Pero si hay conflictos constantes, falta de apoyo emocional o desorganización en la crianza, los efectos pueden extenderse hasta la adultez".
En definitiva, la separación de los padres no tiene por qué ser una herida permanente en la vida de los niños. Con el apoyo adecuado, amor y estabilidad, pueden superar el proceso y crecer en un ambiente sano, donde el cambio no signifique pérdida, sino una nueva forma de entender la palabra familia.