Geófitos, la vida subterránea
Una de las sorpresas que nos trae el invierno es poder encontrarnos un grupo de narcisos blancos (Narcissus cantabricus) colgado en alguna pequeña repisa de las paredes de roca del barranco del Nano. No es casual que aparezcan en un sitio tan curioso: Los narcisos son geófitos, que es como se denominan las plantas que sobreviven gran parte del año bajo tierra en forma de bulbo o tubérculo, una solución evolutiva que les permite conquistar los espacios con suelos más pobres y escasos, como las repisas de los acantilados. Los narcisos permanecen invisibles a nuestros ojos durante la mayor parte del año, bajo tierra, en forma de bulbo que almacena los nutrientes necesarios para que renazca la planta justo cuando recibe las primeras lluvias del invierno. En un espacio de tiempo mucho más corto que el del resto de plantas, harán todo el proceso de desarrollo de las hojas, floración, fructificación y dispersión de las semillas antes de secarse. En ese tiempo acapararán nutrientes en los tejidos de su raíz engrosada para repetir el ciclo: permanecer durante los meses más duros sobreviviendo bajo tierra esperando nuevamente las lluvias invernales para emerger a la superficie otra vez.
Flores y supervivencia
Como hemos visto, la estrategia de supervivencia de los narcisos blancos solo les permite despertar de su estado latente durante un corto período de tiempo. Pero al desarrollar su parte aérea solo en los meses favorables, cuando el clima y la humedad son propicios, pueden permitirse un crecimiento rápido y una floración muy llamativa, con flores que superan en tamaño al resto de la planta, y que facilitan la fecundación rápida antes de volver a secarse. Si otras plantas se adaptan a la sequía con hojas pequeñas y raíces profundas para soportar los meses más cálidos, los narcisos blancos simplemente prefieren desarrollarse sin escatimar recursos y cuando llega el calor dejar secar sus hojas para volver a su forma latente. Es por esto que las plantas bulbosas en general, y los narcisos en particular, suelen tener una floración mucho más vistosa que la del resto de plantas que las acompañan en su biotopo.
Flores de otoño e invierno
En las latitudes cálidas como la nuestra, muchas bulbosas, incluidos los narcisos blancos, aprovechan el otoño y el invierno para florecer, pues en nuestro clima estas estaciones no suelen ser muy frías y son las más lluviosas del año. La estrategia de supervivencia basada en almacenar víveres en su raíz para sobrevivir en los meses más inhóspitos, en estas especies que florecen en las estaciones frías, les sirve en este caso para aguantar los meses de verano. En las especies que florecen en primavera y verano es un caso distinto: emplean el método de sobrevivir bajo tierra para escapar de los rigores del invierno. Teniendo en cuenta las características de nuestro clima, es lógico que abunden las llamadas ‘flores de otoño’, entre las que se encuentran los narcisos blancos, junto a esquilas (Prospero autumnale, Scilla obtusifolia), azafranillos (Colchicum filifolium, Romulea bulbocodium) y otras especies que eligen esta estación para florecer y llenan de flores las laderas del barranco del Nano.
Los narcisos blancos en Melilla
Nuestros espacios protegidos, el barranco del Nano y el del Quemadero, son lugares especialmente propicios para estas especies, pues sus laderas de calizas y calcarenitas tienen suelos muy pobres. El narciso blanco suele vivir en la poca tierra que se amontona en los salientes de las paredes de los acantilados, donde forma pequeños grupos condicionados por la estrechez del espacio. Es una especie claramente mediterránea, pues su área de distribución comprende el centro y sur peninsular y el noroeste de África, donde se enclava Melilla. El nombre científico, Narcissus cantabricus, no debe confundirnos, pues parece indicar que la planta vive en la costa cantábrica, algo muy alejado de la realidad, ya que vive bastante más al sur. El origen del nombre parece que se debe a una confusión entre pliegos de plantas recolectadas, que hizo que el botánico que describió la especie a principios de 1800, Alphonse De Candolle, creyera que procedía de la zona cantábrica.
Esta especie es muy escasa hoy día en nuestros dos barrancos, estando sus poblaciones muy localizadas en tres o cuatro puntos estratégicos. Encontrar uno de estos pequeños grupos de narcisos colgados de una pared del Nano o del Quemadero puede ser un bello colofón para terminar un recorrido otoñal por nuestros espacios naturales.