La clase política de Melilla tiene enfrente de sí el reto de la crisis económica, un examen al que debe hacer frente y que revelará su capacidad. Hasta ahora, sus debates han quedado relegados al habito de los ‘asustos propios’. El nuevo Reglamento de la Asamblea, las remuneraciones de los diputados y la austeridad en la estructura del equipo de Gobierno diseñado por el presidente Imbroda han sido los temas sobre los que ha girado el debate en el foro político de la ciudad. Sobre el asunto verdaderamente importante, la difícil situación financiera y los retos a los que se enfrenta Melilla en esta legislatura, a penas si ha habido alguna manifestación. Unos fían el futuro de la ciudad a la previsible llegada del PP a La Moncloa y otros permanecen agazapados como si la cosa no fuera con ellos, tal vez esperando para saltar a la yugular cuando se produzca el relevo en Madrid.
Sobre el horizonte de Melilla, como ocurre en la mayoría de las zonas de España, se vislumbran nubarrones. Desgraciadamente no vamos a poder evitar la tormenta, y por eso mismo ya deberíamos haber empezado a preparar el barco para lo que nos espera. Es cierto que después de los rayos, truenos, lluvia y viento siempre acaba saliendo el sol. Pero eso no evita la preocupación por cómo vamos a afrontar la tempestad y por el nivel de los daños que habrá sufrido nuestra nave cuando dejemos atrás ese fenómeno económico adverso.
Melilla necesita cuando antes su hoja de ruta tanto para que la tripulación sepa qué debe hacer como para calmar al pasaje y acallar a los agoreros que aprovecharán para sacar la caña e intentar pescar en el río revuelto.