El nuevo delegado del Gobierno llega al parecer con el firme compromiso de invertir el maleado clima en las relaciones interinstitucionales. Para lograrlo, se supone que Antonio María Claret no va a tomar partido, al menos públicamente, sobre quién tuvo la culpa del desencuentro extremo al que llegaron la Ciudad Autónoma y el organismo gubernativo en los últimos años: primero, durante la etapa de Fernández Chacón, y ya de manera irreconducible en la de Gregorio Escobar.
Lógicamente, ambas instituciones deben partir de cero si quieren iniciar una nueva etapa. Para el nuevo delegado, no hay otra opción, porque su tiempo en Melilla es novísimo en todo, como lo es su llegada por primera vez a esta ciudad y, con ello, su aterrizaje, participación y descubrimiento in situ de nuestra realidad local.
Para la Ciudad Autónoma, en cambio, la meta debe ser un reto a superar satisfactoriamente, porque la lógica oposición al Gobierno central, de distinto color político al que actualmente tenemos en nuestra principal institución melillense, no puede ni debe confundirse con un enfrentamiento personal, como el que en exceso se llevó a cabo con Fernández Chacón y, de manera más comprensible, con el más sectario y partidista Gregorio Escobar. Todo está por andar en estos nuevos tiempos, pero el lance no es una cuestión exclusiva del nuevo delegado. A Antonio María Claret también debemos ayudarle a ejercer sus funciones de la mejor forma posible, en bien de Melilla y los melillenses.