Ya, ya sé que suena a Sorolla, don Joaquín, aquel pintor que se fijaba en sus paisanos y retrataba momentos puntuales de la vida de la Comunidad Valenciana, como la retirada de los ranchos de pescado o las tragedias de los pescadores. Pues no iba por ahí el artículo aunque haya derivado su titular en materia de arte, es otra cosa. Arte hay que tener para ganarse la vida vendiendo pescado, legumbres y cualquier producto alimenticio en los mercados de Melilla, como en casi todos los mercados de España.
Es una vergüenza la diferencia que existe en el precio de origen y el de venta. Tanto en cuestión pescadera como en los productos del campo. Agárrense: lo que sale del campo, por ejemplo, vale 20 céntimos y usted, señora, señor, está pagando por lo mismo un euro. Espantoso y más en tiempos de crisis.
Nos hemos dado un rule por un par de mercados y enseguida pasamos al terreno de los ejemplos reales. Un kilogramos de patatas se compra a quien las siembra a 25 céntimos y usted y yo la pagamos a 90 céntimos cuando no a un euro. Kilo de gambas: en origen 2,50 euros y en destino, según temporada, entre 10 y 12 euros. Para morirse. Sigamos. El tomate no llega a 30 céntimos en la huerta y en el súper no hay quien lo compre por menos de un euro. Terminemos: la corvina cuesta en el barco que atraca en Nador 1,50 euros y aquí 12 euros como mínimo.
‘Y aún dicen que el pescado es caro’. Pues claro que es caro pero sufre más quien lo vende –no puede pasarse de rosca en cuestión de márgenes– y quien lo compra que, generalmente se duele del bolsillo a la hora de acoquinar. ¿Por qué se encarece tanto la materia prima desde que nace hasta que se vende?. Por las redes de distribución y en Melilla podemos llorar con sólo un ojo porque no son tan sofisticadas. En la ‘Peni’ es de susto, hasta cuatro manos comerciales meten la uña en los pedidos. Aún así, pescados, carnes, verduras, frutas y hortalizas ven cómo llegan a casa cinco veces más caras.
“No, no, antes no pasaba ésto, antes los productos eran más baratos porque no había tanto chipichanga”, confiesa Said, el hombre que se está pasando la vida vendiendo frutas y verduras. Y es que hay una cadena de subastadores, intermediarios y hasta abastecedores que cargan y cargan la suerte hasta hacer imposible un consumo decente de determinados productos alimenticios. Y el caso es que el vendedor final no huele ni la mitad de la renta generada a través del circuito comercial por el producto. En el caso del pescado es hasta peor, porque cuando hay mal tiempo no se vende y cuando no se ha vendido todo, salvo pescados grandes, lo que queda hay que tirarlo. Andalucía se está levantando al respecto porque, cuando había dinerillo fácil, se podía aguantar; ahora es distinto porque hay menos pasta y menos posibilidades de comprar calidad. Melilla también debería moverse.