Es de Soria pero no de esa ciudad castellana sino de Melilla porque decir Soria es decir fotografía, buena fotografía, vieja fotografía, apellido del que Melilla puede presumir con miles de argumentos porque se han encargado desde hace decenas de años de ilustrar la historia de esta ciudad y de sus gentes. Los’'Soria’, menudo lujo para las viejas Voiglanther y las modernas cámaras digitales. Desde aquel señor que, con su bata a cuestas que dejaba secar el cartón ilustrado, tras hacer la foto en el cartel de su cámara-estudio, en el cristal del lomo, a media altura, con pies; vaya, desde aquellos tiempos, hasta sus descendencia, los ‘Soria’ son fotografía. Se conserva, hagamos épica, en el recuerdo de los cincuentones y de sus padres ese burrito de cartón-piedra. ¡Dios, qué años!
En el penúltimo eslabón –aquí como en materia de copas, el término ‘último’ está prohibido– comparece Javier Soria, el marido de Joría, el padre de Sara, el fotógrafo de toda la vida, fotógrafo responsable con el patrimonio creativo que ha heredado de sus antecesores y familiares y, siempre, vocacional. Los años compartidos en el diario Melilla Hoy fueron inolvidables. Javi sigue siendo, mejorado y acrisolado, un creativo indiscutible. No se afirmará que es el mejor retratista de la ciudad, ni quien mejor realiza la instantánea; por contra, se ha de afirmar que es el fotógrafo más comprometido con su profesión. Ha heredado de su tío Esteban la osadía de enfrentarse a cualquier situación de riesgo y salir –siempre– airoso. Esteban, por cierto: Jamás nadie fotografió a mi hija mayor como tú, allá en el plató de la calle de La Legión, en el barrio de El Real y eso que no tenía ni un año. La hiciste carcajear.
La familia de Javier Soria ha puesto –como el patriarca– la vida en el arte. Su esposa y compañera, Joría, es amante de la canción de autor, canción de fusión y entendimientos, como le ocurre en el cotidiano día a día. Sara, el producto de este maravilloso proyecto vital, es una avezada violinista que se forma en el Conservatorio de Música de la ciudad y que tiene tremenda proyección. Menuda es Sarita; busca horizontes lejanos y no tan lejanos pero ya ha dejado claro en varios escenarios hasta dónde puede llegar la señorita Soria.
Y Javi Soria fue y es valiente. El fotógrafo, con todo un futuro por descubrir, cuando la separación de las culturas de Melilla tenía mucho más rigor y los mestizajes parecían poco menos que pecado mortal, enamorado de Joría, decidió dar el paso adelante y, desafiando costumbres y normas, proyectar su vida siempre en compañía de su Joría. Y ahí siguen, presumiendo de vida en común, lo que no es precisamente común en estos tiempos erráticos.
Ha tenido las pelotas –perdón por el énfasis de amistad– de conservar el establecimiento de sus antepasados, en pleno centro melillense. El letrero es de piedra como los buenos, como las expresiones del pasado. A finales del siglo XIX no había ni metacrilato ni letras de plástico; sólo había cemento y alguna piedra ad hoc. Claro, la piedra es la que no muere nunca, lo demás, quizá. Como cada mañana, Javier Soria desayuna abundantemente en el ‘Bocatas’ de Juan y Dani, abre el estudio y reflexiona con el corazón la forma de hacer la mejor fotografía de su vida, como sus lengendarios familiares.