Sin ánimo de molestar a nadie sino de reconocer lo evidente: El pan de ‘Mi Patria’ es uno de los mejores de Melilla y lo es desde 1926, esos años en los que Melilla creció y se fue a los arrabales de la Alcazaba y del camino a Cabrerizas. Había que elaborar pan para una población, un engordado Ejército y miles de vecinos. Es una de las empresas históricas de Melilla gracias a los continuos y sacrificados esfuerzos de sus diferentes propietarios; pan natural, sin añadidos salvo la levadura, también natural, necesaria y artificiosa, como el carácter –Zapatero diría ‘talante’– de sus gentes.
Hoy es un establecimiento de mucho mérito gracias al trabajo de sus regentes, los hermanos Rosendo y José Luis Herrera, y a las enseñanzas puntuales de otra pareja de hermanos, la formada por don Antonio y don Andrés Rojas Jiménez, historia viva de la Melilla del siglo XX. Tere, hija de don Andrés, sigue la tradición familiar.
Cuando uno ve a la gente comprar los típicos panes industriales, malamente envasados a precios de oferta de verano y, por otra parte, es testigo de la labor panadera artesanal, se cabrea.
Estos trabajadores se levantan a eso de las cinco porque hay que dar desayuno puntual a miles de familias de Melilla. Casi con el café en el gañote, comienza el enmasado, la mezcla con levadura, los sacos de harina abiertos, la sal y las máquinas a todo funcionamiento, los hornos calientes y preparados para recibir piezas de satisfacción, sabor y alimentación. Los primeros clientes, los incodicionales de ‘Mi Patria’ llegarán minutos después de la siete de la mañana por una razón: Se quieren comer el pan con el calorcito del horno. Nada de tostaderos caseros, ni planchas, ni de la última generación del micro-ondas (qué nombre tan espantoso).
Suele dársele poca importancia a tan básico alimento: Que si engorda, que si tiene muchas calorías, que si no hay que abusar... paparruchas estériles. El pan ha quitado mucha hambre a España y a todos los países en tiempos de apreturas. ¿O no?
‘Mi Patria’ escribe a diario una historia de amor entre el melillense y el pan. Surte a decenas de establecimientos hosteleros, a miles de seres humanos y respira calor... pero no sólo el del horno, sino también el del corazón de sus responsables. No será la primera vez que veamos a Rosendo o a José Luis hacer llegar una hogaza y un par de barritas a personas menesterosas que... no tienen ni para pan.
Aquí tenemos de todo, como en botica. La famosa barrita, los tiernos montaditos que se pueden sustanciar con una buena morcilla de cebolla o una salchicha a la moruna, las baguetes, la chapata, el bollito... hay de todo y caliente y sabroso y barato. Están en el centro, en las postrimerías de la avenida del parlamentario Castelar, a pocos metros de la avenida del Rey y junto a otra histórica institución, el Centro de Hijos de Melilla.
Hombre, dirá alguno, el pan ya no se hace como antes, a base de codo y bícep y en horno de leña. Nada se hace como antes porque la sociedad artesanal se ha vuelto industrial, es cosa de la modernidad. Lo meritorio es que el pan que hace ‘Mi Patria’ conserve el aroma y el sabor del el pan antiguo y que ofrezca una variedad de producto como el mejor supermercado –otro palabrejo– del mundo y todo a base de tesón, horas y vocación panadera. A los panaderos de toda la vida había que hacerles un reconocimiento público, palabra de engullidor de pan bueno.