Hubo un tiempo en el que Melilla tenía flora pesquera industrial, la segunda de España. Eran más de 90 embarcaciones dedicadas a pescar y a vender el producto de la mar en la Lonja de Pescadores, a eso de las cinco de la mañana, tiempos felices y prósperos. Pero todo pasa y todo queda, como decía don Antonio Machado. Bueno, pues en este caso pasó la pesca industrial y llegó la deportiva. Unas cincuenta lanchas salen a diario a aguas de Los Farallones, o más allá e incluso más acá, para aprovechar la bondad del Mediterráneo y los réditos comerciales que pueda reportar una jornada de pesca, que no son muchos pero que ahí están para, por lo menos, reponer combustible.
El 'Roqueo de la Palmera', situado junto a la Dársena, plena avenida del General Macías, se convierte en mercado espontáneo de especies marinas cuando cae la tarde. 'Bambi' y los suyos se encargan de una comercialización basada en el trato y en el mirarse a los ojos con franqueza. "Tú pides tanto, yo te ofrezco lo otro". Y normalmente hay trato y el pescado sale en busca de restaurantes y domicilios particulares. Siempre hay acuerdo aunque las partes tienen que ceder un poco hasta que el pescado se mude a la bolsa o a la caja de madera situada en la maleta del coche.
Los más rentables son los peces de roca. El vendedor trata de vender el mero o el abadejo a 15 euros el kilogramo pero las más de las veces tiene que darle salida por 12 o 13. También hay otras opciones, por ejemplo, la dorada. Si es grande, por menos de 10 euros el kilo no compras, pero si es palmera -como la palma de la mano, más o menos- sirve para rancho bien acompañada de brecas -cada día hay menos en las proximidades de Melilla- o besugotes, dos pescados de sabor indescriptible. El rancho de unos diez peces puede acordarse en 8 o 9 euros y hay ejemplares que igual sirven para plancha, sartén y hasta incluso horno.
Luego están sus 'majestades' el pargo y la centolla, hasta la herrera y el sargo. No suelen salir caros, depende del tamaño, pero llevarse a casa una centolla viva es un privilegio; preparar un pargo de tres kilos al horno, con papas, cebolla y ajilimoji no se lo puede permitir el más afamado restaurante de la madrileña avenidfa de la Castellana. Son los estimados privilegios marinos de una ciudad que mira a la mar.
El problema es el tiempo. Con levante fuerte, más vale quedarse quieto en el punto de atraque; con poniente, cuando el mar es indulgente, se puede salir pero las posibilidades de captura son menores porque el pescado no está tan revuelto y se deja engañar menos. De todas, cuando llega el buen tiempo, lo de menos es cuánto se pesca, con que haya para los gastos -tabaco, birras y gasoil- es bastante. Lo importante es compartir momentos de amistad a bordo, dorarse al sol del cielo y al iodo marino. Y vivir, lo más importante cerca del mar, junto a las sirenitas, que diría Walt Disney.