DESDE siempre, y en todo lugar, las fronteras han servido de separación entre dos países limítrofes, pero, a la vez, han servido de nexo de unión y convivencia entre las comunidades instaladas en ambos lados de la frontera.
Cierto es que siempre ha habido, hay y habrá diferencias económicas, culturales y sociales entre las poblaciones que viven en uno u otro lado de la “Raya”. Así denominábamos a la frontera los españoles y los portugueses de las poblaciones colindantes desde Ayamonte hasta Faro -que cantaba Carlos Cano- o hasta Valença do Minho y Tuy pasando por los pueblos de Extremadura y Salamanca. En ella, se ha convivido, se han formado lazos familiares y amistades, se ha “trapicheado” y se ha comerciado, se han ayudado en las desgracias y se han compartido las alegrías y las fiestas. Pues lo mismo ha pasado, pasa y debería pasar en nuestra frontera con Marruecos. No se puede – o no se debe- ir “contra natura”.
Desde que existe Melilla, la frontera ha pasado por todo lo posible, tanto lo bueno como lo malo. Hemos sido objeto de “sitios” e intentos anexionistas y nos hemos defendido de ellos con uñas, dientes y mucho -muchísimo- valor y sufrimiento. Por eso, los españoles de Melilla, celebramos con orgullo y agradecimiento la fecha del 19 de marzo, aunque algunos políticos no participen en ella ni la celebren. Allá cada cual con sus sentimientos y motivos. Pero también hemos pasado muchas épocas – la mayoría- de tranquilidad, convivencia y prosperidad.
En la época del Sultanato de Marruecos, a mediados del siglo XIX, se negoció el Convenio entre España y Marruecos para el establecimiento de una Aduana en la frontera con Melilla, firmado en Fez el 31 de julio de 1866, y la localización física de la oficina se produce del lado del territorio español y no será hasta después de la firma del Acuerdo de Madrid de 17 de noviembre de 1910, donde se prevé la reinstalación oficial de la Aduana del lado marroquí. Posteriormente, en 1958 -tras la independencia otorgada por España- la localización del recinto aduanero de Beni-Enzar del lado español se trasladó al actual. En agosto de 2018, Marruecos nos sorprendió con su decisión de prohibir la importación a través de su aduana.
Como todos sabemos, el tráfico comercial ha sido hasta hace pocos años - por razones de todos conocidas - una constante habitual por este paso fronterizo, que está especialmente habilitado al efecto, a diferencia de lo que sucede con los Puestos Fronterizos de Barrio Chino, Farhana y Marihuari cuya actividad se centraba en los viajeros, al menos, hasta hace unos pocos años en los que se permitió la salida de mercancías sin control aduanero por las autoridades de ambos lados.
Este flujo comercial ha sido el principal motor de la economía de las poblaciones de ambos lados de la frontera durante las últimas décadas. Algunos se dan cuenta del error que ello ha supuesto y se excusan de no haber puesto en marcha las políticas necesarias para no depender en exclusiva de ella y ahora quieren darle la espalda completamente a la frontera y “mirar al norte”. Otros -como el que suscribe- ya lo advertimos hace más de 30 años y, aunque hayamos mirado al norte hace ya 25 años en nuestra empresa familiar, creemos que no se debe renunciar a lo bueno que aporta una frontera y seguimos confiando en que vuelva a funcionar de forma fluida y segura.
El nuevo “sitio” -esta vez no bélico, sino “híbrido” como se denomina ahora a este tipo de ataque- al que nos tiene sometido el actual Sultán de Marruecos (con título de rey) en los últimos cuatro o cinco años está haciendo mucho daño a las empresas y a las familias de ambos lados de nuestra “Raya”. Quizás, aún más, entre nuestros vecinos marroquíes que no tienen el mismo nivel de rentas ni el “estado de bienestar” que nos hemos dado y las ayudas puntuales que disfrutamos los españoles en época de crisis.
Algunos -como el que suscribe- llevábamos años intentado cambiar el modo en que se realizaban los intercambios comerciales y canalizarlos a través de la aduana comercial. Y lo estábamos consiguiendo: de las 1.584 expediciones en 2012 habíamos llegado a las 10.770 en 2017 y hasta el cierre de la aduana -a mediados de 2018- ya se habían tramitado 5.883 expediciones comerciales por la aduana terrestre según datos oficiales de la Dependencia de Aduanas de la AEAT en Melilla. La decisión unilateral de Marruecos sin respuesta diplomática -todavía a fecha de hoy- por parte del Gobierno de Sánchez ha supuesto un duro revés para la economía de Melilla.
En los últimos años han sido muchas las voces -entre ellas la mía- que se han manifestado en contra del sistema de los bultos que, a fin de cuentas, estaba en manos de unos pocos comerciantes y algunos mafiosos marroquíes que abusaban de la miseria y la necesidad de sus compatriotas para hacer el penoso e ignomioso traslado de los pesados fardos a través del paso de Barrio Chino. Lo que, en principio, fue un permiso de S.M. Hassan II para que sus compatriotas pudieran adquirir ropa usada a bajo precio se convirtió en un abuso y así ha acabado. Cierto es -y hay que reconocerlo- que muchas empresas, el Puerto y la propia Ciudad Autónoma nos hemos beneficiado del exponencial incremento del volumen de mercancías llegadas a Melilla en los años 2012 a 2017 para ser pasadas a Marruecos de una forma u otra y siempre con la permisibilidad de las autoridades aduaneras del otro lado de la frontera.
Algunos siempre hemos abogado por un comercio fronterizo normal y habitual en cualquier frontera. Las fronteras siempre han generado vida y riqueza para las poblaciones de ambos lados. Unos se habrán beneficiado más que los otros, como es lógico, pero nadie puede discutir que Melilla ha necesitado de la frontera y ha vivido gracias a los intercambios comerciales aportando a cambio servicios y puestos de trabajo a los habitantes del otro lado de los que carecen o carecían hasta hace bien poco tiempo.
Lamentablemente, el fenómeno de la inmigración ilegal ha conllevado que la frontera deje de ser tan fluida y segura como hace años. Los que tenemos algunos cuantos años podemos recordar que se pasaba de España a Marruecos y viceversa sin traba alguna. Incluso, recuerdo la mínima alambrada que se puso en los Pinos a raíz de la epidemia de cólera en Marruecos de los años setenta. Hoy tenemos una valla que rodea Melilla, salvo por el mar, que no impide – a pesar de ella y del impagable esfuerzo de nuestras FCSE- la llegada de miles de desesperados en busca de un futuro y los pasos fronterizos -actualmente- están cerrados “a cal y canto” para el tránsito normal de personas y de mercancías.
Este es el ayer y el hoy de la frontera. Otro día, me tocará exponer mi opinión de cómo me gustaría que sea en el futuro de la frontera, de “Al Hudud.”