La ‘Revolución Cubana’ que se había dispuesto durante medio siglo para extinguir cualquier tentativa de deflagración social, tuvo su momento más álgido el pasado 11/VII/2021. Desde el primer instante de lo acaecido, el régimen de la República de Cuba empleó a fondo su rodillo para continuar en el poder a costa del Pueblo llano.
Según los primeros indicios facilitados por familiares y organizaciones civiles, lo que realmente se desató en las calles, no era otra cosa que una represión para silenciar la disidencia, la asechanza de los rebeldes y el arresto de decenas de personas que pacíficamente ejercían su derecho a la libertad de expresión.
La Habana y el resto de la nación despuntaron tras una noche frenética, con sus travesías y avenidas militarizadas y las líneas castristas más reforzadas que nunca, al son punteado por el máximo mandatario, el sucesor de los hermanos Fidel y Raúl Castro con una arenga guerracivilista.
El aparente debate se transformó en una espiral de reproches, amedrentamientos, seguimientos, uso de gas pimienta e incluso descargas ante los señuelos de la libertad, que indujeron a una rebeldía encadenada que únicamente se desbarató con el ímpetu bruto y el toque de queda. Sin duda, un acontecimiento inédito fruto de la indiferencia nacional, que los más atrevidos lograron esquivar. La inmensa mayoría de los cubanos reunidos, ni tan siquiera habían nacido cuando se produjo la ‘Caída del Muro de Berlín’ (9/XI/1989), como tampoco conocieron la epopeya de la ‘Revolución Cubana’, y, ni mucho menos, los años de prosperidad por las contribuciones soviéticas.
A ellos y ellas, les tocó aflorar en un estado empobrecido y se criaron en la subsistencia. Pero, en contraste a sus progenitores, esta generación no está dispuesta a ser sobrevivientes toda su existencia. Desean un futuro más acorde a los tiempos reinantes y por eso, tarde o temprano, esa deflagración contra el inmovilismo estalló.
Luego, todo individuo de una tierra en el que la palabra ‘libertad’ vea disipado su significado, ya no posee la voluntad ni la motivación suficiente para demandar su opción legítima de ser libre. Como del mismo modo, nadie intentaría lanzarse al descubierto y gritar que está cansado y agobiado, que no aguantan más y que lo que aguarda es la ansiada libertad, teniendo ante sí a la todopoderosa maquinaria implacable del Estado, preparada para infligir o reprender de forma injustificable aquello que rechace lo más mínimo la dictadura.
Por lo tanto, lo que aquí se retrata es un pronunciamiento popular en toda regla, como no se había conocido en épocas pasadas. La indolencia y el recelo concadenados por lapsos de ese cóctel aciago que se forja combinando el arrebato con la contención.
Y es que, en Cuba, impera un régimen de partido único, el sector privado es insignificante, la Administración difícilmente renuncia a la gerontocracia que prosigue siendo ineficaz, estando al frente de todos los medios de comunicación destacados y el Ejército se envalentona con sus privilegios.
“Lo que realmente se desató en las calles, no era otra cosa que una represión para silenciar la disidencia, la asechanza de los rebeldes y el arresto de decenas de personas que pacíficamente ejercían su derecho a la libertad de expresión”
Con lo cual, hay que tener un valor extraordinario para oponerse a un conjunto de reglas comunes, que ni siquiera ha echado mano del plante democrático que otras cunas totalitarias sondean, no teniendo la más mínima capacidad de erradicar la pobreza y facilitar alguna satisfacción entre tanta zozobra y un enfoque optimista de futuro. Porque, Cuba, es despiadada, incompetente y anacrónica.
Desde el punto de vista humanitario, el significado y peso de la ‘Revolución Cubana’ (26-VII-1953/1-I-1959) era un avance hacia la igualdad y una vía para rescatar a la ciudadanía de una aberración tiránica de opresión material y política.
Bastaría con recapitular la arenga fugaz del Comandante Fidel Castro (1926-2016) a su llegada triunfante a La Habana en 1959. Literalmente expuso: “En la época de dictadura la opinión pública no es nada, pero en la época de la libertad, la opinión pública lo es todo, y los fusiles se tienen que doblegar y arrodillar ante la opinión pública”.
Evidentemente, desde los sesenta, la ‘Revolución Cubana’ propagó los derechos económicos y sociales, infundió otros debates regionales, compuso fábulas y personajes intocables; pero, lo que es ahora, constan discusiones sobre la observancia de las libertades civiles y de expresión. Y entre sus legados, se halla la anomalía del reconocimiento a la defensa de los derechos humanos de quienes se afanan por la libre opinión y el desarrollo de las propias ideas, sin ser por ello perturbado.
No es de sorprender, que los valedores del régimen arguyan que en absoluto se produjeron transgresiones a los derechos humanos, en adelante, DH, parecidos a la de otros estados hispanoamericanos, reiterando en que no se atormentó masivamente, ni se apropiaron de los hijos apresados clandestinamente. Es más, contradicen que los Órganos de Seguridad y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias no sustrajeron los bienes de los detenidos. Toda vez, que, se deduce de la parte opositora palpables atropellos, fundamentalmente, en los inicios más turbulentos.
Actualmente, la supuesta apertura económica movida por Raúl Castro, con la creación de diversos moldes de propiedad, más el surgimiento de personas que se las apañan con su negocio como trabajadores no estatales a modo de cuentapropistas y la mejoría en las relaciones con los EEUU en 2014, para años después verse dañadas, reavivaron sentimientos sobre un factible cambio de paradigma político en Cuba. No obstante, estas auras no implicaron lo esperado, e incluso, con la modificación de la Constitución en 2019, no se llegó a corregir el acorralamiento político y la falta de alternativas al Partido Comunista, que indujeron a una estampa simulada en el que se esconde el abuso permanente y progresivo de la libertad de expresión y movimiento.
Simultáneamente, en los últimos años han aumentado significativamente los arrestos con medidas cautelares, tanto de corresponsales independientes, como artistas y activistas, así como los impedimentos para desplazarse a reuniones o encuentros locales, nacionales e internacionales, más las detenciones que se ocasionan sin juicio.
Pero, un matiz que llama poderosamente la atención en este escenario irresoluto, es que aun haciéndose públicas las cifras que ratifican el acoso a toda crítica o disidencia con connotaciones auto excluyentes, son pocas las Administraciones que desacreditan a Cuba por las violaciones a los DH. Y, por si no quedase aquí la cuestión, las naciones u Organismos que condenan los excesos, se tachan de pro fascistas, gracias a una propaganda perfectamente orquestada.
Es sabido, que una abundante bibliografía ha dado cuenta de las incontables injusticias desencadenadas en América Latina. Precedente que ha reportado a enarbolar una pugna esforzada por conquistar el regreso a los valores democráticos en los años setenta.
Lo que ciertamente irrumpió en la etapa antes referida, nos remite a la incorporación del marco de los DH en la lucha antidictatorial. Previamente, el despotismo y las luchas sociales y políticas se descifraban en términos de un litigio de clases o revoluciones nacionales. El complemento de violaciones a los DH acabó convirtiéndose en un alzamiento paradigmático.
Igualmente, en los ochenta y noventa, las reivindicaciones de los movimientos de mujeres y DH se añadieron en la agenda de las transiciones. Aquellas inobservancias y las que quedaron ocultas, se consideraron masivas.
Aunque en el caso de Cuba, no se confirman antecedentes que apunten a violaciones extremas, sino a operaciones que perturban el relato diario de los cubanos, con una tendencia discordante al Gobierno a la hora de desplegar su libertad de pensamiento y expresión.
Cabría preguntarse: primero, ¿podríamos estar refiriéndonos a la quiebra de los DH de baja magnitud? Obviamente, no son pocos los autores que lo estiman como el otro rostro deleznable de la democracia.
Tomando la terminología asentada en la retórica de ‘democracia de baja intensidad’, esta se identifica por acatar los criterios procesales que admiten una relativa incompatibilidad política, pero su trayectoria está más condicionada con respecto a las libertades individuales o la parcelación de los poderes. Sin embargo, la incongruencia de la ‘democracia de baja intensidad’, es la persistencia en insistir con políticas sociales y económicas austeras, e incluso, despiadadas, con más impunidad y menos obstinación de la urbe que, convenientemente, un régimen explícitamente totalitario.
Claro, que a grosso modo, la miscelánea de ‘democracias de baja intensidad’ se implantan en ciudadanos supervisados y fichados incesantemente, cuyos políticos se orientan con legisladores indecisos y jueces azorados, impulsando al chantaje intolerante de los educadores militares nacionales. Si bien, es preciso partir de una diferencia básica: conforme a la implementación de mecanismos contractuales, en Cuba, no subyace la convivencia social en la que los miembros son libres e iguales.
Segundo, ¿es aceptable contemplar que el Gobierno de Cuba atenta tajantemente contra los DH en un margen de reducido rigor, porque hace un manejo restrictivo de la fuerza? Los residentes internalizan este dominio ante la circunstancia de no superponerse directamente sobre su persona, pero, que inevitablemente lo reconocen como una política potencial.
En otras palabras: todavía con la resaca del estallido social, el cubano vive con temor y desconfianza implícitos, al acoplarse la noción que el Estado tiene el pasaporte abominable de infligir o sentenciar. Cualquiera puede ser señalado como una amenaza general, porque una mínima muestra antagónica se torna en reprobación al régimen, o en desacato a los principios que comporta un ataque frontal al Presidente.
Visiblemente, las pericias de coerción son anodinas pero eficaces. En definitiva, contribuyen a embellecer la imagen amarga de los entresijos del autoritarismo a los que se doblega a la población: el propósito es la imposición y el restablecimiento del avasallamiento, hasta hacer al sujeto más manejable.
En el sumario de las violaciones masivas de DH promovidas, tanto Organismos Internacionales como Organizaciones de la sociedad civil, reaccionan enérgicamente. Recuérdense las dictaduras militares en América Latina, o las barbaridades perpetradas en el curso de la ‘Guerra de los Balcanes’ (25-VI-1991/12-XI-2001), o el ‘Genocidio de Ruanda’ (7-IV-1994/15-IV-1994).
En Cuba, no se constatan certezas de aniquilación o exterminio sistemático o deliberado, pero se reflejan cualitativa y cuantitativamente la carestía de suministros, la precariedad en los hogares, la anemia en los sueldos y el frecuente rastreo e incomunicación de los que digieren los avatares de manera enfrentada, u osan emitir sus apreciaciones totalmente disconformes.
Conjuntamente, el mundo virtual como Facebook, Instagram, LinkedIn, Twitter, WhatsApp o Messenger, se transforman en una mirilla donde divisar los abusos de los derechos civiles y políticos y la decadencia de los derechos sociales. Los indicativos detonantes en jornadas recientes adquirieron un componente intergeneracional y socio clasista en los jóvenes, porque poniendo cuerpo en las arterias, se amplificaron en el conglomerado correspondiente. Amnistía Internacional, puntualizó al pie de la letra que “un gran número de activistas, tanto políticos como en favor de los derechos humanos, son objeto de hostigamiento, intimidación y detención arbitraria”.
Por otro lado, la Comisión Interamericana de DH, abreviado, CIDH, comunicó el entorno incandescente de las continuas prohibiciones a los derechos políticos, de reunión, asociación, libertad de expresión y difusión del pensamiento; sin soslayar, las conspiraciones a los derechos de libertad, seguridad e integridad.
La silueta de los detenidos se concreta en disidentes y opositores, o comunistas y socialistas; o grupos de jóvenes posicionados a los acicates del Gobierno y que se declaran socialistas; u otras corrientes que han consumado una comitiva crítica, exhibiendo su desaprobación al bloqueo y anexionismo; o jóvenes que se fotografían como anticomunistas y muy reacios al socialismo. Sin dejar en el tintero, lo mayoritario, la muchedumbre más reservada que no intervino en las protestas.
“Lo que aquí se retrata es un pronunciamiento popular en toda regla, como no se había conocido en épocas pasadas. La indolencia y el recelo concadenados por lapsos de ese cóctel aciago que se forja combinando el arrebato con la contención”
Ha de matizarse, que, en abril de 2019, entró en vigor una nueva Constitución aprobada en referéndum, pretendiendo afianzar y secuenciar una fórmula socialista democrática, propicia y razonable. Conteniendo un Preámbulo y 229 Artículos, que, a su vez, se fraccionan en 12 Títulos, 24 Capítulos y 16 Secciones.
En este momento, los elementos políticos del Estado socialista y revolucionario siguen inalterables y con visos de persistir inquebrantables. Para comenzar, su Artículo 1º. mantiene que Cuba es un “Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano”. Asimismo, el Artículo 4º. detalla que la conservación de la patria socialista “es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano”.
Desde esta perspectiva grandilocuente en el ensueño, los ciudadanos tienen la primicia de competir por todos los recursos que subyacen, abarcando la lucha armada, cuando no sea viable otra senda que aspire desmantelar el orden político, social y económico instituido por la preceptiva.
Y como colofón, el Artículo 5º. dice que el “Partido Comunista único, martiano, fidelista, marxista y leninista y vanguardia organizada”, se sustenta en su esencia democrática y en la proximidad inmutable con el Pueblo, que es el empuje político de la sociedad y el Estado. Por ende, Cuba, ha maquillado en infinidad de circunstancias un talante falseado de legitimidad que no es efectivo, entreviéndose que no hay conexión entre los Tratados o Convenios que se aprueban, o las Prescripciones autorizadas y la salvaguardia de los DH.
De ahí, que mientras no se forjen cambios sustanciales que apacigüen la vida de los cubanos y susciten algunas expectativas, los jóvenes amplificarán sus marchas y las reprobaciones se multiplicarán.
Históricamente, cuando por entonces se prendían a los opositores, se encubría un interrogatorio designando fiscales y defensores de oficio. Indiscutiblemente, a ello le acompañaba la ausencia de rendición de cuentas de las entidades públicas, además de referencias poco comedidas de la Oficina Nacional de Estadística e Información, más la opacidad de las penas.
Ante tantísima distorsión en las pesquisas, la propagación de la red de redes ha imposibilitado que se desfigure un contexto ficticio. Los arrestos insistentes muestran la supremacía y la frialdad que no se invierten en las acciones, por las derivaciones que acarrearía desvelar los incumplimientos de los DH.
Verdaderamente, el timón cubano ha conformado un artificio abusivo que aguanta inmune, preconizando su naturaleza comunista y que gravita en el Ministerio del Interior. La presunción que las naciones son las encargadas de proteger los DH de su población, refuerza el postulado político de la soberanía. A quien la sociedad transfiere poder para consolidar la supervivencia, es responsable de las prácticas realizadas por sus agentes.
Esta mirada retrospectiva se fundamenta en la verificación que no es el Estado, quien, sin más, el que predispone las arbitrariedades en los derechos ciudadanos, sino que suele ocurrir su ejecución por medio de funcionarios o representantes subrepticios como los bandos paramilitares.
En Cuba, la verticalidad entre las máximas autoridades y sus subordinados es severa. Tal es así, que ningún asalariado del Estado se animaría a ofrecer una interpretación por sí mismo, o hacer frente a las decisiones procedentes de los mandos superiores, porque, valga la redundancia, es el Estado a través de sus agentes el que desacata los derechos.
Fijémonos en las normas internas para la libre circulación de los ciudadanos, esencialmente en dirección a La Habana. Numerosos activistas o reporteros independientes se les frustra el tránsito por la Isla, siendo el Gobierno el que lleva la batuta con persecuciones improcedentes para incomodar y amedrentar a los detractores, activistas, opositores y otros integrantes afines.
Examinando los Informes elaborados por la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, por sus siglas, CCDHRN, que, ante todo, es calificada por el Gobierno antirreglamentaria, la cuantificación de capturas vejatorias de corta duración que entre 2010 y 2016, respectivamente, crecieron con un promedio periódico de 172 a 827 incidentes, en 2017 comenzó a decrecer.
En suma, con la finalidad de garantizar la Revolución, el régimen denigra cualquier deferencia opuesta a los mandatos, como una agresión a la seguridad de Cuba y con ello, alega el empleo de antídotos violentos.
Al contrastar otros análisis latinoamericanos, la conveniencia de enmudecer a la disidencia o excluir a los bloques más desfavorables para la trama oficial, son menos atroces que las escaldadas en dictaduras como las derivadas en la República de Chile y República Argentina.
Consecuentemente, el Estado es el garante de consagrar la protección a sus miembros activos y titulares de sus derechos, y este concepto no se universaliza únicamente para las democracias occidentales frente a los viejos imperios autoritarios, sino como valor intrínseco esparcido a la humanidad.
A fecha de hoy, en Cuba, el alcance de los DH es sesgado y tortuoso y sus desacatos son frecuentes, porque con su Código Penal inmejorablemente definido, los apoderados cubanos disponen de cuantiosas atribuciones para atenazar internamente a la oposición pacífica del Gobierno.
Para ser más conciso, tratar de emitir un veredicto detractor, sentir o juicio divergente, o reunirse con asociaciones o tendencias opositoras, conlleva un alto precio que, sin dilación, ha de pagarse con desagravios: ver dilapidado el puesto de trabajo; malograr los pocos beneficios conseguidos a base de sacrificios; castigar y perjudicar a un pariente hasta desprestigiarlo o tener vetada la salida del país, etc., en Cuba, están al orden del día.
Que las infracciones a los DH no sean demoledoras, no denota que su acentuación hastíe y agote a los afectados. Y entretanto, el Estado cubano consigna ciertos derechos en un encaje válido como la Constitución de 2019 y, contradictoriamente, infringe los derechos, imponiendo la tolerancia de una quimera que años atrás congregó al planeta.
Refugiados en flecos embadurnados de galimatías, a las autoridades no le tiembla el pulso para implementar maniobras intransigentes, despóticas y desmovilizantes, polarizando a una derecha anárquica y a una izquierda encubridora que deja desahuciada.
Ni las insinuaciones infundadas, como las argucias bien encapuchadas, traslucen el espíritu cotidiano de los cubanos de a pie, que, entre tantos obstáculos y zancadillas, sobreviven como buenamente pueden.