Rompo mi etapa de ‘stand by’ profesional para retomar, por un día y como vecina de Melilla, este oficio que tanto tiempo cultivé de la opinión periodística. Lo hago por una causa que me afecta aunque creo que tampoco tan especialmente. En realidad pienso que afecta a toda Melilla si bien más directamente a los vecinos de la Plaza de Toros, que no solo somos los de las calles Querol y adyacentes, sino muchos otros de núcleos muy cercanos, como los de Aizpuru o el llamado Barrio Obrero.
Me refiero al problema creado con la conversión de nuestra Plaza de Toros en un albergue o centro de acogida no como se dijo en principio de familias y marroquíes en general que quedaron atrapados en la ciudad y sin opción de volver a su país de origen por causa de la pandemia.
Lo que hoy tenemos en la Plaza de Toros es algo muy distinto y a la vista está, y provoca todo tipo de interrogantes, además de problemas, conflictos e imágenes inhumanas como las que podíamos contemplar ayer mismo, con parte de los inmigrantes subsaharianos que horas antes habían logrado saltar la valla, agolpados bajo el sombrajo de una pergolita de quita y pon, a las puertas de la misma Plaza de Toros, esperando no se sabe qué, si los resultados de las pruebas del Covid o vaya usted a saber.
El caso es que en uno de los días más calurosos de este ferroagosto, con alerta anunciada por altas temperaturas, allí andaban, en la calle y allí seguían mientras redactaba este artículo a media tarde.
No sé cuantas horas de estancia a la intemperie pero el hecho es simbólico de que la Plaza de Toros no es lugar para convertirse en un ‘CETI 2’ y mucho menos en una especie de centro oficioso de reforma para jóvenes de mayoría de edad recién adquirida que, por tal motivo, ya no pueden ser tratados como menas y no pueden continuar en los centros de acogida de menores.
Realmente, desconozco qué perfil tienen los albergados, porque lo que se ve y se mueve por el entorno no se corresponde con familias, trabajadoras transfronterizas o marroquíes atrapados por la pandemia. Más bien es un centro de inmigrantes cuya aspiración conocida es la de ser trasladados a la Península.
Pero, como digo, desconozco la realidad interior y, lo peor, es que nadie explica nada ni la detalla. Ni mucho menos informa de lo que se evidencia como una verdad palpable, donde se agrupa también un perfil de población conflictiva, menas o exmenas de sesgo muy problemático, que protagonizan peleas espeluznantes de las que en alguna ocasión he sido testigo forzada por el escándalo y que, ante todo y sobre todo, me han preocupado y acongojado por la violencia de los enfrentamientos.
No se trata, como llegó a decir el consejero socialista Mohamed Mohand, de dejar a nadie en la calle, pero sí de afrontar que no es lo mismo un centro de familias o trabajadores atrapados en Melilla por la pandemia, que un ‘CETI 2’ donde el problema principal ya no son los inmigrantes subsaharianos que supongo exigen de un mayor control sanitario preventivo en estos tiempos de coronavirus.
Porque si, como dicen, es un albergue de familias y trabajadores marroquíes atrapados en Melilla, qué clase de asistencia se les está prestando y cómo se les mezcla con otro tipo de inmigrantes en parte muy conflictivo o con circunstancias singulares que no admiten tal tipo de combinaciones.
Cuando se creó el albergue o ‘CETI 2’ de la Plaza de Toros en abril pasado, el presidente De Castro expresó su deseo de no cesar en la búsqueda de otro lugar más conveniente para este tipo de acogida. Sin embargo, pasado el tiempo, no sólo parece que se ha rendido, sino que su consejero directamente competente, el socialista Mohamed Mohand, fue anunciando progresivamente la posibilidad de nuevas incorporaciones, como inmigrantes del CETI o menas a los que hubiese que aislar para el caso de que se produjera algún brote de Covid o de contagio en sus respectivas instituciones de acogida inicial. Y de ahí hemos pasado a lo actual, a acoger a jóvenes conflictivos que tras la mayoría de edad quedan en el cupo de desamparados y sin techo.
Y, todo ello, sin afrontar debidamente el deber de la información pública, sin que los vecinos sepamos cuántas personas están acogidas hoy en día en la Plaza de Toros, en qué condiciones, qué perfil tienen. Sin que nadie justifique por qué no se toman medidas de vigilancia policial permanente más allá de la presencia de los guardias jurado, cuando parte de los acogidos son indudablemente muy problemáticos
¿Por qué no existe tampoco algún tipo de normas? De hecho, entran y salen libremente cuando les place o bien pueden apostarse toda la madrugada en los bancos del barrio a veces de forma más discreta, otras más ruidosa.
Todos somos conscientes de la obligación humanitaria que conlleva una ciudad fronteriza como Melilla, limítrofe con un país subdesarrollado, pero realmente: ¿esta es la solución? La respuesta no puede ser más descorazonadora por irreal o inexistente, cuando no altanera o pusilánime, como la reciente del presidente De Castro que, el miércoles pasado, olvidadizo de sus intenciones primigenias, optó por decir que no hay más alternativa y que ahí permanecerán hasta no se sabe cuándo. Porque no hay que engañarse, no es una población en su mayoría que quiera o se vaya repatriar a Marruecos. No es ese el perfil predominante o no el más visible ni el motivo de conflicto o preocupación de los vecinos entre los que me encuentro.
Le pido al señor De Castro que reaccione con más empeño y, sobre todo, en general, que reflexionemos sobre qué ciudad queremos. Veo lo que está pasando en nuestra Plaza de Toros como un símbolo de una decadencia galopante, de nuestra derrota ante los problemas, de nuestra incapacidad no ya para solucionarlos sino, por el contrario, de la proclividad para crear otros nuevos.
Nuestra Plaza de Toros, vestigio vivo de una historia de otro tiempo, Bien Cultural declarado así oficialmente por Real Decreto en el año 86, parte de nuestro Patrimonio Histórico Artístico, es una pieza más de nuestro tesoro arquitectónico y cultural y como tal estaba siendo gestionada, abierta a las visitas turísticas que para honra de todos gestionaban impecablemente los MENAS que realizaban los cursos de formación que allí se impartían.
No se trata pues de reaccionar contra menores desamparados, personas sintecho, mendigos o vilipendiados del mundo, sino de afrontar la realidad de un ‘CETI 2’ que, sentimos, nos han colado vendiéndonos una falsa verdad que en nada se corresponde con lo que los vecinos andamos comprobando y a veces especialmente padeciendo por causa del actual destino de la Plaza de Toros.
Ni es lugar para el uso presente que se les está dando, ni es comprensible ni se sabe con qué criterios se está mezclando a población extranjera de tan distinto perfil, ni que bajo qué normas, garantías, ni condiciones se está haciendo. Nadie explica nada, se responde mal, con derrotismo o con altanería, según quien lo haga, haciéndonos incluso parecer inhumanos de discurso xenófobo.
Dejen a las familias y a los transfronterizos si los hay albergados en paz en la Plaza de Toros, lleven a los más conflictivos a un lugar más adecuado y, entre tanto, asegúrense de poner al menos vigilancia policial permanente.
Se han gastado 3 millones de euros según se dice en un centro de menores provisional en Rostrogordo, pues busquen otro lugar e inviertan en acondicionar donde acoger a los problemáticos.
Por el bien del resto de los acogidos, por los vecinos que no hemos tenido la suerte de los del Real, a los que libraron de problemas en cuanto protestaron. O la de otros, que advertidos de la proximidad de ubicarles cerca una especie de CETI, no tardaron en manifestarse obligando a la autoridad competente a reconsiderar su decisión.
Ya se están gastando muchísimos recursos y más van a hacer falta para recuperar nuestra Plaza de Toros, a no ser que en el decálogo del Gobierno De Castro esté previsto dejarla morir hasta convertirla, como ya ha pasado con otras plazas africanas, en un céntrico mausoleo ruinoso a merced de la delincuencia.
Tanto costó rehabilitarla tras el terremoto de 2016, tan esplendorosa y única en activo quedó en todo el continente africano, para acabar sentenciada por falta de capacidad para gestionar problemas y tanta facilidad para crear otros nuevos.
Lo dicho, me afecta especialmente como vecina del barrio de Concepción Arenal pero no sé si es porque me indigna, me apesadumbra o me hastía –y ya no solo por lo que sucede sino por cómo responde la clase gobernante, empezando por el Presidente Eduardo de Castro- que veo en la Plaza de Toros un aciago y triste símbolo del túnel crítico por el que estamos pasando y que tan mortalmente está afectando a Melilla.
Nuestra plaza de Toro es un patrimonio Histórico, de todos los Melillenses, no podemos permitir que nos la destruyan para inchar se los bolsillos. Esto es indignan te. Melilla se está convirtiendo en un refugio de inmigrantes, me as etc... Con su correspondiente inseguridad para todos los ciudadanos por el incremento de la delincuencia. Consecuencia de esto.
Por favor, gobernantes, soluciones ya que nos amparen.