Pobre del melillense que creyó que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, regresaría de Marruecos con buenas noticias para nuestra ciudad.
Aunque la prensa nacional habla de que ha habido conversaciones oficiosas en Rabat, seguimos sin saber si se habló o no del cierre unilateral de la Aduana de Melilla; de la devolución de Menores Extranjeros No Acompañados de nuestra ciudad o del incensante flujo migratorio de marroquíes que huyen en pateras hacia las costas españolas.
El viaje a Rabat, según el presidente español, sirvió para “visibilizar el extraordinario nivel de relaciones” que existe entre España y Marruecos: dos países que son ‘vecinos y amigos’.
Nosotros esperábamos una solución a nuestros problemas y Sánchez nos trajo de vuelta la propuesta de un Mundial en 2020 a tres bandas entre Portugal, Marruecos y España. Según dijo, proponer una sede en otro continente puede pesar a favor de nuestra candidatura conjunta.
El presidente del Gobierno ha ido a Rabat cinco meses después de tomar posesión de su cargo y tras haberle dado la vuelta al mundo, cuando lo habitual hasta ahora era que el primer viaje al extranjero de un jefe del Ejecutivo español se hiciera a Marruecos.
Ahora nos quieren convencer de que se debió a que la salud del Rey Mohamed VI es delicada, que su siesta en el acto del centenario del armisticio de la primera Guerra Mundial es cosa de los medicamentos que consume; que cuando viaja lo hace para desestresarse y no porque lo que ocurre en su país se la trae floja.
Nos quieren hacer creer que entre España y Marruecos no hay fricciones, cuando la realidad es que nuestro país está asumiendo las consecuencias de la pésima gestión de un Gobierno que ha reprimido a lo bestia las revueltas en Alhucemas, motivadas por el hartazgo de la gente que no acepta que el único camino para los jóvenes pase por la emigración y la corrupción en cadena.
En Twitter, Sánchez se jactó de que con su viaje a Marruecos quedan reforzados “los lazos de cooperación y responsabilidad compartida ante el reto de la inmigración”. No sé a qué se refiere cuando habla de ‘responsabilidad compartida’. Sí, es cierto, Rabat recibe a los subsaharianos que les enviamos de vuelta y en caliente desde Ceuta y Melilla, pero a cambio, cientos de miles de jóvenes marroquíes escapan de su país en patera, huyendo del paro y el anuncio de la mili obligatoria para todos: hombres y mujeres.
Según datos del Ministerio del Interior publicados por El Confidencial, hasta este 15 de julio los marroquíes suponían el grueso (17%) de las llegadas de inmigrantes a las costas españolas. El año pasado, por esa misma fecha, eran casi el 20%. ¿De qué compromiso con el control de la inmigración está hablando Sánchez?
El presidente español ha viajado mucho pero sus viajes no se han traducido en acuerdos importantes. Nada, todo es humo.
Ha ido a Marruecos en una visita relámpago de vuelta de Guatemala, donde acudió a la Cumbre Iberoamericana de presidentes y jefes de Estado, que se ha saldado con un documento final a favor del desarrollo sostenible.
El viernes se marcha a Cuba en la primera visita oficial de un presidente español en 30 años. Ante la presión de la oposición, Moncloa ha filtrado que la visita tendrá un fuerte contenido económico.
Pero La Habana sabe de la flojera parlamentaria de Pedro Sánchez y de lo endeble que puede llegar a ser cualquier tipo de acuerdo que se firme con un político dispuesto a gobernar por decreto y con un pie en las urnas.
Sólo hay que ver que durante su visita a Marruecos, Sánchez ha tenido que dar explicaciones sobre la posibilidad de que el 26 de mayo se convierta en un superdomingo con elecciones municipales, europeas y generales.
No se le pueden apretar los machos a Marruecos con esa debilidad política. Cualquier cosa que se acuerde quedará en agua pasada por mucho que el CIS diga que España es socialista y militante.
Prueba de la debilidad española es que ni siquiera el presidente cubano Miguel Díaz-Canel hizo escala en Madrid durante su maxigira por Rusia, China, Corea del Norte, Vietnam... Hizo escala en París y Londres. A Sánchez ya lo verá.
Pablo Casado ha estado brillante echándole en cara al socialista que quiera exhumar a Franco y se marche a Cuba a legitimar la transición del castrismo. Tan poco nos respetan los cubanos que la mansión que venía ocupando el embajador español en El Laguito, en La Habana, la ocupa ahora el nieto guardaespaldas de Raúl Castro. Al nuevo representante de España le han asignado otro sitio.