imón Al-lal era un polemista nato, guerrero por naturaleza, apasionado -como escribíamos en nuestra edición de ayer- en la defensa de su partido (el PP), de su familia, de sus negocios y de Melilla.
Su principal defecto fue siempre su lengua irrefenable, que se excedía a veces en el noble ejercicio de la libertad de expresión para rayar en los límites de la ofensa gratuita por innecesaria. Por el contrario, su principal virtud siempre fue su extrema lealtad a los amigos. Con su amistad demostraba que su defecto, esa lengua incontenible que más de una vez me hizo llamarle bocazas y no precisamente por su gusto por los chismorreos políticos, no tenía para él la misma consideración que en aquellos contra los que pudiera cebarse. Olvidaba con facilidad encontronazos que pudiera haber mantenido o incluso propiciado y demostraba siempre la misma amistad y afecto de los que también sabía hacer gala con la generosidad que igualmente le caracterizaba.
Su triste fallecimiento nos ha dejado a todos muy mal cuerpo y ha teñido de luto el inicio de este 2011. Mimón se había ganado un puesto en nuestra sociedad como el gran personaje que era, polemista hasta la saciedad, repito, pero también buen amigo, generoso en detalles y muestras de afecto hacia los que apreciaba.
Desde estas líneas me sumo al pésame que ayer este periódico trasmitía a su esposa Malika, a sus hijos y hermanos. Sólo la admisión de que Mimón se encontraba enfermo, extremadamente deprimido, nos permite comprender y hasta disculpar un triste final que nunca puede ser solución ante nada ni para nadie. Que incluso resultaba especialmente impropio de una persona como él que, si bien es cierto, había anunciado y comentado con anterioridad la posibilidad de tan dramática y estéril salida, nunca terminaba de convencer respecto de sus intenciones, precisamente por su carácter guerrero y luchador, tan impropio de quienes optan por la derrota o el lamentable suicidio.
De Mimón me quedo con todo lo bueno, con el apoyo que supo prestarme cuando lo necesité y también con algunas de las muchas peleas verbales que mantuvimos, quizás porque los dos competíamos en carácter y porque además teníamos mucha confianza para decirnos a la cara lo que pensábamos el uno del otro y viceversa.
Me apena tanto lo que ha sucedido como a muchos melillenses que siguen sin poder digerir su triste e injusto final. Me hace preguntarme incluso por mi propia responsabilidad, porque quizás no supe ver hasta qué punto estaba realmente enfermo. La depresión no es sólo un estado de ánimo, es y puede ser una gravísima enfermedad que trasmuta y anula a las personas hasta el extremo al que llegó Mimón. Vivimos tan deprisa, tan inmersos en tantos problemas a veces, que difícilmente tenemos tiempo para reparar en los demás como merecen.
Como muchos sólo deseo que Mimón descanse en paz y que su memoria, al día de hoy, no sirva, como está sirviendo ya, para iniciar nuevas guerras políticas. La intervención ayer del socialista Dionisio Muñoz respecto de su muerte es tan abominable como demostrativa de que no todo vale en política.
El socialista, en una reflexión que quiso edulcorar con un talante de bondad, acabó culpando ayer al equipo de Gobierno de la Ciudad Autónoma del suicidio de Mimón Al-lal, o cuando menos estableciendo una relación causa-efecto entre su muerte y una supuesta persecución al citado empresario por parte del Gobierno local del PP.
Es cierto que Mimón Al-lal gozó y perdió también muchos contratos con la Ciudad Autónoma. Que ya intentó un amago de suicidio, no exento de cierto teatro, cuando, hace meses, durante un Pleno de la Asamblea, se encerró en unos aseos de la Ciudad Autónoma, ingirió pastillas y hasta se ató las manos. Aquello sin embargo no sirvió de aldabonzazo para nadie porque más bien pareció un claro intento por llamar la atención.
Sin embargo, inferir de lo anterior que tras su muerte hay una responsabilidad política o que el Gobierno local deba dar explicaciones al respecto como ayer inquirió el socialista Muñoz, es sencillamente repugnante.
Mimón, en su desesperación de los últimos meses, había optado por aliarse con aquellos a los que antaño se enfrentó abiertamente e incluso acusó de haberle quemado alguno de sus coches particulares. Su situación, innegablemente, no era buena, pero ni justifica el suicidio ni admite que otros la usen para culpar al Gobierno del PP de su muerte. Es vergonzoso y carroñero actuar así y es un error que no favorece en mi opinión a Dionisio Muñoz sino, al contrario, lo desprestigia. En política no vale todo.