l El sociólogo Marcos R. Pérez González acaba de publicar el libro ‘El conflicto hispano-marroquí. Marruecos en la política exterior del Gobierno español, 1982-1996’ l Esta noche a las 20:00 lo presenta en el Salón de Grados de la UGR.
Marcos R. Pérez González trabaja como sociólogo en Melilla y también es licenciado en Derecho. En 2012 obtuvo el doctorado en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales por la Universidad de Santiago de Compostela con una tesis sobre las relaciones entre España y Marruecos. Ese trabajo ha sido la base del libro ‘El conflicto hispano-marroquí. Marruecos en la política exterior del Gobierno español, 1982-1996’, que presenta esta noche (20:00 horas) en el Salón de Grados del Campus UGR.
–Su libro abarca las relaciones hispano-marroquíes en los años de Felipe González como presidente. ¿Por qué ha elegido esa época en concreto?
–Es un periodo largo de gobierno, que incluye dos mayorías absolutas, las obtenidas por los socialistas en las elecciones de 1982 y 1986. En ese espacio de tiempo los socialistas crearon unos fundamentos con los que redefinieron la política española hacia Marruecos. Implantaron cambios de perspectivas y sustituyeron la política de equilibrio por otra más global. Todas esas cosas se pudieron hacer porque el mandato duró cuatro legislaturas, un tiempo amplio.
Desde entonces, esos principios han sido inamovibles y sólo ha habido algunos retoques bajo las presidencias de José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Por lo tanto, hablamos de una época trascendental en las relaciones entre España y Marruecos.
–¿Qué diferencias hubo entre esa etapa socialista y la anterior, bajo los gobiernos de UCD?
–La Transición fue una época de crisis económica importante. Aparte, España venía del franquismo, no era una democracia. Y un Estado no democrático tiene una política internacional con principios poco respetuosos en comparación con las democracias. Con UCD en el Gobierno se aprobó la Constitución vigente, pero la Transición finaliza realmente cuando el PSOE llega al poder. El Gobierno de UCD no pudo elaborar una política exterior seria hacia Marruecos a causa de la crisis interna que había en España. Entonces fueron los socialistas quienes hicieron un giro pro marroquí y este país se convirtió en un actor clave para la política exterior española.
–¿Cómo manejó el PSOE la situación de Melilla y Ceuta en sus relaciones con Marruecos?
–Lo primero que hay que decir es que el contencioso por las dos ciudades es unilateral, no bilateral. Es decir, lo plantea Marruecos a España, no es algo mutuo.
Los gobiernos socialistas se enfrentaron a este problema intentando aplicar una política de abstracción. Pensaban que podían mantener una buena relación de vecindad pese al contencioso planteado por Marruecos. Se puede hacer abstracción hasta cierto punto, pero es difícil obviar este asunto.
La consecuencia de esta política para Melilla y Ceuta es que las dos ciudades se sintieron mucho tiempo abandonadas por el Gobierno central, que no defendió adecuadamente sus intereses. Por ejemplo, el acceso al autogobierno se vio ralentizado por las trabas que ponía Marruecos. Y eso que el estatuto de autonomía tiene sólo 42 artículos, que son muchos menos que los del de Cataluña.
–¿Y qué tiene que decir del Sáhara Occidental?
–El Sáhara fue el peón sacrificado por el PSOE. El problema de este partido es que durante la Transición, antes de llegar al Gobierno, planteaba una política exterior muy ideologizada. Hay que recordar el mitin de Felipe González en Tinduf (Argelia), cuando se comprometió con el pueblo saharaui “hasta la victoria final”. Una vez en el poder, llegó el cambio, y en las relaciones con el Sáhara y Marruecos fue un cambio radical. Los socialistas dieron prioridad a la ‘realpolitik’ y empezaron a dejar de lado al Frente Polisario. Entonces empezó a haber un enfrentamiento muy fuerte a nivel dialéctico entre el Polisario y el PSOE. Es un tema no resuelto, lleva décadas pendiente y condiciona mucho las relaciones hoy.
–De hecho, España sigue siendo la administradora del Sáhara Occidental, según la ONU.
–Así es. A ojos del Derecho Internacional, España es la potencia administradora del Sáhara. Lo que hizo el Gobierno en 1976 fue eximirse de una responsabilidad, pero realmente nunca la perdió. Las relaciones hispano-marroquíes nunca serán plenas si colea el problema del Sáhara.
–¿Es más impedimento que el contencioso por Melilla y Ceuta?
–Marruecos nunca va a renunciar a Melilla y Ceuta, pero la gran causa nacional para ese país es el Sáhara Occidental. El contencioso por Melilla y Ceuta es un actor secundario en las relaciones.
–¿La colaboración entre los Gobiernos socialistas y Marruecos incluyó lo militar?
–Sí. Desde 1984, cuando comenzó la cooperación, se llevó también al terreno de lo militar. Se realizaron maniobras conjuntas, hubo visitas de militares marroquíes a España, etc. Y en 1989 se firmó un tratado de cooperación militar entre ambos países. El Frente Polisario, que entonces estaba en guerra con los marroquíes, porque hasta 1990 no se firmó la paz, vio esa cooperación como una ofensa contra ellos.
–Bajo la presidencia de González, qué ministro de Exteriores influyó más en las relaciones con Marruecos?
–En la primera etapa el ministro era Fernando Morán y fue el que imprimió el sello más personal a la política exterior en la zona.
Pero más importantes eran los embajadores en Marruecos o el Director General para África del Norte y Oriente Medio, un cargo que ha ido variando de denominación conforme han pasado los años. Por ejemplo, lo ocupó Máximo Cajal, que fue polémico porque tenía una postura “entreguista” sobre Melilla y Ceuta: llegó a plantear su cesión condicionándola a la plena “democratización” de Marruecos.
Miguel Ángel Moratinos también ocupó el cargo y asimismo Jorge Dezcallar, que luego fue director del CNI. Aparte, fue importante Miguel Sasot, que planteó la teoría del ‘colchón de intereses’, consistente en “aunar intereses para aunar voluntades”.