El joven asegura que está en España gracias a Cruz Roja y a la intervención de Acnur. El camerunés saltó la valla el 28 de marzo. Fue el único que logró entrar ese día en Melilla. Los inmigrantes denuncian la muerte de un maliense la semana pasada en el Gurugú.
bebe no quiere protagonismo. Tiene “unos 20 años” y a pesar de su corta edad, hasta hace poco más de un mes cocinaba para 300 personas en el campamento de Camerún en el monte Gurugú.
Su foto, subido durante cinco horas a una farola, dio la vuelta a España. Probablemente él es el único de los inmigrantes subsaharianos que se han subido a una farola y ha conseguido quedarse en Melilla. Y ese “milagro”, como él lo llama, fue posible gracias a que ese día estaba de visita en la ciudad una delegación de la Agencia de la ONU para los Refugiados. “Me subí a la farola porque querían echarme y bajé porque me convenció Cruz Roja”, afirma Ebebe.
Fue la representante de Acnur la que le aseguró que si bajaba de la farola se quedaría en Melilla y el joven lo hizo con el temor de ser devuelto a Marruecos. El resto de sus compañeros de salto, que se encaramó a la valla, fue entregado a la Policía marroquí bajo el amparo de la teoría que defiende el delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani, de que estar encima de la doble alambrada no significa haber entrado en España.
En cuanto el grupo de expulsados de Melilla pisó Marruecos, los gendarmes marroquíes los subieron por la fuerza a autobuses y se los llevaron a Rabat.
La experiencia del Gurugú
Ebebe salió de su Duala natal, la capital económica de Camerún, hace año y medio y nada más llegar a Marruecos, se incorporó al campamento camerunés en el Gurugú. “Lo peor de vivir en las montañas es que no puedes dormir. Todos los días, a las seis de la mañana, la Policía marroquí hacía una redada y teníamos que correr. Esa gente no es buena. Un chico de Mali murió la semana pasada porque lo persiguieron y cuando se vio acorralado se tiró por un barranco”, dice mientras recibe la aprobación del resto de compañeros del CETI que le acompañan durante la entrevista con El Faro.
Los familiares de los inmigrantes que fallecen en el camino a España nunca llegan a enterarse de que su hijo, hermano o marido ha muerto. “No les decimos nada, porque es mejor que crean que los han olvidado a que pasen por el dolor de no poder enterrarlo”, señala Ebebe a este diario.
El joven recuerda que cuando comían algo del cuscús marroquí o sopa que él cocinaba en el campamento del Gurugú, las raciones eran muy pequeñas y dependía de lo que conseguían los compatriotas que bajaban a pedir limosna en los mercados de Marruecos.
Ebebe cuenta que en el Gurugú, por el día mucha gente de otras nacionalidades se acercaba al campamento de Camerún, pero nunca se quedaban a dormir.
“Cada país tiene su programa para saltar la valla. Lo decidimos en grupo. Cada uno calcula sus fuerzas y al final se pone una fecha que se decide por mayoría. A veces alguno de nuestro campamento no saltaba porque estaba cansado de haber corrido con la Policía marroquí pisándole los talones, pero cuando ves que algún conocido lo consigue, eso te da fuerza, lo intentas y lo consigues”, comenta Ebebe a El Faro.
El testimonio de este joven camerunés se corresponde con el de otros inmigrantes subsaharianos consultados por este diario que aseguran que en el Gurugú hay hambre, sed, pero no hay ni mafias ni dinero, pese a la teoría del delegado del Gobierno y la Guardia Civil de que los subsaharianos saltan la valla animados por las redes que trafican con seres humanos.
Ebebe asegura que dejó Duala porque allí hay que pagar para conseguir un trabajo por el que se recibe un salario miserable.
En España le gustaría trabajar de cocinero en Madrid. Piensa que en la capital se le pueden abrir las puertas del cielo. Y cree que no irá solo porque otros compañeros que salieron de Duala con él también tienen ganas de buscarse la vida en Madrid como karatecas “o de lo que salga”. Ebebe cree que lo peor ha pasado ya. Ahora toca empezar una vida nueva.
“El CETI es mejor que vivir en el Gurugú: Eso es el infierno”
Su foto abrió las portadas de los diarios digitales de media España y cómo no, fue publicada también por El Faro. El joven del llanto estremecedor, que mostraba los puños tras la reja del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, se llama Medar-Soh y es camerunés.
El chico ha llegado a la ciudad tras saltar la valla por Barrio Chino el pasado día 3 de mayo. Y su reacción al ver que una cámara de fotos lo enfocaba fue mostrar los puños y romper a llorar. “Estaba feliz y quería darle gracias a Dios. Pasé un año y medio en el Gurugú y eso es el infierno”, comentó ayer a este diario.
Medar-Soh no es el único inmigrante subsahariano entrevistado por El Faro que a la hora de hablar de la vida en las montañas de Marruecos asegura, bajando la vista: “C’est l’enfer”.
Ahora está deseando salir del CETI para irse a Barcelona para intentar jugar la fútbol. “¿Hay racismo en Barcelona?”, pregunta.
Otro compañero de fatiga le contesta que lo mejor será ir juntos a Bilbao. “Los vascos son los únicos españoles que no son racistas. Dicen que no les importa darnos trabajo en las fábricas y las industrias”, comenta.
Pese a la saturación del CETI, Medar-Soh asegura que el centro es infinitamente mejor que el Gurugú. “Aquí duermes, comes y te lavas. En las montañas todo son desgracias”, dijo a El Faro.
El joven camerunés, de la ciudad de Duala, la más poblada del país, no sabe cuánto tiempo pasará en Melilla, pero tiene el presentimiento de que la mejor parte de su vida acaba de comenzar.
Pese al gesto guerrero de los puños que muestra ante las cámaras, Medar-Soh es un joven tranquilo que vino a Melilla con un grupo de amigos y la esperanza de un futuro mejor. El tiempo tendrá la última palabra.