Basta con darse un paseo por la zona del Centro de Menores la Purísima y el Cementerio Musulmán; las inmediaciones del río de Oro, junto al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI); la zona de cala Trápana, Horcas Coloradas, Pista de Carros, Palma Santa, Campo de Golf o la Carretera de Farhana para comprobar que el chabolismo vuelve a florecer en Melilla.
Tenemos chabolas en casi todos los rincones que históricamente se han prestado a ello, menos en Aguadú y Los Pinos, no porque a las personas necesitadas de cobijo en tiempos de coronavirus no les guste el campo, sino porque estos dos puntos les quedan lejos de todo y, en contraposición, los deja prácticamente junto a zonas militares.
Cuatro tablas, plásticos y un colchón recogido de los contenedores de la ciudad, ahora que no entra nadie de Marruecos a por ellos, es suficiente, en muchos casos, para montar una humilde morada donde huir del contagio de la COVID-19, que azota al CETI, o sencillamente, donde entanarse para pasar el día.
Hace poco, conversando con una amiga, me decía en términos absolutos, que “no hay un día igual a otro”. Discrepo. Yo creo que en nuestras vidas hay veces que los días se parecen mucho entre sí hasta el punto de hacernos dudar si lo que estamos viviendo hoy ya lo hemos vivido antes.
Seguramente coinciden conmigo los migrantes que cuentan los días para salir de Melilla en dirección a la península. Quieren encontrar el Aleph, un universo donde aspiran a retomar sus vidas por el punto exacto donde las dejaron cuando iniciaron el largo camino migratorio. Y eso es otro imposible. No porque los días no se parezcan entre sí, sino porque una vez que emigras, no vuelves a ser la persona que eras antes de ese viaje.
Así que mientras los días se repiten en la vida de muchos migrantes atrapados en nuestra ciudad, hay quienes optan por montarse por su cuenta su chabola para encontrar un poco de privacidad, sosiego, algo de paz y, si es posible, comodidad.
El problema es que junto a las chabolas nos encontramos también enormes basureros y eso es algo que, en estos momentos, no podemos permitirnos. Mantener a personas viviendo sin luz o agua potable es terrible. Aunque también lo es compartir zonas comunes en el CETI de Melilla con los positivos por COVID-19.
Este chabolismo nos sitúa, por tanto, ante un dilema moral. ¿Hacemos la vista gorda para rebajar el hacinamiento en el CETI o nos dedicamos a darle la brasa a las autoridades para que acaben de separar a las personas sanas de la contagiadas y levanten tiendas de campaña como se ha hecho siempre que el número de migrantes supera la capacidad de un centro que históricamente se ha quedado pequeño?
No sabemos si somos los primeros y los únicos que hemos reparado en el chabolismo, pero es evidente que aquí se junta la necesidad con la laxitud.
A veces se nos olvida pensar en que si la situación es difícil para muchas familias que ingresan dos sueldos mensuales, qué será de quienes no tienen para pagar el alquiler y tienen que montarse por su cuenta su casa de quita y pon. Es triste.
Si hace diez años nos dicen que íbamos estar peor, no nos lo habríamos creído.