Melilla vivió ayer uno de los pocos desfiles del Día de las Fuerzas Armadas que se celebran este año en España. El Ministerio de Defensa, abrumado por el síndrome de la austeridad, ha entendido que con medio país de capa caída y la otra mitad con temor a hacer aguas no está bien gastarse una millonada en que la patrulla Águila dibuje los colores rojo y gualda en el cielo. La decisión es, desde luego, sensata. Como también lo ha sido mantener el desfile en Melilla, sobre todo en un año en que el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) arroja entre sus muchas conclusiones que el sentimiento de españolidad ha ido a más en la ciudad autónoma. Para demostrarlo están los cientos de melillenses que abarrotaran ayer la Avenida para ver desfilar al Ejército. En muy pocas ciudades se engalana la calle principal con banderas españolas sin levantar ampollas. Melilla lo asume con total naturalidad, más allá de ideologías, susceptibilidades y complejos. El desfile y la exhibición de vehículos de combate organizado en la jornada de ayer, además de acercar a los melillenses a las Fuerzas Armadas, de homenajear el trabajo de nuestro Ejército, envía un mensaje subliminal a los nostálgicos y trasnochados que subestiman la españolidad de esta tierra. También a los que temen que no estemos tan seguros como creemos estar, sobre todo, en estos días en los que soldados de París y Londres han sufrido el ataque de integristas. Ayer daba gusto pasearse por Melilla poco antes de que iniciara el desfile. La Avenida era un hervidero de melillenses y de banderas. Familias enteras se hicieron sitio para ver desfilar a nuestras Fuerzas Armadas. Una vez más, Melilla saca lo mejor de sí sin esfuerzo y cuando tiene que hacerlo.