El esfuerzo presupuestario que cada año realiza la Ciudad para adecentar las fachadas de emblemáticos edificios del casco histórico queda en gran medida diluido por el impacto visual de la maraña de cables instalados sobre los edificios. En algunos casos al ‘atentado estético’ se suma el riesgo que puede representar el hecho de que los operarios de las compañías eléctricas, de telefonía o televisión no se preocupen de ‘recolocar’ los tendidos cuando por distintas circunstancias quedan colgado de las fachadas. Un paseo por la Avenida Juan Carlos I, como el que habitualmente realizan los cruceristas que llegan a Melilla, es suficiente para comprobar algunos casos esperpénticos. Cualquier ciudadano puede ‘admirar’ edificios sobre los que se ha realizado una importante rehabilitación, con inquilinos que colaboran en el mantenimiento de su buen aspecto y comerciantes que han hecho un esfuerzo para integrar sus negocios en el diseño arquitectónico. Sin embargo, la mayoría de estos edificios, por no hablar de la totalidad, ofrecen un aspecto de dejadez al exhibir un descuidado amasijo de cables sobre su fachada.
Otras ciudades con menos patrimonio arquitectónico tienen resuelto desde hace tiempo este problema. Por ello resulta sorprendente que este asunto en Melilla sea un tema olvidado cuando precisamente la ciudad pretende convertirse en un punto de atracción turística ‘vendiéndose’ como la joya de la arquitectura modernista en el norte de África. Melilla cuenta con suficientes argumentos para ofertarse como tal, pero necesitaría contar en este proyecto con la colaboración de los operarios de las empresas responsables de los tendidos para intentar que éstos pasaran lo más desapercibidos posible y tuvieran el menor impacto visual sobre la estética de los inmuebles. De este modo, las compañías demostrarían que además de sus cuentas de resultados también le importa la imagen que ofrece la ciudad en la que trabajan.