José Mateo alquiló un huerto para que su hija tuviese un entretenimiento, tras sufrir un grave accidente. Lo que empezó como un pasatiempos se ha convertido en una auténtica pasión.
José Mateo posa ante el fotógrafo de El Faro mostrando con orgullo dos calabazas gigantes de su propio huerto. “Esto es un alimento puramente ecológico”, afirma. Pero estas verduras no son, ni mucho menos, la mejor cosecha que ha recogido de su huerto ubicado en la granja Tramonti.
El mejor fruto que ha obtenido de ese pequeño terreno de plantación es la sonrisa de su hija Beatriz. “Sufrió hace dos años un grave accidente. Mientras cruzaba un paso de peatones le atropelló un coche y la arrastró casi 12 metros”. El accidente no sólo le dejó secuelas físicas: “Aparte de fracturarse una pierna estuvo entre cuatro y cinco meses que no quería salir de casa. Tenía miedo, estaba traumatizada”, señala.
Mateo veía el reloj pasar y las hojas del calendario caer. Necesitaba una solución. “No quería ver a mi hija triste y encerrada en casa”, manifiesta. Finalmente, internet le dio la clave. “Un día me puse con el ordenador y di con el blog ‘La huertina de Toni’”, recuerda. Ahí es donde descubrió el efecto terapéutico de la agricultura. “Me di cuenta de que la plantación de hortalizas ayuda a la integración en la sociedad”.
Huerto por alquiler
Después de leer en internet los beneficios del acondicionamiento de la tierra, no dudó, descolgó el teléfono y gestionó el alquiler de un terreno en la granja Tramonti. La autoestima de su hija Beatriz creció entre las flores y las verduras que cultivaba su padre. “Empecé con tomates y pimientos”. Ella me ayudaba a diario y así empezó de nuevo a socializarse”, explica. “El placer de cultivar con tus propias manos un alimento no tiene precio, es una actividad muy relajante”, afirma.
Con el paso del tiempo Mateo no sólo implicó a su hija en el huerto, sino a toda su familia. “Ahora también trabajan en el plantaje como hobby mi mujer y mi yerno”, afirma. “Está volcada toda la familia”, continúa.
No sólo la salud están a la cabeza de las razones para hundir las manos en la tierra. Mateo y todos aquellos que tienen sus propios cultivos se imponen de alguna forma a la soberanía alimentaria. “No es lo mismo comprar un tomate en el supermercado que recogerlo de tu propio huerto”, dice.
Cambio de perfil
Hoy en día, la horticultura ya no es sólo cosa de los mayores o del mundo rural. En el perfil de horticultor caben, según Mateo, los residentes de zonas urbanas, los jóvenes, así como gente con y sin estudios. Y se trata, de un fenómeno que, asegura, está aquí para quedarse. “Hace poco tiempo que los terrenos colindantes al mio han sido alquilados a familias con hijos pequeños”, cuenta. “Eso muestra que la tendencia del huerto sigue en auge.
Reconoce que los primeros contactos no son fáciles, pero con el tiempo “uno se hace con la dinámica”. Según Mateo, la tarea del cultivo depende de muchos factores complejos que van desde el sustrato, el sol o el riego. “Las dudas son muchas, pero entre todos nos ayudamos”, señala.
Mateo reconoce que antes de alquilar la parcela estaba desconectado de la naturaleza. No obstante, es mecánico y por ello no deja de ser un “manitas”. A día de hoy cultiva calabazas gigantes, tomates, pepinos, cebollas, melones y sandías entre muchas otras frutas y verduras. Todo ello en tamaños y recipientes insospechados, desde una botella de plástico al neumático de un vehículo o envases de yogur.