Es crudo y despiadado comenzar a desgranar estas líneas, siendo consciente que la naturaleza de los conflictos armados ha variado ampliamente y en el presente encaja a la infancia donde en ningún tiempo antes lo había consumado: en una espeluznante y escalofriante primera línea de fuego.
Los tentáculos de la guerra se resisten a inmortalizarse y se lucha en sectores urbanos entre la población civil ocasionando muertes y lesiones, no dejando piedra sobre piedra de las infraestructuras imprescindibles para garantizar el mínimo de acceso a los alimentos y el agua. Además, se incrementan las cifras de ataques a los centros educativos y hospitales.
Y, qué decir, del asedio de la ayuda humanitaria, convertida en arma arrojadiza que llega a ser mortífera. Las reglas internacionales y las pautas básicas de conducta que constan para salvaguardar a los civiles se quebrantan con impunidad.
Con lo cual, por activa y por pasiva, la infancia experimenta los efectos de esta predisposición de manera descabellada, porque casi una quinta parte de los niños y las niñas de la aldea global conviven en áreas perjudicadas por los lances beligerantes. Somos testigos por los medios de comunicación cómo los menores han de afrontar secuelas psicológicas y físicas injustificables, pasan hambre y son víctimas de indisposiciones que podrían evitarse y no frecuentan la escuela con asiduidad. De hecho, cada vez más niños y niñas corren el peligro de caer en la violencia sexual y del reclutamiento por parte de los grupos armados.
De suponer, que quienes dictaminan estos choques promovidos no serán violados, ni a su vez, vendidos, como tampoco temerán perder sus vidas, e incluso no truncarán su futuro para siempre. Si bien, la guerra en Ucrania tiene un impacto demoledor en los 7,5 millones de niños y niñas, las fatalidades humanitarias proliferan cada hora, mientras los acometimientos no cesan entre la infinidad de fallecidos, heridos y profundamente traumatizados por la violencia que los estrecha.
Con estas pinceladas preliminares, los niños y las niñas ucranianos son los más dañados por el ímpetu combativo y sus familias sobrecogidas, tienen miedo y buscan descorazonadamente seguridad y amparo ante el mayor riesgo de ser víctimas de la trata y la explotación.
En los últimos años de disputa se ha ocasionado un daño inmenso y duradero, y actualmente las intimidaciones se han acentuado conforme los hogares, colegios, orfanatos y hospitales han sido abordados hasta su desvanecimiento.
Superado el mes desde que se emprendiera la guerra, 4,3 millones de niños y niñas se han desplazado en el éxodo más vertiginoso desde la ‘Segunda Guerra Mundial’, lo que simboliza más de la mitad de la urbe infantil del país. Esta cuantificación incluye a más de 1,8 millones de menores que han transitado a las demarcaciones colindantes como refugiados y 2,5 millones han debido trasladarse en el interior de Ucrania.
Igualmente, en la última semana más de un millón se han visto forzados a huir, y ciento de miles de ellos son niños y niñas y muchos no van acompañados o han tenido que separarse inhumanamente de sus progenitores o parientes.
A decir verdad, los niños y las niñas que no cuentan con el respaldo apropiado de sus padres corren mayor riesgo de ser verdugos directos de la violencia, el abuso y la explotación más implacable. Cuando se les presiona a cruzar fronteras, los riesgos se reproducen. Amén, que la coyuntura de convertirse en víctimas de la trata se agrava durante las emergencias.
De ahí, que se reclame a las naciones más próximas y afectadas a que consignen la identificación y el registro inminente de los niños y las niñas no acompañados y separados que escapan de Ucrania, una vez que les hayan autorizado acceder a su territorio, ofreciéndoles espacios seguros tan pronto como cruzan los límites fronterizos, así como supeditarlos a los procedimientos de protección de la infancia.
Los acontecimientos reinantes demandan la intensificación urgente de la capacidad de los acuerdos de atención de emergencia, al objeto de aportar cuidadores selectos y otros servicios fundamentales para el socorro de los más indefensos, como de aquellos que advierten la violencia por razón de género o los componentes de búsqueda y reunificación de familias.
Para los niños y las niñas que no les ha quedado otra que entretejer la divisoria sin sus seres queridos, los acogimientos temporales y otros exclusivismos de atención comunitaria por medio de sistemas estatales deparan una protección primordial. Siendo inexcusable prescindir la adopción en la misma catástrofe o justo más tarde de un suceso de este calado. Por tal motivo, cuanto antes ha de agruparse a los menores con sus familias, siempre y cuando esta reunificación sea la elección más beneficiosa para ellos.
"Hoy por hoy, miles de marchas a pie ondean un sinfín de banderas azul y amarillo, o recorridos inacabables entre las arterias de un universo cosmopolita que enarbolan a una Ucrania entre lamentos y lágrimas, y muy apretado entre un abrazo colectivo a los más pequeños que dicen no entender lo que su inocencia aún no les desvela"
Cerca de 100.000 niños y niñas, la mitad de ellos con evidentes síntomas de incapacidad, residen en centros de atención institucional o internados en Ucrania. La mayoría disponen de familiares o tutores legales. A día de hoy, se han recogido numerosos informes y notificaciones de entidades que pretenden trasladarlos a recintos seguros en los estados contiguos o en otros más distantes. Toda vez, que en situaciones taxativas como las que se viven, las evacuaciones humanitarias son decisiones para salvar vidas y reportar a los interesados a sitios seguros, es vital tomar medidas específicas teniendo en cuenta su ganancia en la calidad vida y contando con el beneplácito de los progenitores o las personas responsables de sus cuidados.
Bajo ninguna fórmula, ha de retraerse a las familias en el proceso de una reubicación o movimiento de evacuación.
Los miembros legítimamente responsables de los niños y las niñas que permanecen en centros de Ucrania, deben asegurarse de que las salidas se materialicen de conformidad con los criterios de los representantes nacionales. Los traslados han de comunicarse a los agentes competentes tan pronto como los sujetos desalojados atraviesan los límites fronterizos y, en la medida de lo posible, tienen que ser evacuados con sus instrumentos de identidad y expedientes.
Es sabido, que la infancia sobrelleva los conflictos de manera diferente a como verdaderamente lo hace la población adulta, en parte, porque son más frágiles físicamente y se pone en juego el desarrollo físico, mental y psicosocial.
Las reverberaciones de los conflictos armados son desiguales en función de un elenco de peculiaridades particulares, entre las que se hallan especialmente el sexo y la edad. Sin obviar, sus probables discapacidades, como la etnia, la religión o la pormenorización de que cohabiten en franjas rurales o urbanas.
Ni que decir tiene, que las devastaciones catastróficas que originan las guerras en la infancia, no son exclusivamente muchísimo más imponentes que las que soportan los adultos, sino que a largo plazo guardan ramificaciones aciagas para los menores y las sociedades en las que sobreviven.
El cúmulo de experiencias de los niños y las niñas en este contexto aparejan un agudo factor de género. Los niños adolescentes se convierten en el blanco de las arremetidas por el desafío que constituyen y su potencial en la capacidad para el combate. En cambio, las niñas son habitualmente víctimas de violencia sexual. Los grupos armados suelen valerse de los embates a niñas y mujeres como táctica premeditada para perturbar a las comunidades. Además, estos ataques pueden alimentar la encomienda de arrastrar a importantes masas.
El amago que conjetura la violencia por razones de género no es simplemente real y viable, sino que favorece que se agrande aún más el rescoldo. Todo ello, inevitablemente limita la acción social de las niñas, incluyéndose la educación, la asistencia sanitaria, el acceso a la información y la realidad legal.
Según la Fiscalía de Ucrania, hasta la fecha se ha comprobado la defunción de 153 niños y más de 245 han resultado heridos de consideración. Y a la espera, figuran análisis para precisar los guarismos de víctimas infantiles en territorios de contiendas activas y en superficies transitoriamente ocupadas como Mariúpol y sectores de las regiones de Kiev, Lugansk y Chernígov.
No obstante, es presumible que la cantidad real sea mucho más alta.
En idéntica sintonía a lo anteriormente expuesto, en las últimas semanas la Organización Mundial de la Salud, OMS, ha desvelado 52 ataques contra edificios de atención de la salud. Calculándose que 1,4 millones de individuos están faltos de acceso al agua potable, mientras que otros 4,6 millones lo tienen condicionado o corren el riesgo de quedarse sin ella. Aparte, más de 450.000 niños y niñas de entre seis y veintitrés meses requieren ayuda suplementaria para su nutrición.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, más conocido como UNICEF, ha constatado una disminución en la cobertura de la vacunación sistémica e infantil, circunscribiendo la poliomielitis y el sarampión. En breve, esto podría redundar en brotes de padecimientos que se remediarían con inoculaciones, necesariamente en las circunscripciones superpobladas donde la muchedumbre se protege de los episodios violentos. En Ucrania, UNICEF ha facilitado entregas a varios centros médicos de nueve ciudades, entre ellas, Kharkiv, Kyiv, Lviv y Dnipo y ha optimizado el acercamiento a madres con niños y niñas recién nacidas en los servicios de atención de la salud, continuando con la distribución de agua y productos de higiene a las comunidades sitiadas.
Por otro lado, se amplía la cuantía de equipos móviles de protección de la infancia que colaboran a destajo en las comarcas donde el conflicto es más vehemente, destinándose varios camiones con dotaciones vitales para satisfacer los menesteres de más de 2,2 millones de personas.
Al mismo tiempo, con la finalidad de atender a millones de niños, niñas y familias que han escapado del horror de Ucrania, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, en inglés ACNUR, y UNICEF, en colaboración con las administraciones y organizaciones de la sociedad civil, han establecido puntos azules en los que se proporciona información para quienes viajan, al igual que la identificación de los niños y las niñas no acompañados y separados y se asegura su custodia.
Los puntos azules ya se han dispuesto en estados que hospedan a niños y niñas y mujeres de Ucrania y continuarán amplificándose en los próximos días. Pero, a pesar de los esfuerzos incesantes para afianzar un acceso humanitario inviolable, resuelto y sin complicaciones, siguen existiendo contratiempos significativos en las localidades más destruidas.
En relación al sistema sanitario ucraniano, se ha restringido arduamente cualquier vía a los servicios, hasta desatarse la necesidad apremiante de tratar lesiones traumáticas y afecciones crónicas. Las infraestructuras sanitarias desmanteladas y las cadenas de abastecimientos médicos inactivos predicen una ardua amenaza para millones de personas.
Cerca de 7 millones de sujetos están desplazados internamente y el conjunto que han huido a las naciones más inmediatas se aproxima vertiginosamente a los 4 millones. Esto se interpreta que uno de cada cuatro ucranianos está desplazado porque no le ha quedado otra para sobrevivir, lo que recrudece el entorno de quienes padecen afecciones no transmisibles.
Valorando los datos proporcionados por la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, uno de cada tres desplazados internos sufre una enfermedad crónica. Así, numerosos hospitales se han reasentado para cuidar a los heridos, una variación que se provoca a costa de los servicios esenciales y la atención sanitaria primaria.
Se estima que, poco más o menos, la mitad de las farmacias de Ucrania han quedado cerradas de cara al público, y muchos trabajadores sanitarios están apartados o no pueden desempeñar sus labores con normalidad.
Por lo demás, no son pocos los locales sanitarios que están junto a las líneas de conflicto o se atinan en zonas de control. El resultado no puede ser otro: acceso reducido o prácticamente nulo a los medicamentos y profesionales de la salud y, como no, los tratamientos de las enfermedades crónicas están en suspenso. Y por si fuera poco, la vacunación e inmunización de la crisis epidemiológica se ha estancado.
Un antecedente que perfectamente evidencia lo anteriormente fundamentado: con anterioridad a la invasión de Ucrania, al menos, 50.000 personas recibían alguna dosis contra el virus, ahora, entre la horquilla del 24 de febrero y el 15 de marzo, respectivamente, únicamente se vacunaron 175.000 individuos.
En paralelo a las reseñas anteriores, hasta el 22 de marzo la OMS había identificado sesenta y cuatro incidencias de ataques a la atención sanitaria en veinticinco días, que produjeron 15 extintos y 37 heridos. O lo que es igual, dos o tres irrupciones diarias. La agencia de la Organización de las Naciones Unidas tacha estos ataques en los términos más implacables. Y como tales, son un quebrantamiento del Derecho Internacional Humanitario y una estrategia de guerra preocupantemente repetida, porque arrasa con infraestructuras críticas, y lo que es más execrable aún, acaba con las mínimas esperanzas de personas vulnerables de por sí y de un cumplimiento que es el contraste entre la vida y la muerte.
Con lo cual, la atención sanitaria no es y jamás debería ser un objetivo de quiénes hacen uso de las armas más letales.
Hoy por hoy, un único kit médico puede salvar ciento cincuenta heridos, por eso lo que se reparte responde a los condicionantes de la gente sobre el terreno de la guerra más monstruosa, donde los tenaces sanitarios se ocupan sin tregua en circunstancias inconcebibles.
Luego, un equipo de profesionales sanitarios capacitados puede, con un kit de traumatología de la OMS que incluye material quirúrgico, consumibles y antisépticos, proteger muchas vidas. En otras palabras: la entrega de diez kits de este modelo encarna preservar 1.500 vidas.
"De suponer, que quienes dictaminan estos choques promovidos no serán violados, ni a su vez, vendidos, como tampoco temerán perder sus vidas, e incluso no truncarán su futuro para siempre"
Como parte de un convoy de las Naciones Unidas, se llegó a Sumy, en el Noroeste de Ucrania, con suministros médicos críticos dispuestos para tratar a 150 pacientes traumatizados y procurar atención sanitaria primaria a 15.000 enfermos durante tres meses.
Entre otras de las entregas a los centros de salud se hallan máquinas de ventilación pulmonar artificial, un analizador hematológico, tanques de oxígeno líquido a granel y cilindros criogénicos e indumentarias de protección química.
Mismamente, se han desenvuelto más de veinte equipos médicos de emergencia en Ucrania, la República de Polonia y la República de Moldavia para surtir formación y atención médica especializada que mejoren los servicios existentes.
En consecuencia, llegó aquel instante sombrío en que ya nadie titubearía lo más mínimo sobre las zarpas de una guerra sin justificación y ante un sufrimiento desgarrador: la invasión rusa dejó de ser un presagio en las noticias, porque aquello era real. Los asaltos o las sirenas, como los bombardeos y el cataclismo que no acaba, eran la prueba fehaciente.
La ofensiva rusa se fragua en asesinatos masivos en serie y espolea a las personas a enfrentarse a un dilema: marcharse o exponerse a morir.
Decidida la disyuntiva envuelta en una extraordinaria complejidad, el escenario es caprichoso a uno y otro lado de la frontera con los estados adyacentes y las incertidumbres son otras, a cuáles más la mejor, o tal vez, la peor: ¿Qué itinerario seleccionar? O, quizás, ¿cuál es el que ofrece mayores garantías? ¿Cuál es el mejor margen colindante para salir? Y, por último, ¿qué es indispensable llevarse y lo que allí se queda, que nunca más se recuperará?
A pesar de todo, en pocas semanas se pusieron a disposición centros de tránsito donde los recién venidos comiesen y durmieran algunas horas. Las donaciones de colchonetas, mantas, ropaje, carritos de bebé o artículos de higiene o alimentos se desbordaron y envolvían las necesidades más elementales. Las mallas ciudadanas, instituciones no gubernamentales y religiosas que se encomendaban a la atención de la infancia y personas mayores, tomaron la iniciativa para encauzar la ayuda.
Y es que, en pocas semanas, esta conflagración ha ocasionado una hecatombe para los niños y las niñas de Ucrania, que se han convertido en refugiados casi cada segundo, en un travesía incógnita que no saben dónde ni cuándo concluirá. Apremiando imperiosamente a la paz, la protección y sus derechos.
De ahí, el reclamo en estas líneas de un alto al fuego inmediato.
Porque las infraestructuras básicas de las que penden los niños y las niñas, incluyéndose los hospitales, escuelas y construcciones en los que se cobija la población civil, bajo ningún concepto tendrían que ser el punto de mira para su demolición.
Este alud de apoyo que no tiene precedentes y que ha animado a miles de ciudadanos a trasladarse a los países de primera acogida para donar lo mejor de sí, la solidaridad, hace acrecentar la alarma del tráfico de personas.
A todo lo cual, miles de personas acceden cada jornada por puestos fronterizos saturados, y aunque el protagonismo incuestionable de las organizaciones internacionales conlleva una mejor atención de los desplazados, el curso de las eventualidades está lejos de ser controladas. Los especialistas saben de buenas tintas que esta particularidad es el caldo de cultivo perfecto para quienes manejan a su libre albedrío todo tipo de artimañas, con la ambición de sacar tajada de los más desamparados.
Y al hilo de lo anterior, ACNUR, relata este entorno deleznable como ‘el ensueño de los traficantes’, y los niños y niñas no acompañados están en manos de sucumbir en las garras de la infamia.
Finalmente, por muy duro y viejo que ello resulte, el corazón del ser humano nunca estará lo suficientemente capacitado para asimilar con la resiliencia lo que en estas últimas semanas acontece con la barbarie de la guerra, por eso no puede quedar al margen de esta disertación, la respuesta humanitaria descomunal de los países vecinos que se han visto desbordados por esta crisis y de otros que quedan separados por miles de kilómetros, como es el caso de España, que hace que la distancia no sea un obstáculo o impedimento, ejemplarizando la solidaridad consustancial de los españoles, hasta representar uno de los mayores valores y fortalezas de unidad con el pueblo ucraniano.
Como tampoco, las cientos por miles de marchas a pie ondeando un sinfín de banderas azul y amarillo, o envueltos o vestidos en las mismas, o recorridos inacabables entre las arterias de un universo cosmopolita con expresiones y cánticos que enarbolan a una Ucrania entre lamentos y lágrimas, y muy apretado entre un abrazo colectivo a los más pequeños que dicen no entender lo que su inocencia aún no les desvela.