Desde su recalada por segunda vez al Despacho Oval, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump (1946-78 años), ha desplegado sin complejos un rosario de medidas proteccionistas que auguran hacer ajustes o cambios en el comercio internacional.
En un marco de tensiones in crescendo, el mandatario norteamericano ha apostado por aranceles y una retahíla de advertencias explícitas con la premisa de reequilibrar, lo que contempla como engarces comerciales descabellados y bajo la artimaña de ’América First’, se traduce mejor que por ‘América primera’, por ‘América lo primero’, se quiebran las reglas de juego elementales, al valerse del potencial económico y militar para amenazar a diestro y siniestro a los países que a su criterio le son agravantes.
Con lo cual, la ‘guerra comercial’ está al descubierto y los sobresaltos de la economía mundial han comenzado a soltarse una tras otra con una acrobacia de aranceles. La firma en pocos días de las órdenes ejecutivas que atribuyen aranceles del 25% a las importaciones de Estados Unidos Mexicanos y Canadá y del 10% a la República Popular China, se han topado con el rehúso inadmisible de los perjudicados, que por otro lado no hay que olvidar que son los principales socios comerciales de Estados Unidos.
Paralelamente, la Unión Europea (UE) ha avisado que no permanecerá de brazos cruzados, si Washington impone más sus productos y el Reino Unido y Japón no se han quedado atrás en las voces críticas, indicando los alcances consecuentes en la economía global. Horas más tarde de recibir la comunicación de Estados Unidos, los afectados en curso han mostrado su rebote de manera fulminante.
Primero, el primer ministro canadiense, Justin Pierre James Trudeau (1971-53), declaró que su Gobierno impondrá gravámenes iguales a las importaciones norteamericanas, una medida que según ha indicado la Administración de Trump, comprenderá como resultante que los aranceles sean todavía superiores.
Segundo, después de que Trump culpase a su Ejecutivo de mantener una “alianza intolerable” con los cárteles del narcotráfico, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo (1962-62 años), estableció “implementar medidas arancelarias y no arancelarias en defensa de los intereses de México”. Y tercero, para el gigante asiático las tarifas dadas por Estados Unidos “socavarán la futura cooperación en materia de control de drogas”, que es la evidencia manejada por Trump para fundamentar los impuestos a sus socios.
Como he subrayado inicialmente, la Unión pretende tomar la delantera con una respuesta contundente, si el republicano impone una subida arancelaria a los bienes que el bloque comunitario exporta a Estados Unidos. Al tiempo, que deplora las órdenes suscritas contra Canadá, México y China. En tanto, la Agencia de Información COLPISA sostiene en un mensaje que “la UE está firmemente convencida de que los bajos aranceles aduaneros promueven el crecimiento y la estabilidad económica”.
Dicho esto, para ir encajando las piezas de este puzle irracional que formula Trump para la economía, es preciso detenerse brevemente en el término de ‘guerra comercial’, gravitando en el acogimiento por parte de uno o varios actores de tarifas u obstáculos al comercio con uno o varios estados terceros. Obviamente, esta expresión es contraria del ‘libre comercio’. De hecho, por norma general los economistas consideran que este prototipo de guerra apenas es beneficiosa, con un enorme influjo destructivo sobre el bienestar social y económico de los países envueltos. No obstante, los politólogos contemplan el peligro que presume una ‘guerra comercial’ como una ayuda a la hora de conseguir asignaciones de otros tipos.
“¡Vaya paradoja! Trump, hace saltar por los aires con un vuelco de timón la política exterior embadurnada de proteccionismo. Algo que comienza a implementar como táctica ordenadora, cuando denota alineamientos extremados en términos geopolíticos”
Retrocediendo en el tiempo, el año 2018 era testigo directo de la génesis de una ‘guerra comercial’ emprendida por Trump, redundando prácticamente en todos los territorios, desde los más próximos de los Estados Unidos hasta la UE, pasando por la Federación de Rusia y China. Y es que durante el transcurso de su campaña electoral, el entonces aspirante hizo alarde de una hipotética ‘guerra comercial’, poniendo el acento sobre la ilógica conveniencia de productos chinos vendidos en el mercado americano.
Se calcula que el déficit productivo de los Estados Unidos con China supuso 500.000 millones de dólares norteamericanos anuales, lo que acarreó un incremento súbito tanto en la tasa de desempleo como en la deuda. Si bien, en similitud con el déficit comercial, lo que más encrespaba a Trump era injustificado en la anomalía de los derechos de propiedad intelectual de las sociedades norteamericanas.
A este respecto, el presidente americano manifestó que según la legislación china, las entidades extranjeras únicamente podían ingresar en el mercado chino si establecían un acuerdo temporal de empresas con sus pares locales. Esta demanda dejaba a las empresas chinas adherirse como pez en el agua a las tecnologías de sus partners estadounidenses. Y como conclusión, Estados Unidos veía dilapidados al año 300.000 millones de dólares.
Ya inmerso en lo que habría de venir, Trump puso en escena su primera arremetida contra los paneles solares y lavadoras, castigando con impuestos del 30% y 20%, respectivamente. Como ejemplo, el productor de lavadoras debía de costear una imposición del 20%. O séase, 1,2 millones de máquinas exportadas a los Estados Unidos y un gravamen del 50% si la cantidad era superior. Sobraría mencionar que este escenario no solo repercutiría a China, sino que a la par a México y Corea del Sur, ambos importantes exportadores de este electrodoméstico. Posteriormente, la segunda acometida no tardaría en llegar, en este caso contra el sector metalúrgico: los aranceles de importación respectivos al acero y aluminio se elevaron un 25% y 10%.
Trump no dio su brazo a torcer alegando al pie de la letra: “nuestros sectores del acero y aluminio han sido destruidos durante décadas por malas políticas y comercio desleal con países de todo el mundo”. Los aliados preferentes de Washington, llámense Australia, Canadá, Japón y los países de la UE, en principio recibieron una prórroga, pero de inmediato se extinguió y causó medidas de desagravio. Ante esto, el Ejecutivo Comunitario impuso un impuesto del 25% sobre los productos habituales americanos que representó la suma de 2800 millones de euros.
Los economistas contrastaron este contexto económico con la Gran Depresión de los años treinta. Las connotaciones predominantes de esta crisis financiera recayeron en las recetas proteccionistas comerciales adquiridas por el presidente Herbert Clark Hoover (1874-1964). Su estrategia arancelaria descalabró y mutiló más de veinte mil artículos introducidos en Estados Unidos y disminuyó la cuantía de exportaciones, saltando de 2300 a 784 millones de dólares al año. Y como derivación, la parcela industrial hubo de pagar una espinosa recesión que más tarde se profundizó al mercado de valores y los bancos americanos.
No es baladí que desde hace tiempo exista inquietud sobre el efecto mariposa nefasto de las trabas comerciales infligidas por Trump, demostrándose que estos recelos no eran ficticios. Además, las políticas comerciales han proporcionado quebraderos de cabeza a la Administración estadounidense.
De lo anterior es preciso ceñirse como muestra de lo hilvanado, del productor de motocicletas Harley-Davidson, al informar de la marcha de su centro de fabricación fuera de los Estados Unidos, con la intención de sortear los aranceles aplicados en forma de desquite y que acabarían costeando sus clientes occidentales. Este hecho se convirtió en un martillazo para Trump, que prometió forzar a las principales empresas a volver. Aunque el propietario de Jack Daniel’s, una destilería y marca de whiskey, no reubicó su producción fuera, previno de la subida del 10% en los mercados europeos.
Simultáneamente, varias empresas se vieron dañadas gravemente por los efectos desencadenantes de los coletazos de la ‘guerra comercial’. Ejemplo de ello es la compañía Monsanto, empresa multinacional productora de agroquímicos y biotecnología destinada a la agricultura, o entre otras, Walmart, Apple, Nike, Tesla, Boeing, Ford, General Motors, etcétera.
Mientras, Trump, quien se reivindicó para la carrera a la presidencia como republicano, inicialmente había sido demócrata e incluso dejó su huella como miembro del Partido de la Reforma, objetivamente iba contra corriente de sus camaradas, quienes tradicionalmente defendieron el libre comercio. En seguida, empeoraría las discusiones afines con la política interna que con anterioridad se habían declarado durante las disensiones habidas en el Congreso sobre la modificación tributaria y la abolición de la Ley de Sanidad. Tal es así, que no solo los integrantes demócratas de la oposición, sino de igual forma, algunos colegas republicanos, se contrapusieron a las proposiciones de Trump.
Ciñéndome más en China y con la que cerraré esta exposición, el mandatario estadounidense ha repetido que quería variar el mecanismo reinante del comercio mundial, pero en contestación recibió un sinfín de desaprobaciones de expertos financieros por no comprender los principios esenciales. El contrapeso comercial no estriba de los volúmenes físicos de las exportaciones e importaciones, sino de la envergadura de la economía nacional. Cuanto más amplia sea ésta, más bienes y servicios demandarán los ciudadanos. Y debido a la disminución en los impuestos y al aumento en el coste presupuestario, la demanda interna crece y los productores norteamericanos, inversamente a los cómputos de Trump, no pueden complacer a los consumidores. Luego, es inabordable negociar la economía sin importaciones. En este momento, el escepticismo reside en qué bienes importar y de qué naciones estaríamos hablando. En la especulación, tal vez, el déficit comercial entre China y Estados Unidos puede decrecer a cero.
En este caso, a Estados Unidos le incumbe importar bienes de otros puntos territoriales y se deduce que continuarán siendo de origen chino. El contraste es que lo realiza con el suplemento de los costes y aranceles extras de un tercer estado. Atreviéndome a plantear que el empecinamiento con el déficit no tiene argumentos. Por ende, el déficit comercial en sí no es tan terrorífico como se juzga, ya que Estados Unidos posee una conjunción ampliamente fiable y con ello proseguirá captando capitales al país.
Llegados a este punto de la disertación, lo que más desalienta a Trump es que sus políticas no han conseguido atajar el esparcimiento económico de China. La alternativa china ‘Una franja, una ruta’ y el plan ‘Hecho en China 2025’, son dos importantes estrategias nacionales. La primera abarca como aspiración instaurar corredores de transferencia para la exportación de bienes al viejo continente; y la segunda, se enfoca a desplegar tecnologías vanguardistas dentro de los límites fronterizos nacionales.
Como se aludió en la estrategia ‘Hecho en China 2025’, el estado asiático prioriza como meta intensificar la productividad de componentes y materiales esenciales en un 70%. Como es sabido, la Dirección china ha consignado decenas de miles de millones de dólares a estas estrategias, aparte de cientos de miles de millones de dólares provenientes de caudales privados.
Estados Unidos valora que su dominio económico se ha visto desafiado, fruto de la estrategia anteriormente citada, apreciándose que el PIB de China sobrepasará al de los Estados Unidos dentro de unos años, ya que este país ya no estará condicionado por los productos americanos y sus productos se exportan más que sus pares en el mercado europeo. E independientemente de las medidas que decida Estados Unidos, China está dispuesta a dar continuidad a su política implantada. Conjuntamente, incluso mucho antes de la ‘guerra comercial’, la Administración china había suprimido progresivamente que los principales productores implementaran transacciones comprometidas en el círculo extranjero.
Para localizar mercados superpuestos a las importaciones norteamericanas y soslayar la carestía de productos, China ajustó, e incluso prescindió, de las limitaciones a los productos de numerosos países, fundamentalmente, los asiáticos. La tirantez entre China y Estados Unidos persiste desde hace mucho tiempo, lo que beneficia a otras naciones. La UE se ha aproximado a otros proveedores y compradores chinos y Rusia negocia su gas natural con quienes no pudieron adquirir combustibles en su día de los Estados Unidos. Todo ello sin soslayar, que China optimiza a renglón seguido las leyes y normas para vigorizar el patrocinio de los derechos de propiedad intelectual.
Aunque algunos expertos piensan que China está meditando retrasar los tiempos dispuestos de 2025 a 2035 para los planes estratégicos pronosticados en el proyecto ‘Hecho en China 2025’ y comprimir la inversión estratégica a nivel estatal, el Gobierno no ha comunicado oficialmente esta medida. Amén, que los economistas ya han indicado que este entorno fluctuante favorece a China.
En el contrapunteo incesante entre China y Estados Unidos, Alemania y Japón han desbancado a los americanos como el actor relevante en el mercado chino de automóviles. Los importes más elevados de los metales han dado origen a un ascenso manifiesto en los precios de producción, lo que ha funcionado de presión sobre las compañías norteamericanas.
De la misma forma, es errónea la aseveración de que China disminuirá las inversiones en la estrategia ‘Hecho en China 2025’. Conforme su economía se desacelera, las reglas de juego urgen a mejoras. Su prioridad radica en redistribuir el presupuesto entre las parcelas desprovistas y anular las inversiones en proyectos no provechosos. La llamada ‘guerra comercial’ no es sino la continua subida de imposición de aranceles y gravámenes específicos a productos y manufactura originales de los estados enfrentados, dibujándose la intensidad del desafío para la economía que entrevé esta colisión entre las dos locomotoras económicas del planeta.
No quisiera pasar por alto la relación entre Estados Unidos y la UE, que regularmente ha sido, aunque con algunas fragosidades, la más compacta de la órbita internacional. Ni que decir tiene que Estados Unidos es el principal aliado en política, economía, diplomacia y defensa. Ambos toman parte del patrón económico, político, cultural y de la principal organización de defensa colectiva como es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Pese a que en la ‘relación transatlántica’ se han producido varios topetazos tildados con Trump, con la Administración recientemente estrenada, no sólo han aflorado condenas dialécticas en el seno de la Alianza Atlántica con relación al fallo de los países miembros en destinar el presupuesto requerido en Defensa, sino que se ha emprendido en toda regla un amago de guerra arancelaria.
La mayor erosión con la UE es la transferencia inexcusable de tecnología al Gobierno, principalmente, por parte de entidades de productos estratégicos como las de farmacéuticas, hidrocarburos y de la industria automotriz asignada por las leyes. Esta situación genera una atmósfera de competitividad desleal e indisposición directa a las leyes de comercio. La inversión inmediata de capital chino en industrias y productoras críticas en la Unión ha inducido que se levante un cúmulo de quejas, solicitando más vigilancia e incluso vetos sobre estas inversiones en campos definidos por materias de Seguridad y Defensa.
La carencia de protección de derechos intelectuales o patentes, son puntos igualmente de fricción de la Unión, que intenta forjar mediante la diplomacia un medio propicio para el empuje de las conexiones comerciales igualitarias entre ambos estados, tal como se concreta en las diversas directrices y planes europeos relativos al fondo en cuestión. Así, la ‘guerra comercial’ no se circunscribe exclusivamente a Estados Unidos y China, sino que otras terceras partes la sobrellevan e incluso contribuyen agudamente en ella, según les interese. Pese a la coyuntura agorera de las últimas semanas, la UE puede cosechar algunos provechos si logra maniobrar convenientemente y eludir las imposiciones arancelarias y conserva el mercado abierto.
“Hoy, los mercados lidian como pueden la onda expansiva de los aranceles que Estados Unidos está dispuesto a señorear como bandera. Un artificio a la que pocos economistas le ven un recorrido saludable económicamente y adelantan que tarde o temprano, lastrará a la aldea global, incluido al ciudadano norteamericano”
De tensarse más la cuerda entre China y Estados Unidos, al ser la UE el socio principal de ambos, podría beneficiarse por motivos de una redistribución del flujo de comercio. Dicho de otro modo: para obviar el quebranto derivado de los aranceles, tanto China como Estados Unidos podrían vender productos con fuertes gravámenes al mercado occidental, pero mayormente importar productos desde el continente europeo.
Finalmente y a criterio de los analistas, si hasta este momento los inversores avistaban la advertencia de nuevas tarifas como un instrumento de negociación del ejecutivo norteamericano para alcanzar sus propósitos, por lo que venían evitando las mismas, la confirmación de que los aranceles puedan ser establecidos, causará abundante volatilidad en los mercados, fundamentalmente, en los activos de mayor riesgo, como es el caso señalado de la renta variable.
Una volatilidad a modo de frecuencia e intensidad que podría ir a más en un horizonte temporal, si la Administración de Trump no da señales de al menos recular en su accionar y persiste con la voluntad de implementar más tarifas a otros estados, entre ellos, la UE. Habrá que entrever hasta dónde quiere llegar con sus intervenciones en materia comercial y si está preparado para digerir una presumible convulsión de las bolsas, de la que concienzudamente atiende al milímetro, al valorarla como un centelleo real de su gestión.
Según diversas apreciaciones de los estrategas, unos aranceles del 10% sobre los productos europeos truncarían entre el 1% y 2% los beneficios por acción. Aunque hoy Europa ha esquivado los aranceles norteamericanos, puede que no salve la volatilidad. El pánico a un incremento de los aranceles podría contener el repunte presente e inducir a una subida manifiesta de la volatilidad. Curiosamente, según ha apuntado en su red social, Truth Social, Trump afirma que es conocedor de los riesgos y de que sus medidas producirán literalmente “dolor” en Estados Unidos, pero está convencido de que el producto recogido “merecerá el precio a pagar”.
En consecuencia, no es novedoso que tanto las incertidumbres como los riesgos estén al orden del día, aunque Trump parece haber quitado el pie del acelerador tras lanzar el órdago de amenazas con amotinar una espiral devastadora para la economía, por ahora da la sensación, al menos es lo que se aprecia, de estar desactivándose la que podría ser la mayor perturbación brusca de la economía desde la que ocasionó Rusia, días después de que reconociera dos repúblicas ucranianas separatistas e invadiera Ucrania (24/II/2022) y las subsiguientes baterías de sanciones que le cayeron y continúan incidiendo a gran parte de su economía, a los oligarcas rusos y a miembros del Gobierno, si Trump acaba o cuando lo estime oportuno, llevar a término sus amenazas que abrumarían en una recesión a muchas economías por tamaño del PIB nominal.
Trump ha hecho público sin pelos en la lengua, la que podría ser la mayor disrupción de potencial demoledor para la economía mundial y perjudicial para la estadounidense, echando piedras sobre su propio tejado, que por difundida a bombo y platillo y ser controvertible a nivel general, en opinión de los observadores va a ser menos arrolladora. Para ello ha fraguado un peligroso repique económico nacionalista, explotando las tasas como arma arrojadiza de política exterior para amedrentar a países que califica adversarios e impresionar con su agenda a los aliados en materias que van desde la inmigración a los engranajes multilaterales.
Hoy, los mercados lidian como pueden la onda expansiva de los aranceles que Estados Unidos está dispuesto a señorear como bandera. Un artificio a la que pocos economistas le ven un recorrido saludable económicamente y adelantan que tarde o temprano, lastrará a la aldea global, incluido al ciudadano norteamericano. Y mientras tanto, China contiene el pulso candente a Trump y busca la calma, echando mano irónicamente de sus aranceles para no caer en el torbellino de la tormenta arancelaria. ¡Vaya paradoja! Trump, hace saltar por los aires con un vuelco de timón la política exterior embadurnada de proteccionismo. Algo que comienza a implementar como táctica ordenadora, cuando denota alineamientos extremados en términos geopolíticos.