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La promoción de 1992 del colegio La Salle se reunió ayer para su puesta de insignias, un cuarto de siglo después de dejar el colegio. La emoción fue la protagonista del día
Nostalgia, recuerdos de patio de colegio y mucho cariño. Eso fue lo que se sintió ayer en el salón de actos del colegio La Salle, donde los alumnos de la promoción de 1992 volvieron a encontrarse 25 años después para su segunda puesta de insignias. Luis Alpuente, uno de aquellos estudiantes, fue el encargado de ofrecer un discurso que emocionó a los que compartieron con él horas de pupitre, estudio, juegos y experiencias.
Alpuente también había sido hace 25 años el encargado de la lectura y por eso sacó el texto que leyó en aquel momento y volvió a recitarlo frente a unos amigos, con más años, pero con la misma ilusión que en 1992.
Los exalumnos, que habían aprovechado la mañana para recorrer los rincones donde crecieron y comenzaron a ser las personas en las que ahora se han convertido, fueron subiendo al escenario uno a uno para la imposición de la insignia. Unos de manos de antiguos profesores, otros de familiares o de amigos, con la ficha del colegio proyectada detrás.
El hermano Crescencio no pudo faltar en este acto y quiso dedicar unas palabras a ese grupo de jóvenes que fueron sus alumnos hace ya un cuarto de siglo. Les pidió, sobre todo, ser buenas personas y tuvo tiempo, incluso, de leer un poema que escribió hace 25 años a una de aquellas alumnas que ayer se sentaba en el salón de actos con sus antiguos compañeros y que no pudo evitar emocionarse con las palabras del hermano.
Esta promoción tiene una nueva cita en ese mismo lugar dentro de 25 años, cuando se cumpla medio siglo desde que salieron de aquellas aulas para comenzar sus vidas de adultos. Entonces, tendrán para entonces más arrugas, pero las mismas ganas de volverse a encontrar.