Hace muchos años, mientras yo cumplía mi servicio militar en la Desinfección Vizcaya (Sanidad), recuerdo a mi padre, lector empedernido y amante de nuestra Historia, comentarme que en Melilla hubo un joven oficial de Marina, al que apodaban ‘Almirante de la Mar Chica’. Y en la actualidad releyendo ‘La Marina de Guerra en África’, publicado en marzo de 1928, me vino a la memoria las charlas de mi padre sobre aquél joven marino. Si me lo permiten, yo creo que vale la pena que conozcamos una parte de ese hecho de armas, llevado a cabo muy cerca de nuestra ciudad, en los aciagos días de julio de 1921, para nuestro Ejército. Y dice así:
“En los momentos del Desastre estaba en Río Martín la lancha gasolinera M-3, al mando del Alférez de Navío D. Pascual Cervera y Cervera, que con los repuestos de los aviones destinados a Melilla, salió para este puerto en uno de los primeros días de agosto, quedando a las órdenes del Almirante de la Escuadra, que ya se encontraba allí. En la mañana del I9 salió de Melilla, escoltando un convoy con los remolcadores, Europa y Reina Victoria. Al llegar a la Bocana pasó el Europa con las barcazas a la Mar Chica, y Cervera esperó la pleamar. El calado del canal, de 1,65 metros, era inferior al de la lancha, por lo que dando a toda máquina forzó la entrada, consiguiendo, con una ligera avería, abrirse paso, efectuando el convoy a la Restinga sin novedad, fondeando al anochecer en la 2ª Caseta, y hostilizado por los rebeldes. En la mañana del 20 recibió orden de hacer convoyes diarios en aquél mar interior, procediendo en este mismo día al salvamento de la lancha Europa, que había varado en Bon-Erg, sobre un banco de arena. Al siguiente día hizo el convoy al Atalayón y Sidi-Hamet-el-Hach, que se efectuó con gran resistencia del enemigo; y por la tarde del mismo día condujo otro a la Restinga.
El 23 realizó nuevos convoyes, y como observara movimiento en varios cárabos que estaban en las inmediaciones de Nador, los cañoneó, echando uno a pique y averiando otro que tuvo que embarrancar. Hostilizado durante uno de los convoyes, repelió al enemigo con fuego de cañón, siendo secundado por el de la Restinga y el Princesa de Asturias, que estaba frente a la posición, a la que también protegió durante la noche.
Atacada fuertemente la Restinga durante la noche del 24, ido ya el Princesa, cooperó a su defensa, iluminando el campo enemigo con el proyector, sosteniendo más de dos horas de lucha.
El 25, en la costa del río de Zeluán, destruyó un cárabo que estaba a unos 700 metros de distancia de aquélla, en donde había numerosa concentración enemiga, con la que sostuvo rudo combate; el 26 destruyó otro cárabo sobre la costa de Bou-Erg, pereciendo su tripulación; y el 28, varado el remolcador Marién, que conducía tropas, prestóle auxilio y lo puso en condiciones de salvamento.
El 29, tiroteada la descubierta de la Restinga, batió de revés la guardia enemiga, en cooperación con los Regulares; el 30, llevando a bordo al general Cabanellas, practicó un reconocimiento en la costa de Nador y Bou-Erg; reconocimiento que, con el propio general repitió el 1º de septiembre, disolviendo y derrotando grupos de caballería enemiga; el 2 cooperó, durante la noche, a la defensa de la 2ª Caseta, atacada violentamente por la morisma.
El día 4 coadyuvó de nuevo a la defensa de ésta posición, atacada con artillería por el enemigo, que puso en dispersión, salvando las mercancías que había en el embarcadero, organizando, después de dos horas de combate, un convoy con el que salió para la Restinga.
El 5 salió con los generales Sanjurjo y Cabanellas para la Restinga, reconociendo toda la costa, siendo tiroteado sin consecuencias y regresando a la Bocana; el 6 practicó otro reconocimiento con el Alto Comisario a bordo; el 7 de nuevo reconoció el zoco el Arbaa y Bou-Erg, causando bajas vistas al enemigo. Cerca de los Pozos de Aograz, encontró numeroso contingente de caballería, que cañoneó y dispersó con bajas, evitando se corriesen, como intentaban, hacia el Zoco el Arbaa.
El 8 salió a reconocer la costa del Arbaa, donde entró forzando el paso, bajo un nutrido fuego del enemigo que repelió. El General Cabanellas había ordenado embarcasen en la M -3, ametralladoras del Rgto. Ceriñola, que manejó su propio capitán”.
El cronista Leopodo Bejarano, que bajo el título de ‘El Almirante de Mar Chica’, publicó en El Liberal, el siguiente artículo:
“Se llama Cervera, es nieto de aquel almirante Cervera que se cubrió de gloria en Santiago de Cuba y que descansa para siempre en el Panteón de Marinos Ilustres, de San Fernando, y ha cumplido ayer 22 años, a la hora precisa en que las balas rifeñas acribillaban su lanchita gasolinera, que parece un juguete. Fue un hecho glorioso de este mancebo rubio. que lleva las barbas crecidas de quince días y que tiene en los ojos azules irisaciones metálicas que deben de ser, supongo yo, reflejos de su alma. Y fué así:
Hace ya mucho tiempo, cerca de un mes, cuando no habían comenzado las obras de dragado en la Bocana de Mar Chica, consideraron preciso hacer pasar un barco de guerra de escaso porte, al que se encomendaba la misión de vigilar las costas de la Laguna para limpiar de ‘pacos’ las proximidades del Atalayón y, al mismo tiempo, para defender las lanchas que convoyaban víveres a la escasa tropa establecida en la Restinga. Aquí, en Melilla, donde debieran estar las seis lanchas gasolineras que se adquirieron en Inglaterra, pero donde no hay más que dos, para que la Marina y el Ejército no tengan nada que reprocharse respecto a previsiones, el Almirante designó la lancha de Cervera para desempeñar el cometido. Y Cervera, en su barquito, con sus buenos siete fusiles a bordo y con sus buenas cincuenta granadas para el cañón montado a proa, embistió la entrada de Mar Chica para abrirse paso y tuvo el gusto de oír el silbido de las primeras balas del enemigo al cruzar, al aire la bandera y tocando con estridencia la sirena en señal de contento, por frente a la Segunda Caseta.
Todo lo que divisaba desde el puentecillo del mando: las aguas dormidas del mar interno, los 6o kilómetros de costa, el incendiado caserío de Nador, las blancas edificaciones del poblado de zoco El Arbaa allá, más a lo lejos, y los aduares de Aograz y de la llanura de Bou-Erg, se ofrecía a sus ambiciones de gloria. ¡Nadie habría de estorbarle en sus iniciativas, porque nadie más, –¡oh placer!– podía aventurarse hasta donde él se había aventurado!. Y por si hubiera menester de estímulos, que en verdad no lo había, y patente ha quedado, la claridad deslumbrante de aquella feliz mañana bañaba en luz de oro los muros de la Alcazaba de Zeluán, vista sin el auxilio de anteojo, y la suave elevación de Monte Arruit, donde florece el laurel sobre unas tumbas españolas.
Tomando con sus manos la rueda del timón puso rumbo a Nador y, a doscientos metros, ametralló los grupos de rebeldes que le aguardaban en la playa. Dió vuelta a la Laguna, al viento siempre la bandera. Envió con descargas un saludo a derecha e izquierda. Echó a pique los cárabos que, creyéndose impunes. navegaban de la una a la otra orilla. Y, en la paz de la noche, tras la victoriosa jornada inicial, durmió sobre cubierta soñando que almirante como su abuelo, y que, como su abuelo, merecía bien de la patria bienamada y doliente. Pero hasta ayer, hasta el día de su cumpleaños, este mozo de las rubias barbas sin afeitar y de los ojos con irisaciones metálicas, no había tenido ocasión propicia de lucirse. ¡Aún no estaba contento de sí mismo! Cierto que los moros no comerciaban de Quebdana a Nador. Cierto que se habían acabado los ‘pacos’ en toda aquella zona. Cierto, también, que estaban destruidos los poblados y quemados los almiares. Más que cierto, ciertísimo, que en veintisiete días había dormido escasamente cincuenta y cuatro horas y que se le iba olvidando el sabor de los ricos guisos, de los vinos andaluces y del pan blanco...
Pero, ¿qué es esto para el que tiene veintidós años, la ilusión de mandar una escuadra y todos sus parientes enterrados en el Panteón de San Fernando? ¿Qué significa esto para el que a todas horas está frente a Nador, y a la luz de la luna, como envueltas en sudarios ve, clamando venganza, las casas de Zeluán y el recinto sagrado de Monte Arruit ? Cuando el General Cabanellas, que manda la columna de Restinga, le envió la orden de reconocer ‘de cerca’ el terreno desde Zoco El Arbaa a los Pozos de Aograz, por donde mañana han de moverse las tropas, Cervera palmoteaba de contento. ¡Al fin! .
Si acercándose siempre a un centenar de metros del enemigo; si teniendo acribillada a balazos la breve embarcación se le decía: ‘Reconozca usted de cerca las posiciones de los moros’, era, a no dudarlo, que le invitaban a ejecutar algo extraordinario. En dos minutos estuvo todo pronto: las anclas levadas, los motores a punto y los siete fusiles empuñados por los siete marineros de la dotación. Cabanellas, generoso, le prestó dos ametralladoras. No eran, en verdad, dos ametralladoras de marina, que tienen gran amplitud de movimientos y siempre campo de tiro; pero eran dos ametralladoras para acompañar al cañoncito y para echar una mano a los siete decididos fusileros.
¡Avante! Pegado a tierra, a poco de alejarse del embarcadero sufría las primeras descargas. El bote de a bordo, el único bote utilizable si por acaso una bala le paraba el motor, estaba fuera de combate. Saltaban cortados por los proyectiles de mausser los cables de acero de los pasamanos... ¡Avante! Cerca ya de Zoco El Arbaa las marismas forman un canal de 20 metros de ancho, con ambas orillas ocupadas por los moros.
¡Avante y fuego rápido!... El canal fué forzado y vuelto a pasar burlando el intento del enemigo, que por un momento tuvo el propósito de ‘embotellar’ a Cervera como su ilustre abuelo lo estuvo en Santiago por los yanquis. Las cuerdas de la bandera, partidas a tiros, dejaban colgar el tafetán. Fue rota la antena de la telegrafía y, dentro de la camareta, el aparato telefónico ...
-¿Marchan bien los motores?, -¡Bien mi comandante!
A cuerpo limpio, en pie sobre las cajas vacías de las municiones, Cervera dirigía la maniobra, buscando siempre los grupos de enemigos que, atrincherados, le asaban a tiros desde la playa.
-¡Todo a babor y... ¡fuego! Dos horas duró aquel combate singularísimo. Se veía a los moros retirar a toda prisa sus muertos y sus heridos. Y, por fin, ni un disparo.
Bou-Erg y Arkeman limpios, por el momento, de canalla… Pero Cervera, el joven ‘Almirante de Mar Chica’, como le llaman sus compañeros de los acorazados, se había quedado triste, muy triste. Al volver a Restinga dió un parte lacónico y entregó un croquis de las posiciones enemigas observadas, bien de cerca, durante el recorrido. Le abrazó el General y se hizo, en su honor, un café de tropa, con leche condensada...
¡Hurra! Y hubo más; el coronel Saro, que manda el Regimiento del Rey y que es –¡quién lo duda!– prez del Ejército, tuvo la gentileza de hacer que por delante del Alférez Cervera desfilase, marcial, su brava tropa…
¡Ya era feliz en su cumpleaños el joven Almirante de la Mar Chica!
Muy interesante el artículo. Deberíamos conocer mejor las historias de nuestros valientes soldados que defendieron nuestra Melilla.