Nadie duda, que las aguas de los mares acaban desalojando los cuerpos anónimos hacia la orilla, pero la arena se los traga y no deja ni el más mínimo indicio. Esta comparativa hace referencia al Desierto del Sáhara, que según diversos autores se ha convertido en el cementerio al aire libre más grande del planeta, por delante incluso del Mar Mediterráneo. Si bien, es complejo obtener cifras fiables de fallecidos.
Hoy por hoy, aquellas imágenes insólitas del pequeño Aylan Kurdi (4-V-2012/2-IX-2015) ahogado en las playas de Turquía; o las barcas atestadas de migrantes pretendiendo alcanzar las costas italianas o griegas; y como no, las personas heridas en las concertinas de las vallas perimetrales de Ceuta y Melilla, todas y cada una de ellas, han quedado impresas en las retinas de la población europea.
Estos serían a groso modo algunos de los desenlaces más inmediatos del blindaje de las fronteras del Viejo Continente, pero cabría preguntarse: ¿qué acontece más allá del Mediterráneo, o cuáles son las políticas de la Unión Europea para contener el compás de movilidad en otras latitudes?
Mirando al Sahel que se enfatiza como la nueva frontera avanzada de Europa, a pesar de los esfuerzos las migraciones se prolongan y el quebrantamiento de los derechos humanos se agranda. Luego, la estrategia de externalización de fronteras se muestra como una consecución por el recorte de recaladas en suelo europeo, pero se soslayan los costes humanos y económicos, más los efectos desfavorables y la ineficacia del dispositivo en un largo plazo.
Ciertamente, cuántas más murallas o barreras se coloquen, más sujetos pretenderán franquearlas para saber qué existe al otro lado. Confeccionar un fortín requiere tiempo, es costoso y la historia demuestra su irremisible superación. Aun así, la UE da la sensación de estar abstraída en arrogarse a ese precio. La ‘Europa fortaleza’, como generalmente se conoce a la maniobra de contención de las instituciones comunitarias, se amplifica hasta el Desierto del Sáhara mediante ofrecimientos de ayuda para el progreso e importantes dispendios de seguridad.
Países con índice de desarrollo humano entre los más exiguos de la Tierra, como las Repúblicas de Mali y Níger, admiten la función de gendarmes de Europa, desplegada igualmente por estados como Mauritania y Marruecos, sobre todo, Libia. La frontera disminuye y la fluctuación desbarata los zurcidos de estas regiones vulnerables. Además, la incidencia de grupos armados, la pobreza y hambruna, o las derivaciones del cambio climático y la extenuación de las instituciones, justifican el curso de misiones militares o intervenciones humanitarias con inversiones focalizadas al control migratorio.
Por antonomasia, el Fondo para la Emergencia de África es el instrumento para esta labor, de la que Mali y Níger son los principales favorecidos. El ingenio se basa en un enfoque de repulsión y atracción, que pondera de manera simplista y errada que con un desarrollo superior habrá menos movimientos. Se concibe más inversión para prescindir de los flujos, algo que en las últimas décadas se lleva contradiciendo sistemáticamente.
Pero, no son ni mucho menos los individuos con recursos más ajustados los que deciden migrar, mismamente no lo realizan desde las áreas más quebradizas, el incremento de capacidades se coliga en el corto y medio plazo, más bien, al ascenso de desplazamientos y no a la inversa. Níger es buen ejemplo de ello, contemplado como el estado más pobre cuenta con muestras inferiores de migración hacia Europa, puesto que la amplia mayoría de sus itinerarios se dan en dirección al Sur a territorios del Golfo de Guinea, Ghana, Costa de Marfil y Nigeria, o hacia el Norte, con Argelia y Libia.
“El Desierto del Sáhara puede ser tan mortal y catastrófico para los migrantes que huyen de conflictos internos o simplemente parten en búsqueda de un futuro promisorio, como el Mar Mediterráneo, con la salvedad, que muchos perecimientos se excluyen en lo recóndito del anonimato más inhumano”
En definitiva, se estiman como oscilaciones intrarregionales, o maneras de adaptabilidad en un entorno árido, pero efectuadas mayoritariamente por quienes tienen recursos. Por lo tanto, el tándem migración y desarrollo que encauza las actuaciones europeas debería ser examinado.
Y es que, las entidades internacionales apoyan la trascendencia cuantitativa de las migraciones internas africanas respecto a la proporción que llega o quiere llegar a Europa. Los números hablan por sí mismos. Según la Organización de las Naciones Unidas, en el caso de toda África, alrededor del 75% permanece en este continente con respecto al 25% que se encamina hacia metas más distantes como Europa, EE.UU. o China.
En este aspecto, la impresión de que miles o millones de africanos se hallan a la espera tras las vallas o alambradas de la frontera Sur, o en Libia prestos a dar el salto y abordar, meramente es sesgada y no corresponde con la realidad. Porque la mayoría de los movimientos en África se quedan ahí.
En la coyuntura del Sahel, esta superficie ha sido históricamente lugar de paso, extensión en movimiento de todo tipo de mercancías, patrones, intereses y personas de África Subsahariana hacia el Norte. La Organización Internacional para las Migraciones, OIM, presume que entre el 70% y 90% de las afluencias a Italia pasaron por Níger, concretamente por Agadez, la ciudad puerta del Sáhara. De ahí, que el foco internacional haga hincapié en este trazado conocido como la ruta del uranio, sucesora de las caravanas de la Edad Media y período precedente del periplo del Mediterráneo Central.
En 2013, la divulgación en los medios del descubrimiento de 92 cadáveres catapultados bajo el sol abrasador de las arenas alarmó a la Comunidad Internacional, a pesar de que los sujetos devorados por las dunas en años anteriores ya eran incalculables y sin apenas eco en su repercusión. Dos años después, Europa consumó su voluntad de cortar el recorrido durante la Cumbre UE-África de la Valeta (11-12/XI/2015) que no debía disfrazar el control fronterizo de cooperación.
Ese mismo año, el país saheliano suscribió una ley de criminalización del tráfico y la trata de seres humanos, que claramente perjudicó a los pueblos nómadas, máximamente a los tuaregs y tubus, encargados durante siglos del comercio.
Posteriormente, Níger se abrió de par en par a la financiación europea mediante la asistencia oficial al desarrollo, al erigirse en el receptor mundial de ayuda europea per cápita, para cerrar sus confines y desenvolverse como policía contra la migración irregular.
En palabras literales de la responsable de ACNUR, Alessandra Morelli, con la evasiva de imposibilitar a las personas migrantes “emprender viajes que conducen al infierno de Libia o directamente a la muerte”, los organismos internacionales junto a la UE, acrecentaron sus mecanismos de protección de los más vulnerables, pero también, de vigilancia y control de fronteras.
Así, mediante un doble proceder, primero, desde el prisma humanitario, y, segundo, como elemento ejecutor de las políticas europeas, la OIM, agencia anexa al sistema de Naciones Unidas, encabeza la terminal de contención con métodos de retorno voluntario, tareas de disuasión y planes de sedentarización de poblaciones. El procedimiento parece funcionar a tenor de los guarismos facilitados: las oleadas de Níger bajaron un 90%, pasando de las 330.000 a 10.000 y 5.000, respectivamente.
Si en el Mar Mediterráneo FRONTEX es la agencia oficial consagrada a la inspección de fronteras, en el Desierto del Sáhara esta misión incurre en los ejércitos europeos y africanos y organismos como la OIM. FRONTEX está presente, pero únicamente con personal de enlace. La estrategia en el Sahel se establece en varios puntales: formación y adiestramiento de policías locales para contrarrestar redes de tráfico como EUCAP Sahel Níger; colaboración del control fronterizo con más recintos de vigilancia y reseñas biométricas a cargo de grupos nacionales y líneas de la OIM y, finalmente, programas de desarrollo supeditados al freno migratorio.
La externalización de fronteras reconocida por los responsables de la OIM en el país, asume implicaciones específicas y, en ocasiones, desfavorables para los propios propósitos determinados. La reconducción y clandestinización de trayectos y la ampliación de tráfico informal son algunas de éstas. Por lo demás, el paso por Níger parece comprimirse pero se alarga de manera más enmascarada, comprometida y atrevida para quienes lo efectúan.
Los traslados se dividen por direcciones sin puntos de agua para sortear los controles y las mafias incrementan las cuantías a desembolsar por los migrantes. A más inconvenientes, nuevas vías y más cantidad de redes informales.
Los requerimientos siguen concurriendo y los contratiempos interpolados por la UE y los gobiernos africanos originan más inseguridad para quienes se desplazan y, a su vez, están en el mismo ojo del huracán de la multiplicación de las mafias contra las que dicen estar combatiendo.
En esta vorágine, cuando una puerta se cierra otra se abre, según advierten las mismas autoridades europeas e internacionales. Las migraciones no se paralizan y las órbitas se encaminan hacia el Norte de Mali, donde grupos armados de cualquier índole se instalan sin control.
Fijémonos en la Casa del Migrante, en Gao, Mali, un refugio en el límite meridional del Desierto de Sáhara, que acoge a quienes transitan hacia Argelia, en el Norte o regresan de un intento fallido de alcanzar Europa, notando un aumento destacado de los desalojos por la ciudad, a pesar de la incertidumbre existente.
Los migrantes son llevados ante los traficantes, militares y autoridades locales, fuera de cualquier fiscalización, profundizando en la transgresión de los derechos humanos, confirmándose atropellos físicos a mujeres y hombres como resultado de los malos tratos, torturas, extorsiones y secuestros.
Las instituciones comunitarias y nigerianas parecen evadir el contexto o lo exhiben como un perjuicio colateral a su política de lucha contra las fuentes de la migración, convenida en La Veleta y que entrevé, de facto, una criminalización de la emigración.
Níger se ha transformado en el sumidero de Europa, donde se queda lo que el continente ubicado enteramente en el Hemisferio Norte y mayoritariamente en el Hemisferio Oriental devuelve. Primero, la tentativa de obstruir esta ruta ha inducido a que reciba a miles de personas desahuciadas de Argelia en condiciones lamentables; segundo, albergue a repatriados que escapan de la explotación y arbitrariedad de Libia; tercero, atienda a todos aquellos bloqueados en su viaje hacia el Norte y, cuarto, como resultante de todo ello, deba adjudicarse la encomienda de asilo y refugio de los miles de personas desorientadas.
Este escenario proveniente de la contención, fusionado a la obstaculización de las prestezas regionales de ciudadanos locales y la detención de ingresos surgidos del negocio migratorio, afianzan el terreno al desconcierto y la consternación.
El calco de controles en las carreteras y términos estatales del Sáhara, aunque permeables e inabarcables, pone vetos a las formas de subsistencia tradicionales de la franja como el nomadismo, la trashumancia o desde las independencias, el contrabando. Las políticas de modernización y sedentarización que durante el período colonial dispensaron a pueblos agricultores más sostenidos, ahora retornan con mano dura contra la migración.
Los pueblos nómadas de la región, sobre todo los tuareg, peuls y tubus, reclaman su protagonismo y amenazan con regresar a las armas si se extermina su sostén económico. Sus élites contribuyen con la UE, pero igualmente conservan el tráfico y denuncian la centralización de las ayudas por parte de la administración central. Las inversiones de la renta migratoria europea pueden instigar en la concatenación de conflictos etnos-territoriales que coaccionen la estabilidad del estado.
De hecho, las prestaciones europeas en el Norte nigerino tienen como premisa mitigar el posible enojo de las poblaciones locales por la inmovilización migratoria, pero su acción augura un coste millonario sin conseguir su designio. Es decir, a pesar de la represión, el tráfico se aguanta pero más clandestino; el alud de dinero europeo, lejos de complacer, penetra en disputas históricas y sumerge la lógica neocolonial, alimentando las instituciones y estados rentistas.
En este sentido, Francia guarda su atribución política y económica, también sobre el mayor recurso nigerino, me refiero al uranio, solo que ahora, si cabe, con más competitividad: tanto europea, con España e Italia bregando por favorecer su rol como los primeros patrocinadores de los sistemas de contención migratoria, como de otras potencias como EE.UU., China o Turquía, en constante disputa por esparcir sus intereses en industria militar o la explotación del petróleo.
A pesar de los importantes efectos aludidos, las instituciones europeas proyectan conservar e incrementar sus políticas restrictivas y condicionadas, que ya demostró en su ideario al sugerir “la protección del estilo de vida europeo”, en indicación a una amenaza sospechada de la migración y para agradar a los posicionamientos derechistas más radicales.
En idéntica sintonía, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, sugiere más armamento para África, con la proposición de poner fin a la inseguridad del continente que, desde su punto de vista, amenaza Europa. Es sabida su posición en defensa del paradigma migración y desarrollo, persuadido de que la cooperación internacional y los pactos comerciales, aunque discordantes, pueden y deben valer para amortiguar los flujos.
Ante lo expuesto sucintamente, ¿dónde quedan los reclamados valores europeos de la solidaridad, la tolerancia o la inclusión, ante políticas que caen en lo contrapuesto? O ¿por qué se reincide en la Europa de fortificación, en vez de la apertura?
Parte de la sociedad civil lleva tiempo condenando estas necropolíticas o políticas de muerte, aún en peligro de ser hostigados o inculpados de tráfico de personas. Reprochan la doblez europea sobre sí mismo encabezado por la extrema derecha que supervisa el camino, pero también la tibieza de posiciones supuestamente progresistas que, aun estando en la dirección de la UE durante años, han implementado sin objeción políticas prohibitivas.
Tales actitudes se escudan en el progreso ultraderechista para alegar sus medidas, pero su falta de audacia para contrarrestarlas y plantear opciones ha proporcionado el afianzamiento de perspectivas xenófobas y racistas. Los agraviados fueron y siguen siendo los más deleznables, los individuos migrantes que padecieron las secuelas de la crisis económica y a los que se pretende invisibilizar mediante concertinas, o patrullas policiales tanto en el mar como el desierto.
Por ende, la represión se ha demostrado ser inoperante, porque los sujetos continúan llegando. Con lo cual, únicamente es descifrable desde la salvaguardia de los intereses geopolíticos y la vigorización de substanciosos negocios al alza, como el de la seguridad, del que colaboran organismos públicos o semipúblicos y corporaciones privadas.
La militarización y securitización de las fronteras omite los derechos básicos, como el reunido en el Artículo 13 de la Declaración de los Derechos Humanos, pero constituye un fructuoso negocio para quienes intervienen.
A tenor de lo debatido, lo más procedente sería que la UE dejara de librar un cerco contra la migración, porque atenta contra los derechos humanos. Las migraciones no se detendrán y quienes tengan voluntad de moverse lo seguirán impulsando. A día de hoy, descartando los conflictos bélicos que percuten con el añadido del éxodo masivo, las sociedades son preferentemente sedentarias, sólo el 3% de la población mundial opta por desplazarse, con lo que no deberíamos sobrecogernos por quien decide moverse, sino examinar las políticas de frontera y sus repercusiones aciagas.
A resultas de todo ello, las instituciones comunitarias emplean sumas exorbitantes de dinero para atenuar los flujos migratorios desde un plano íntegramente de seguridad y desarrollo que causan efectos calamitosos.
En cuanto a la seguridad, el ambiente se agrava día a día, a pesar de las mediaciones militares y el refuerzo de los organismos locales, en gran parte por la diversidad de los actores circundantes, la falta de conexión entre las destrezas internacionales, pero, sobre todo, la priorización de intereses que, lejos de aspirar a acabar con la inestabilidad, permiten eternizarla.
En relación al desarrollo, la configuración de partida es equívoca, improductiva y de gestión mejorable. Al mismo tiempo, se instrumentaliza como condición para entretejer nexos de poder de otras épocas históricas, sin tener en cuenta el laberinto de la manifestación migratoria y desatendiendo matices socio-culturales que en última instancia son políticos.
Queda claro que la represión no es la solución, pero la promoción de vías legales y seguras debería serlo. Cuanto más se contraen los cauces reglamentados, más aumentan las anomalías en los flujos, no porque se amplíe el dígito de los que se desplazan, sino porque se aminora la posibilidad de hacerlo acorde a las leyes.
“Nadie duda, que las aguas de los mares acaban desalojando los cuerpos anónimos hacia la orilla, pero la arena se los traga y no deja ni el más mínimo indicio. Esta comparativa hace referencia al Desierto del Sáhara que se ha convertido en el cementerio al aire libre más grande del planeta”
Efectivamente, la contención migratoria entraña mayor irregularidad. Para sortearse deben promocionarse instrumentos de migración regular, ya sea programas laborales de estancia temporal o intercambios reales de mano de obra entre los estados del Norte y Sur; impulsar corredores humanitarios para peticionarios de asilo y refugiados y, finalmente, atemperar los requisitos de entrada y la adquisición de visados para quienes llegan de territorios inseguros.
Sin obviar de la cuestión anterior, que gran parte de las personas en movimiento incorporarían antecedentes señalados en la Convención de Ginebra para acceder a estos estatus.
Todo ello está recogido en el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular rubricado en 2018 y vertebra el razonamiento de la OIM, aunque por ahora queda en agua de borrajas ante la prevalencia de la travesía punitiva sobre la organización de canales habituales para desplazarse.
En esta misma línea, es significativo que la UE considere los protocolos de libre circulación existentes en el Sahel, como de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, CEDEAO, en correlación con la defensa del Acuerdo de Libre Comercio emprendido por la Unión Africana, UA.
Para ello ha asumirse que la ayuda fronteriza asignada a los estados entra en contradicción con ese principio, dificulta movilidades enraizadas y, en consecuencia, espolea los flujos hacia Europa. En otras palabras: si se problematizan los movimientos hacia destinos históricos, sus ejecutantes pueden incorporarse a las rutas hacia el Norte, al suponer que a inconvenientes similares, el destino europeo reportaría mayores beneficios económicos.
Finalmente, es imprescindible que los agentes públicos europeos destaquen las aportaciones positivas de la movilidad y rehúsen las vinculaciones solapadas sobre migración, terrorismo y criminalidad.
Concluyentemente, es prioritario que la UE entienda a grandes rasgos que no todos los africanos desean venir a Europa, como la ineficacia del menester represivo en una acción constatada que ha de invertirse, y, por último, la migración es positiva y forma parte intrínseca del ser humano a lo largo y ancho de los siglos y, en este sentido, su restricción es desacertada.
El Desierto del Sáhara puede ser tan mortal y catastrófico para los migrantes que huyen de conflictos internos o simplemente parten en búsqueda de un futuro promisorio, como el Mar Mediterráneo, con la salvedad, que muchos perecimientos se excluyen en lo recóndito del anonimato más inhumano.