Opinión

El pueblo senegalés decide romper con las ataduras del pasado

No cabe duda, que la República del Senegal debía encarar unas elecciones presidenciales en cuyos meses previos se habían desencadenado violentas protestas antigubernamentales y revueltas con numerosos fallecidos y decenas de heridos, en un turbulento sesgo político.
Y es que, para los millones de votantes senegaleses lo que estaba en juego, era nada más y nada menos, que el punto y final permisible de un régimen que ha sustentado políticas providenciales a los inversores que se convirtieron en productores de petróleo y gas, pero que sin embargo no ha logrado desahogar las enormes deficiencias económicas.
Lo cierto es, que el presidente en curso, Macky Sall (1961-62 años), sondeaba presentarse a un tercer mandato que decapitase lo determinado en la Constitución, originando un fuerte rechazo social. Al mismo tiempo, la insatisfacción de la sociedad civil se entreveía acrecentada por el arresto del principal líder de la oposición, Ousmane Sonko (1974-49 años).
En este contexto por momentos fluctuante, Senegal reproduce una singularidad propia en el África Occidental, como consecuencia del equilibrio que ha imperado desde que consiguiese su independencia, con ausencia de golpes de estado, ni gobiernos militares, aunque con un retroceso visible de las libertades. Además, conserva el control de la amenaza terrorista, imposibilitando que intervengan grupos terroristas islamistas que hoy por hoy, percuten en Burkina Faso, Nigeria, Níger y Malí.
Por aquel entonces, diecinueve candidatos pugnaban por suceder al presidente actual, que abandona el cargo tras un segundo mandato deslucido por los virulentos tumultos impulsados por el procesamiento del líder de la oposición, Sonko, y la consiguiente inquietud de Sall que aspiraba alargar su mandato más allá del límite del texto legislativo. Sin inmiscuir, que por vez primera, el presidente no se presentaba a las elecciones, porque su coalición gobernante había elegido al ex primer ministro Amadou Ba (1961-62 años) como futurible aspirante.
Con estas connotaciones preliminares, el último fin de semana de febrero en el que se debían haber celebrado contra todo pronóstico los comicios para designar el próximo presidente de la nación, los diversos medios de comunicación no cesaban de repiquetear con informaciones que en definitiva no aportaban nada relevante.
Y entretanto, la prensa publicaba con pelos y señales la cara y la cruz de la realidad senegalesa. Es decir, la del presidente Sall que comunicó que no se presentaría nuevamente a los comicios. Amén, que los más incondicionales de la oposición convirtieron lo que tendría que haber sido la celebración de la democracia, en dos intensas jornadas para reivindicar que se repusiera el orden constitucional, se liberase a los presos políticos y se pudiese acudir a las urnas antes del 2/IV/2024.
Con el transcurrir de los días, la fecha anunciada para los comicios pasaba de ser del 25/II/2024 al 15/XII/2024, respectivamente. Este bailoteo de tiempos resultaba tras el decreto de anulación de las elecciones, fundamentando la disconformidad con el Consejo Constitucional por el cuadro de los veinte aspirantes admitidos a presentarse en los comicios. Unas semanas después, el Órgano Constitucional invalidó la prescripción, porque según la Carta Magna no le incumbe al presidente demorar o atrasar las elecciones, e instaba a Sall a convocarlas pronto. Ante este escenario, el presidente citó al resto de postulantes de las diversas fuerzas políticas a dialogar para disponer una fecha antes de que concluyese su mandato.

“Senegal comparecía ante las urnas tras la sacudida política fustigada por el desdén electoral, y el estado bregaba entre el ser o no ser del continuismo que escenifica el aspirante próximo al actual presidente y la oposición rupturista que aseguraba una reforma política"

Al encuentro, que se desarrolló entre los días 26 y 27 de febrero, únicamente asistieron tres partidos políticos. Según declaró Sidiki Kaba (1950-73 años), ministro del Interior, tras proceder a un diagnóstico del entorno entre los asistentes a lo que él mismo dirigía y se denominó un Diálogo Nacional, se propondría hasta el 2/VI/2024, como posible fecha para la celebración de los comicios. Igualmente, ratificó que los aspirantes admitidos en la lista aprobada con el Consejo Constitucional, conservaría su nombramiento.
Dicho esto, el 13/III/24, Bassirou Diomaye Faye (1980-44 años), pernoctó por última vez en la cárcel, tras once meses encerrado por difamación contra el gobierno. Gracias a una ley de amnistía in extremis que le concedió incurrir a las elecciones presidenciales, pudo abandonar la cautividad.
Once días más tarde, su principal competidor y candidato del establishment, el ex primer ministro, Amadou Ba y el presidente saliente, Sall, quien no podía presentarse tras doce años de gobierno, reconocieron su apabullante triunfo antes de conocerse los resultados oficiales. Faye, acababa de convertirse en el quinto presidente de Senegal, el más joven en la historia del país. En sus primeras palabras ante los medios de comunicación, no titubeó en enviar una reflexión inicial: “El pueblo senegalés ha decidido romper con el pasado”.
Desde París, que observa con desvelo y preocupación la pérdida de proyección francesa en África en favor de Moscú, en estados con un entramado complejo como Malí, Burkina Faso, Níger o República Centroafricana, se reaccionó con premura al cambio de poderes y el presidente francés, Enmanuel Macron (1977-46 años), se adelantó en dar la enhorabuena y tender la mano al nuevo líder de Senegal, su principal socio en el Oeste de África. Y cómo no, desde España, que patrocina un megaproyecto de un gasoducto por el litoral africano desde la República Federal de Nigeria hasta el Reino de Marruecos, con travesía por superficie senegalesa, se contempla con atención el vuelco político en uno de los estados africanos más sólidos.
Haciendo una breve reseña de quien muestra un semblante ingenuo y astuto, hay que comenzar desgranando que Faye no ha recalado en el marco político con el propósito de echarse sobre sus espaldas el favor del sistema. Licenciado en derecho y antiguo inspector de impuestos con renombre y musulmán practicante, esta figura simboliza una nueva generación de líderes africanos con patrones panafricanos y anticolonialistas que se muestra como el valedor de la soberanía nacional, demandando una repartición equitativa de las riquezas y la innovación de una justicia que considera corrompida y al servicio del poder tradicional.
Educado afanosamente en una familia humilde de campesinos, Faye define la desesperanza con el orden establecido de millones de jóvenes y durante sus numerosas concentraciones multitudinarias, ha anunciado renegociar los acuerdos petroleros y de pesca, afirmando no tener miedo de prescindir del franco CFA, una moneda inspeccionada desde la capital francesa y que comparten catorce estados africanos. La plasmación de otra moneda fue desaprobada de “aventura populista” y “sinsentido económico” por parte de la anterior administración.
En los últimos meses, Faye ha sido una de las exclamaciones más críticas contra la hondonada antidemocrática del gobierno de Sall, no fluctuando a la hora de empujar a la calle a sus partidarios para revelarse y manifestarse contra la dirección, que contradijo el desafío con gases lacrimógenos y disparos. Decenas de jóvenes perecieron en colisiones contra las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en una de los trances político-sociales más embarazosos que ha soportado Senegal desde su independencia.
Tampoco le ha temblado el pulso a Faye ante la ex metrópolis, a quien requirió “relaciones equilibradas y respetuosas” para permanecer siendo un “aliado seguro y fiable”, pero dejó caer en la balanza que no será en balde. Es por ello, que no negó arrimarse a Rusia si lo cree preciso. Realmente, su triunfo indiscutible en las urnas no es fruto de la casualidad, porque en principio no debía ser aspirante.
La cruzada contra el poder estaba consignada a su inseparable amigo y líder, Sonko, el alma genuino de la oposición y estampa considerablemente popular entre la juventud, pero unas inculpaciones con incuestionables tenebrosidades de ”corrupción de menores”, le obstaculizaron formar parte del trayecto presidencial e igualmente le reportaron al encarcelamiento.
Lejos de ceder a sus ideales, Sonko escogió aspirante de una coalición opositora a su mano derecha, Faye, que remó en la misma dirección con éste como inspector de impuestos y sacó a la luz la corrupción de las élites, amasando concienzudamente el encargo y lo aupó a lo más alto. Según sus más allegados, el nuevo presidente es un hombre ordenado, respetuoso, de mente lustrosa, prudente, frío en el análisis y fijo en sus opiniones. Aunque muchos se adelantan en valorarlo como hombre de carácter indómito y obstinado para el nuevo Senegal.
En una nación en la que el 75% del conjunto poblacional tiene menos de 35 años, tres de cada diez jóvenes se encuentra sumido en la búsqueda de empleo y la economía sumergida aglutina su peso. Oficialmente, las universidades estuvieron cerradas por obras de mejora. No obstante, este cierre coincidió con los innumerables reproches tras la sentencia de Sonko.
En cambio, las protestas no se han interrumpido en un territorio que halla el orden en el desconcierto. Precisamente, uno de los requerimientos más reiterados en las manifestaciones era la libertad de los activistas y políticos recluidos. Y como contrapunto, en Senegal se constata una degeneración política de presentarse como mujer a las elecciones presidenciales, porque continúan tropezando con un sinfín de trabas para hacerse escuchar en el universo político y vencer la cuestión de género, donde las duodécimas elecciones presidenciales desde su independencia de Francia, serían únicamente las segundas con una sola mujer aspirante, de las seis que inicialmente comunicaron su propósito de concurrir a las mismas.
En otras palabras: las reglas sociales y culturales que rigen en Senegal, han condicionado enormemente las posibilidades de participación y de toma de decisión de las mujeres, distanciándolas de la vertiente política.
Pero retrocediendo en el tiempo al objeto de enmarcar el contexto que en paralelo subyace, la elección como presidente de Abdoulaye Wade (1926-97 años), avivó muchas expectativas entre la población senegalesa. Si bien, hacía un cuarto de siglo que era líder de la oposición. A pesar de considerarse un liberal, poseía la horquilla de la izquierda, incluso del flanco más radical, porque abiertamente era el único capacitado para vencer al presidente Abdou Diouf (1936-88 años), cuya fuerza política sometía el Estado y a sus organismos desde antes de la independencia.
Hay que recapitular que desde la última etapa de los setenta, Senegal se enmarcaba en una democracia, la única en ese tiempo en el África francófona. Es más, incluso durante los setenta, cuando estaba excluida prácticamente cualquier operación de oposición política, el presidente Léopold Sédar Senghor (1906-2001) no se comportó jamás como el resto de autócratas del continente.
La represión en todo momento fue comedida y la tortura, una depravación que se extendía por doquier, distaba de ser insistente en Senegal. Pero como efecto dominó del deterioro del poder, algunas secciones de la sociedad senegalesa impugnaban el régimen del Partido Socialista que, a pesar de la ráfaga de democratización que desempolvó África Occidental durante los noventa, continuaba procediendo como si nada. Además, los manejos electorales, fundamentalmente en las cotas más elevadas, seguían siendo una maña vulgar. Lógicamente, esto importunaba a las fuerzas de la oposición, que en ocasiones empleaban la violencia callejera para denunciar su hastío con los éxitos del partido en el poder. Así, tras la noticia de los resultados del escrutinio presidencial, detonaron los levantamientos en Dakar para condenar lo que principalmente se observó una adulteración de la voluntad del pueblo.
Llegados a este punto, el Consejo Constitucional calificó de inconstitucional tanto el decreto presidencial como la ley posterior. La alta instancia verificó la dificultad de llevar a término el calendario previsto, porque la campaña electoral en ningún tiempo llegó a disponer de su lugar apropiado, pero empujaba a las autoridades a celebrar las elecciones cuanto antes y en ningún caso más tarde del 2/VI/2024, plazo de expiración del mandato de Sall.
El trazado de los contratiempos, además de un acometimiento a la correcta articulación de los procesos democráticos, totaliza un bloqueo institucional inexplorado que traslada a Senegal a una evolución de incertidumbre.
A resultas de todo ello, se desatan varias implicaciones porque este intervalo de aplazamiento poco conforme con las elecciones, conjetura un punto de inflexión arbitrario, en unas circunstancias de degradación acompasada de la salud democrática del país desde 2019.
De este modo, el castigo implacable de las manifestaciones por parte de las fuerzas del orden público, ocasionan numerosas detenciones y algunos muertos desde el anuncio emitido por televisión del presidente Sall.
Según los datos proporcionados por Amnistía Internacional, a estas víctimas han de añadirse las cifras de los asesinados en las protestas de 2021 y 2023. Y en términos de observancia de las libertades políticas, Senegal ha experimentado un desgaste incuestionable.
Para ser más preciso en lo fundamentado, desde la génesis de las manifestaciones el régimen amputó la conexión a internet móvil y excluyó durante varios días la licencia a una cadena de televisión privada crítica con el gobierno. Todo ello venía a empeorar los conflictos concurrentes que arrastraba el estado. Por una parte, de confianza en las instituciones y, por otra, económica y social que en los últimos años han favorecido la acentuación de los flujos migratorios irregulares.
Segundo, se ha traspapelado un patrón de estabilidad política y democrática en una coyuntura bastante crítica: desde 2020, se han producido dos golpes de Estado militares en Malí y Burkina Faso, además de uno en Chad, Guinea y Níger. Senegal es un modelo valioso para la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) en su ahínco para hacer regresar a dichos estados al orden constitucional.
A decir verdad, la autocratización de Senegal es un duro varapalo para la organización regional, que ya se ha contemplado languidecida por la marcha de Malí, Burkina Faso y Níger. Simultáneamente, el margen oriental de Senegal funciona como cortafuego ante la inminencia del terrorismo yihadista que hace de las suyas en el Sahel. Es esencial que esta etapa de desequilibrio no se convierta en una ocasión para los grupos terroristas que actúan en la zona en su esparcimiento hacia la costa atlántica.

“A pesar de lo habido y por haber, la democracia ha vuelto a vencer en un punto neurálgico de África como es Senegal, con un líder que ha prendido en los corazones de los jóvenes con su elocuencia anticolonial y revolucionaria"

Y tercero, si la realidad no se recondujese, la Unión Europea (UE) corre el riesgo de extraviar uno de los pocos aliados leales que atesora, en un territorio en la que cada vez tiene menos protagonismo. En concreto para España, Senegal es un socio preeminente en lo que atañe a la cooperación al desarrollo y de gestión de los flujos migratorios.
El caso es que para volver a emplazarse como actores destacados, la UE y sus Estados miembros deberían reprobar tajantemente esta deriva autoritaria para incluirse a la presión de Estados Unidos y colaborar para que se reconduzca la crisis político institucional.
Por otra parte, es imprescindible en términos de hechura, ya que la moderación sería advertida como el soporte implícito al golpe de Estado institucional. A la UE se le culpa recurrentemente en la región de desenvolverse con artificio y doble rasero en su maniobrar exterior. Así, un cambio asertivo de la Unión a los advenimientos en Senegal, es elemental para forjar contra narrativas en torno a la institución y rehabilitar su credibilidad.
Obviamente, esta crisis aún se encuentra en desarrollo y es imperioso que Senegal satisfaga el bloqueo institucional que padece, averigüe los atropellos consumados por las fuerzas del orden y en definitiva, retorne al camino democrático que en ningún tiempo debió desatender.
En consecuencia, a pesar de lo habido y por haber, la democracia ha vuelto a vencer en un punto neurálgico de África como es Senegal, con un líder que ha prendido en los corazones de los jóvenes con su elocuencia anticolonial y revolucionaria.
Desde la independencia política de Francia, Senegal ha contemplado cómo el presidente elegía asiduamente a quién le reemplazaría, o cómo los sucesores venían regularmente de su órbita más próxima.
Faye, no forma parte de este círculo vicioso, por lo que millones de votantes han apostado como la mejor alternativa para truncar el sistema de gobierno vigente. Las coacciones a su falta de experiencia política alegadas por sus contrincantes, no han sido lo bastantes para desviar a los electores de lo que la fuerza gobernante ha descrito como “una aventura populista”. Pero en el meollo de las zozobras principales, antes y durante la campaña electoral, se encuentra la juventud.
Vapuleado por una inflación récord, este país ha de competir ante una crisis económica sobre el coste de vida y una tasa de desempleo desenfrenada. El futuro desolador, ha confluido en un aumento en la cantidad de individuos que parten en cayucos en el Atlántico hacia Europa vadeando las Islas Canarias.
La situación se ha ido desfigurando gradualmente y los sucesos se han acelerado en las últimas semanas. Algunos sectores de la sociedad avisaban de unos tics antidemocráticos del gobierno de Sall, justo antes de las elecciones presidenciales que habían venido antecedidas por el descarte de los dos principales opositores acto seguido de sendos procesos judiciales, más el entredicho de algunas manifestaciones y la nueva de prescripciones pocos garantistas.
Las querellas de estratagemas que ni mucho menos respectaban los derechos del ciudadano crecieron y poco a poco se ha enrarecido la atmósfera política. La acrobacia cualitativa se produjo cuando se emprendió la causa contra Sonko por una acusación de violación e intimidaciones de muerte. Los daños acumulados por algunas esferas de la sociedad, añadidos al desorden y las anomalías en los procedimientos que concluyeron con el arresto transitorio del político opositor, desencadenaron una detonación de furia social.
El resultado no pudo ser otro: varias jornadas de fuertes protestas, manifestaciones y enfrentamientos y una violencia incendiaria que hicieron sacudir los pedestales de una democracia que los senegaleses siempre han empuñado con alarde.
Después de aquel capítulo incisivo el rigor se ha reducido ampliamente, pero, a su vez, se ha mantenido la tirantez conforme se acercaban las elecciones presidenciales. Tal vez, el énfasis de la insatisfacción ha cuajado una avanzadilla de partidos de la oposición y organizaciones sociales, que a todas luces reclaman el respeto extremado de los principios democráticos.
La decisión de postergar las elecciones se convirtió en un mazazo para este discípulo de la democracia de África, en el que según y cómo, quedaba a relucir un sistema oligárquico en el que el poder y la oposición entretejían papeles con excesiva habilidad. La urbe senegalesa se encuentra polarizada y no estaba por la labor de resignarse ante cualquier amaño que se le indicase.
En definitiva, Senegal comparecía ante las urnas tras la sacudida política fustigada por el desdén electoral, y el estado bregaba entre el ser o no ser del continuismo que escenifica el aspirante próximo al actual presidente y la oposición rupturista que aseguraba una reforma política.

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