Editorial

Okupas en Melilla

Los vecinos de la calle Castelar, del centro de Melilla, llevan tiempo quejándose de los escándalos, insultos, ruidos y broncas que un grupo de entre cuatro y cinco okupas vienen protagonizando sin que ninguna autoridad haya podido ponerle coto a la situación. Pese a que todos los okupas del inmueble ubicado en Castelar número 4 están identificados por la Policía Nacional y Local, que han acudido a las llamadas de alarma en varias ocasiones, nada se ha podido hacer, con la ley en la mano, para desalojar a personas que no son capaces de mantener una convivencia pacífica ni siquiera entre ellos mismos. Los cristales rotos, los lanzamientos de muebles, los gritos y las palabrotas han sido una constante en los últimos meses. Los vecinos han tenido que tragar en seco y aguantarse. Para ellos no hay solución. Para los okupas, en cambio, hay apoyo de voluntarios de Cruz Roja y ambulancias continuas por lo que parecen ser problemas de salud de uno de ellos. Los que viven desde siempre o tienen sus negocios en Castelar lo veían venir y por eso este jueves nadie se ha extrañado de que tras una batalla campal, ardiera el edificio modernista en el que estaban viviendo los okupas. Ha sido un crimen contra el patrimonio y una tragedia que podía haberse evitado si tuviéramos leyes adaptadas a nuestra realidad. No es posible que en nombre de la vulnerabilidad, todo un barrio tenga que plegarse a ciudadanos que ignoran las más mínimas normas de convivencia. Da mucha pena ver cómo ha quedado el edificio del número 4 de la calle Castelar de Melilla. Daba mucha pena ver las llamas saliendo por los ventanales originales de un inmueble que quedó bastante dañado con el terremoto de enero de 2016. Han sido muchas las veces que agentes de Policía Local y Nacional han acudido a Castelar 4, han sellado la puerta y en cuanto se han marchado, los okupas han vuelto a su morada. No es posible que tengamos las manos atadas para proteger a un vecindario atemorizado con las amenazas constantes de personas que tienen ganas de destruir lo que construimos entre todos: la convivencia. Si esto pasa en el centro de Melilla, qué no estará ocurriendo en barrios de las afueras de la ciudad, donde los vecinos optan por no quejarse para evitar problemas. Ya está bien de decir que la okupación no es un problema en Melilla, cuando hemos tenido incluso okupada la histórica Casa del Gobernador de El Pueblo. Es un problema y la solución no está en ocultarla en nombre de la pobreza extrema sino en buscar soluciones viables para los vecinos, que son los que pagan los impuestos que mantienen los servicios básicos de este país, pero también para los okupas, que tienen que entender que una cosa es meterse a vivir en una casa abandonada por necesidad y otra, muy distinta, destrozar la convivencia.

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