EL PLENO celebrado ayer en la Asamblea sirvió para que la cifra de fallecidos por el coronavirus en Melilla se utilizara como un arma arrojadiza contra a gestión del Gobierno local durante la pandemia.
Es cierto que los resultados de esta segunda ola de contagios en la ciudad han sido malos, Melilla llegó a estar a la cabeza del ranking de Incidencia Acumulada y el colapso del sistema sanitario ha sobrevolado peligrosamente. Pero no es menos cierto que la pandemia ha golpeado de manera terrible a todo el territorio nacional y ahora estamos presenciando como azota a gran parte de los países europeos, lo que demuestra que el control del virus es una tarea harto complicada y que no puede despacharse con argumentos de trazo grueso. Hay demasiados factores que han influido en como Melilla ha encarado esta segunda parte de la pandemia, y con seguridad se han cometido errores y se han tomado decisiones con retraso, pero el análisis de la gestión del Ejecutivo local no puede hacerse simplemente con un recuento de cifras fuera de contexto y a toro pasado. Tampoco tiene mucho sentido alabar las decisiones y los datos que se obtuvieron durante la primera ola de la pandemia para después demonizar a los gestores de la segunda ola ya que se trata de los mismos responsables políticos.
Nos encontramos en un momento gravísimo para el futuro de Melilla y la pandemia no debe convertirse en un garrote con el que atizar al contrario. La situación exige algo más y es preciso que se tenga altura de miras. Los usos y costumbres del debate parlamentario tradicional deberían mutar cuando se trata de un tema tan grave como al que nos enfrentamos. Melilla necesita de unidad y de sosiego para encarar con la ayuda de todos, de forma leal a la ciudad, la peor crisis de su historia.