Y esto es así, nos guste o no nos guste. Aunque algunos no lo vean y otros no quieran ni verlo. Consecuencia: Melilla está cambiando a pasos agigantados sin que los políticos de turno hagan nada para impedirlo. Es más, se escudan en que todo va bien cuando la realidad es que no va bien. Bueno, tampoco todo va mal, seamos objetivos. Pero las cosas son como son. Y digo esto porque el año pasado y el anterior, decía lo mismo. Lo malo de todo esto es que, a la larga, la realidad se aferra en la persistente realidad. Por lo que es urgente ponerle remedio cuanto antes.
En comentarios anteriores comentaba la “abundancia” de letreros que aparecían en las fachadas de los locales de la ciudad, anunciando: “Se vende”. “Se alquila”. “Se traspasa” sin que los anunciantes reciban la respuesta adecuada, en tanto ven cómo pasa el tiempo y los anuncios permanecen. Sin lugar a dudas, una situación preocupante. No tan solo para los implicados, sino para toda la ciudad. Aunque, afortunadamente, se han abierto nuevos locales en la ciudad.
En otras épocas, era también frecuente la existencia de este tipo de anuncios. Pero la realidad es que duraban menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Pregunto: ¿Por qué ahora permanecen meses y meses? La respuesta no es fácil de diagnosticar. Pero está claro que todo depende de la situación más o menos vitalista de la ciudad, de los nuevos emprendedores locales y empresas peninsulares que se arriesguen a montar nuevos negocios en Melilla (véase si no las franquicias). Pero pocos son los emprendedores que se deciden a dar el paso. Bueno, siempre se ha dicho que el dinero juega a ganar dinero. Y es normal que sea así. Nadie quiere riesgos. Y menos aún si se requiere solicitar un crédito, pagar impuestos, verse metidos en papeleo y más papeleo y trabajar horas y más horas.
Naturalmente que algunos de estos anuncios lo son por jubilación de sus propietarios. O que no encuentran en la familia sucesores que quieran seguir llevando el comercio. Siempre difícil en una ciudad donde las compras no permiten, como es deseado, mantener el negocio en condiciones más o menos rentables. Y mucho menos si tienen que competir en precios con las grandes superficies.
Por otra parte, existe cierta inseguridad. Lo que sucede también en toda la geografía española. Pero uno vive donde vive y le preocupa lo que le preocupa. Sin embargo, uno se alegra cuando llegan nuevos refuerzos policiales para atajar los problemas. Además, si añadimos que la plantilla de policías y guardias civiles no es la adecuada y que están trabajando a destajo y sin los medios modernos y necesarios en toda frontera que se precie, resulta aún más preocupante ya que, en ocasiones, se juegan la vida por cumplir con su obligación para impedir la entrada de ilegales por la valla. Y esto es así. Y cuesta trabajo comprenderlo sin que se le dé una definitiva solución al problema, después de tantos años en tan lamentable situación. ¿Para cuándo el servicio europeo de frontera Frontex?
Ya en otro orden de cosas, en referencia a la edificación, no deja de ser frecuente ver edificios que permanecen en ruina (vallados unos y otros ni siquiera eso) sin que los organismos competentes ordenen la normativa existente en todos estos casos. En Melilla la Vieja es frecuente ver alguna vivienda totalmente abandonada y de gran interés histórico, por ejemplo Casa Lafont, lo que no se comprende en un conjunto histórico y monumental declarado Bien de Interés Cultural.
En otros lugares de la ciudad es fácil encontrar edificios en ruina y sin cumplir lo determinado por ley para evitar daños a personas y bienes, ante la situación de abandono de la edificación. Lo que, de alguna forma, promueve la aparición de “ocupas” que buscan un lugar en el que poder alojarse hasta que les llegue la orden judicial para ser desalojados. Para evitar esto, la propia ciudad debería ejercer la acción subsidiaria con cargo posterior a los propietarios.
Así las cosas, reconocerán que la ciudad está perdiendo aquellas señas de identidad que la identificaban con aquella “otra” Melilla vitalista, progresiva, comercial y de aquellas gentes que llegaban de la Península o viajaban desde Melilla por cuestiones de negocios y, sobre todo, de aquel cartel de ciudad alegre y confiada. Sin embargo, al día de hoy es todo lo contrario. Juzguen también ustedes y verán que es así. Y sin más horizonte que el presente, carente de una visión de futuro para promover una vida más acorde con el siglo XXI que acreciente una mejora en la calidad de vida de todos los melillenses.
Por otra parte, lo que no deja de sorprender a quienes nos visitan con cierta frecuencia, es la proliferación del tamazight en la calle, en las cafeterías, bares, y demás. Lo que, de alguna forma, al visitante le cuesta trabajo creer que esto es parte de España, de Europa. Bien es verdad, que en la península, también sucede con la proliferación de idiomas, dada la afluencia de turistas de todas las partes del mundo. Pero con una clara diferencia: son turistas. Aquí el problema es poblacional-estable. Y es lo que es. Y bien está que no se pierda ningún dialecto o idioma porque forman parte de la cultura de los pueblos, tal como lo afirmaba Ramón Menéndez Pidal, elogiando los trabajos del Padre Esteban Ibáñez en su libro Diccionario Español Rifeño; y el Padre Sarrionandía en Gramática de La Lengua Rifeña. Incluso, trasladar a Europa las primeras palabras, recogidas por Domingo Badía Leblich (más conocido por el explorador Badía) del dialecto bereber y publicadas en París, el año 18l4, en sus interesantes relatos de Viajes del explorador español. Y, por supuesto, del Padre José Lerchundi, misionero franciscano, con la publicación del interesantísimo libro Rudimentos de Árabe Vulgar.
Quizás tengamos que ir pensando quienes aquí vivimos en conseguir una Melilla más progresista, más vitalista, más cultural, más creativa, más mediterránea y europea en el devenir del tiempo para conseguir la calidad de vida que en otras ciudades peninsulares lo han conseguido. Y lo han conseguido con visión de futuro y amparados en el trabajo constante del presente. Es decir, evolucionar sin retroceder. O sea, no detenerse en el presente, ni mirar tan solo al pasado, sino más bien servirse del pasado y del presente para ir decididamente hacia un futuro más vitalista, más progresivo y más cultural.
En definitiva, yo creo en esa Melilla que todos deseamos. Es más, en esa Melilla que todos los melillenses nos merecemos.