Es evidente que tras los continuos saltos a la valla o la llegada de migrantes en pateras a las mismas playas, en tanto que Europa mira hacia otro lado y los gobiernos de turno de España no acaban de resolver el problema, seguimos estando en el trastero de Europa. Pero tampoco gestionan situaciones de ayudas a los autónomos, disminución del paro y abrir la frontera con Marruecos que permita las relaciones de vecindad para mejorar la economía a un lado y a otro de las dos ciudades fronterizas: Melilla y Nador.
Por otro lado, concienciar a los melillenses de que, con estos mimbres, no se pueden recuperar aquellas épocas pasadas en las que Melilla nada tenía que envidiar a ciudades costeras andaluzas o de relaciones de buena vecindad entre Melilla y Nador donde el buen ambiente, la forma de vida alegre y un desenvolvimiento económico más que aceptable, atraían a representantes de empresas para visitar Melilla y hacer caja con los comerciantes en la venta de sus productos y también a la inversa, es decir, los melillenses desplazándose a la Península para interesarse por los productos más de moda o elegir aquellos más solicitados por sus clientes. Asimismo, pasar la frontera, viajar y gestionar productos de primera necesidad, preferentemente del campo marroquí: frutas y verduras. Aparte, naturalmente, del continuo desplazamiento de personas a uno y otro lado de la frontera. O bien a la Península por diferentes cuestiones: familiares de melillenses que viajaban para ver a los suyos; otras veces para contactar con universidades, colegios mayores o residencias para la reserva de plazas de los estudiantes que terminaban sus estudios en Melilla y poder continuar estudios universitarios. O más frecuente aún, los viajes de familiares, residentes en la península, con motivo del sorteo de mozos destinados a Melilla, coincidiendo las visitas con la celebración de Jura de Bandera, permisos de fin de semana o para colaborar en la recogida de cosechas por ser hijo único para ayudar a los padres en estos menesteres. Así las cosas, Melilla se encontraba con una población “turística” que alegraba el ambiente de la ciudad. En otras ocasiones, por traslado de funcionarios que llegaban para ocupar la plaza solicitada o de melillenses que se incorporaban a su nuevo destino después de aprobar la plaza. En definitiva, todo un trasiego de personas que concurrían en el Puerto esperando la llega del barco. Por cierto, que en Melilla la llegada del barco al atardecer era todo un acontecimiento desde el momento que se veía la silueta inconfundible del popularmente llamado “el melillero“. Una vez fijadas las amarras la alegría de los familiares y, sobre todo, el griterío de los de los niños al ver a los suyos era casi indescriptible.
En concreto, estamos recordando aquella Melilla de la década de los ochenta-noventa, todo un prodigio de saber estar y saber vivir, sin los preocupantes problemas de hoy: saltos a la valla, tragedias de inmigrantes al perder sus vidas en el mar sin escrúpulos de las mafias que se dedican a estos menesteres y dejándolos abandonados a la suerte del mar o a la espera de ser recogidos por el Servicio de Vigilancia del Mar de la Guardia Civil para, con suerte, ser rescatados y acceder a los puertos españoles y cumplir el sueño prometido: llegar al “paraíso del mundo del trabajo” en Ceuta o en Melilla. Pasado cierto tiempo, poder ejercer una vida digna y enviar a sus familias algunos dineros, producto del esfuerzo y del trabajo de sus manos para ganarse el pan de cada día. Por aquel entonces eran varios los que lo conseguían y se integraban en el país que los acogía.
En estos actuales tiempos vividos en Melilla, nos encontramos con un tiempo más que perdido, escasa preocupación por labrar un futuro mejor y el abandono de los gobiernos de turno, nacionales y europeos, que siguen mirando hacia otro lado ante los serios problemas de Ceuta y Melilla, ciudades al borde de la desconfianza total de cuanto prometen y decepcionados los melillenses porque saben que nada es positivo. Por fortuna las empresas privadas desplazadas a Melilla han resuelto un grave problema: el suministro de víveres de primera necesidad. Eso sí, tendremos que reconocer también las continuas subvenciones de “papá Estado” a los medios de transporte: barcos y aviones en sus rutas diarias con la Península desde los puertos y aeropuertos de Málaga, Motril, Almería…
Sin embargo, Melilla sigue siendo el trastero de Europa ante el abandono de los gobiernos de turno para aportar soluciones a los muchos problemas que aún siguen estacionados en la actualidad. No hay más que observar los locales que cierran en pleno centro de la ciudad y los anuncios en fachadas: “Se vende”. “Se traspasa”. “Se alquila”. Anuncios que se mantienen largo tiempo sin que nuevos emprendedores se decidan para continuar el negocio familiar o lleguen nuevos emprendedores, no sin grandes riesgos, ante la nueva aventura económica.
En definitiva, todo lo demás es seguir encerrados en una situación decepcionante y preocupante de cara a un futuro que ni llega ni se le espera. Dicho de otra manera: seguimos detenidos en el presente pero sin acelerar el paso por el camino prometedor hacia un futuro para que todos los melillenses remen en la misma dirección en busca de nuevas singladuras económicas para situarnos en el horizonte del progreso y del bienestar de los melillenses. Eso sí, remando todos en la misma dirección, a modo de lanzadera hacia un futuro repleto de esperanzas y realidades para disfrutar de una más que aceptable calidad de vida y salir definitivamente de la actual situación económica ya caduca y obsoleta.
Que los responsables de encerrar a Melilla en el trastero de Europa suelten amarras para que el barco navegue hacia un futuro prometedor y se remanguen, los políticos, bien asidos a los remos y remen con bríos y sin perder la ruta emprendida, para llegar cuanto antes al puerto de la esperanza económica y disfrutar los melillenses de una situación más que aceptable para poder vivir sin la angustia económica que dejan detrás muchas familias para llegar a final de mes, agobiadas por el pago de la cesta de la compra, del pago de los recibos de la luz, del gas y del colegio, y sin sin tener que deducirlo de la principal necesidad: dar de comer a los hijos.