No están los tiempos para viajar, pero si un melillense quiere pasar esta Nochevieja en la península, tendrá que enfrentarse a la presión psicológica de saber que o lo hace con tiempo o corre el riesgo de comerse las uvas, a precio de oro, sentado en el sofá de su casa.
Así estamos en Melilla desde hace años. Cambiamos de Gobierno y seguimos igual. Gobierne quien gobierne, vivir en esta ciudad exige un desembolso importante a la hora de irse de vacaciones y además, el desgaste psicológico de creer que las cosas se pueden torcer. Somos discriminados respecto al resto de españoles.
A finales de noviembre, Promesa trajo invitado a Melilla al ex ministro de Industria con Zapatero, Miguel Sebastián, y en un momento de su intervención, el socialista hablaba de la poca eficacia de la política de ayudas a las aerolíneas y navieras. Mientras más se subvenciona el billete, más sube su precio, decía.
Es cierto que en este momento tenemos una situación difícil con los precios del petróleo y que las compañías han estado paradas el año pasado por los dos estados de alarma, el ilegal y el segundo. Es cierto, además, que las navieras han quedado excluidas por Marruecos de la Operación Paso del Estrecho sin que nuestro Gobierno haya torcido el gesto. Si la frontera sigue cerrada, tendrán que cambiar el modelo de barcos que se desplazan a la ciudad porque no sale rentable mover esos buques con tanta capacidad para que viajen prácticamente vacíos.
En esta columna defendimos hace un tiempo la necesidad de ayudar a las navieras y a las aerolíneas porque si esto sigue así, llegará el momento en que nadie aceptará las ayudas para prestar un servicio que les deja un hueco en las cuentas anuales. Los melillenses seremos entonces los grandes perdedores.
Pero con eso no quise decir que se ayude a las navieras en detrimento de los viajeros. Los ciudadanos no podemos pagar la quiebra de los bancos, de las constructoras, de las autopistas y además, rascarnos el bolsillo para salvar a las navieras.
No se entiende que Canarias sea un destino más accesible que Melilla, desde Madrid, estando, como está, mucho más alejada de la península que nosotros.
El transporte marítimo es nuestro talón de Aquiles y nuestros políticos no lo mencionan. Tuvimos esta Nochebuena dos discursos locales más el de Su Majestad Felipe VI. Ninguno habló de la conexión de los territorios extrapeninsulares.
El presidente de la Ciudad, Eduardo de Castro, decidió dar su tercer discurso en un año que está justificado por el ataque de Marruecos, pero que en otras circunstancias huele a naftalina y a afán de protagonismo.
Este tipo de endiosamientos están desapareciendo de las comunidades autónomas donde en algún momento se hacían. La delegada del Gobierno también dio su discurso navideño enmarcado en esa especie de pulso de poder que lleva con De Castro y que saltó a la vista el día que el secretario de Estado, Alfredo González, vino a Melilla y tanto Delegación como Ciudad Autónoma convocaron a la prensa a la misma hora, para lo mismo, pero en sitios diferentes.
Finalmente 'el pulso' por salir en la foto lo ganó De Castro, que quedó fuera, no sé si por decisión personal o de la delegada, del encuentro que mantuvo el número dos del Ministerio de Política Territorial con la patronal y sindicatos en la Delegación del Gobierno.
Tampoco se le vio en el recorrido que dio el secretario de Estado por Melilla La Vieja, con el ánimo de conocer la bondades turísticas de la ciudad, que pueden potenciarse si se consigue cambiar el modelo económico y mejorar la conexión con la península.
En fin, a lo que iba, que tuvimos dos discursos de Navidad y ninguno de los dos tocó, ni de forma disimulada, ni de lado, ni de frente ni veladamente los problemas de conexión que tiene la ciudad y que nos impiden atraer turismo. Supongo que a eso se debe el escaso interés que este tipo de intervenciones genera en la ciudadanía. En el punto de la película en el que estamos, los melillenses no queremos buenas palabras; queremos hechos.
Si no fuéramos una ciudad-isla como somos ahora; si en lugar de estar rodeados de valla y mar tuviéramos carreteras que nos conectaran con el resto de España, la construcción de nuevos viales estaría presente en todos los discursos y las promesas electorales. Pero en Melilla no conseguimos que la conexión con la península entre en las prioridades de nuestros políticos.
La semana pasada el Consejo de Ministros dio luz verde al inicio de la tramitación del contrato marítimo que estará vigente entre el 1 de abril de 2022 y el 31 de marzo de 2023, pero ni preguntándolo directamente hasta en tres ocasiones he conseguido que el Ministerio de Transportes me explique si, como dice el diputado del PP, Manuel Ángel Quevedo, los 22,3 millones de euros que tiene asignados el contrato son para dos años (2022-2023, más el prorrogable).
A la pregunta de si los 22,3 millones son para dos años, me contestan que el contrato estará vigente sólo un año; sin aclarar cuánto dinero hay en caso de que se prorrogue otro año más.
En fin, cuando las cosas no están claras es sencillamente porque no están claras. No hay que darle más vueltas. Si el contrato marítimo es para un año y tiene asignados 22,3 millones, hemos mejorado. Si es para dos con 22,3 millones nos han timado. Si el ministerio no lo aclara, entiendo que quien calla, otorga y a la Delegación del Gobierno no se le ha escuchado salir a rectificar a Quevedo. Conclusión, nos han timado.
Si durante los picos de demanda como puentes y vacaciones las navieras tienen pasaje para llenar varios barcos no es tan poco normal que desaproveches la ocasión de ganar dinero. Por otro lado el gobierno debería darles ayudas a las navieras por las cuantiosas pérdidas del estado de alarma máxime cuando garantizaron el abastecimiento a ciudades autónomas e islas.
El gobierno debería exigir a otros países europeos que no aceptasen la exclusión de puertos españoles por parte marroquí y exigir indemnizaciones a la UE en ese caso para las navieras afectadas.