Ni el frío ni el viento han impedido que la devoción se hiciera fuerte en las calles de Melilla la noche del Martes Santo. Nuestro Padre Jesús Humillado, titular de la Cofradía Castrense, ha salido una vez más para realizar su estación de penitencia ante cientos de fieles que lo esperaban con recogimiento y fervor. La escena era solemne: capas abotonadas, cirios encendidos que rompían la penumbra y un silencio respetuoso, solo roto por las marchas procesionales y el leve crujir de los pasos sobre el asfalto.
A las 20:30 horas, el trono abandonó la Parroquia Castrense de la Inmaculada Concepción. La Banda de Música ‘Ciudad de Melilla’ interpretó la melodía del Himno Nacional mientras los portadores del trono realizaban el tradicional giro que lo enfrentó hacia su templo, como si el Señor se despidiera de casa antes de su camino de humillación.
En primera línea, miembros de la Guardia Civil, representantes de todas las unidades militares de Melilla, autoridades eclesiásticas como el vicario episcopal Eduardo Resa y el páter castrense David Sevilla, además del presidente de la Agrupación de Cofradías, Gregorio Castillo, han arropado a la imagen en su recorrido por el corazón de la ciudad.
Cinco minutos después, a las 20.35 horas, se realizó el tradicional Desagravio. José Pedro Pomares, conocido por su trabajo en medios y por su vinculación con la Semana Santa melillense, fue el encargado de pronunciar la oración, un momento cargado de simbolismo y emoción.
“Oh señor, ¿seré yo? , que con la misma humildad que hoy te muestras ante nosotros, me planto ante tí cara a cara, de tu a tu, a sacudir mi alma en tu penetrante mirada. Para que veas como otras tantas veces, que bajo este traje, bajo mis carnes, no hay más de lo que sabes. Porque qué bien me conoces. Soy hombre de trabadas y torpes palabras. ¿Seré yo señor? Yo que enjugo mis inquietudes investigando, escudriñando tus historias y sobrepensando cada segundo trato de entender los designios de la humanidad y no me da más que para comprender que si los tuyos son inescrutables, los nuestros son incomprensibles. O tu y yo estamos jugando al escondite señor, o la voz con la que te llamo es tu voz. Por todo esto señor y por lo que no me cabia al escribir. Perdonanos, porque no sabemos lo que hacemos. Amén”, exclamó con la voz quebrada.
Mientras tanto, en los márgenes del recorrido, los comentarios de los fieles se entrelazaron con los rezos. Ana, una vecina melillense, observaba pasar el trono con lágrimas en los ojos: “Lo veo cada año, pero nunca me acostumbro. Esta imagen tiene algo… algo que remueve por dentro”. A su lado, su nieto Hugo, de apenas 10 años, sostenía una vela con ambas manos, tratando de no dejar que se apagara por el viento. “Me dijo que quería venir este año por su cuenta. Me hace ilusión que lo viva ya desde pequeño”, añadió la abuela.
A las 21:15 horas, el cortejo entró en carrera oficial. El paso del Humillado era firme, aunque ligeramente más rápido de lo habitual para combatir el frío, que ya se hacía notar con fuerza a causa del viento, ráfagas de hasta 46 kilómetros por hora. Desde la tribuna, el vicario Eduardo Resa dirigió una breve meditación sobre las burlas que sufrió Jesucristo, finalizando con un rezo colectivo del Padre Nuestro que unificó a la multitud en un solo murmullo de fe.
Un portador veterano del trono, confesó tras una breve pausa que “llevamos al Señor sobre los hombros, pero también en el corazón. Esta noche es especial, cada año lo es. Sentimos el peso, pero también la fuerza que nos da caminar con él por Melilla”. Su compañero asintió y dijo que “aunque haga frío, aquí estamos. No hay excusas cuando se trata de esto”.
El recorrido, aunque el más corto de la Semana Santa melillense, no restó emoción. Desde la Plaza de España hasta la calle Duque de Almodóvar, pasando por la tribuna y la emblemática avenida Castelar, el Humillado fue recibido con silencio reverencial, salvo en algunos puntos donde los aplausos brotaban espontáneamente.
A la altura de Plaza Menéndez Pelayo, una mujer sostenía una estampita del Humillado con fuerza. “Este Cristo me ha ayudado en momentos muy duros. Hoy vengo a darle gracias”, dijo sin despegar la mirada del trono. A su lado, dos jóvenes cofrades de otra hermandad miraban con respeto. “Nosotros salimos el Jueves, pero siempre venimos a ver al Humillado”.
La estación de penitencia tuvo que cambiar su recorrido de regreso a la Parroquia Castrense debido a desprendimientos en el antiguo cine Monumental por el viento. Pasó por Miguel de Cervantes y volvió a la Avenida Juan Carlos I.
La procesión concluyó hacia las 23:30 horas, cuando el trono entró a la parroquia. El recogimiento final fue acompañado por una suave marcha fúnebre. Al entrar, algunos portadores no pudieron evitar las lágrimas. “Es un momento de liberación y también de agradecimiento. Nos sentimos tocados por algo más grande que nosotros”, expresó uno de ellos.
Este Martes Santo no ha sido solo una cita más en el calendario cofrade de Melilla. Ha sido una reafirmación de la fe pública, un acto colectivo que trasciende edades y clases sociales y un testimonio vivo de la vigencia de la tradición cristiana en una ciudad que sabe cómo honrar a sus titulares.
Nuestro Padre Jesús Humillado volvió a caminar por sus calles, y Melilla, pese al frío y el viento, le respondió con el calor de su alma creyente.