El ganador del premio de Poesía, Eduardo García, asegura que “el poeta vive acosado por las dudas”.
Eduardo García, el ganador de la XXXV Edición del Premio de Poesía Ciudad de Melilla, estaba viendo el partido del Barça y el Milán cuando recibió la llamada del presidente accidental, Miguel Marín, para informarle de que su obra había sido la galardonada. El martes fue un día muy duro de trabajo para este profesor de filosofía, poeta y ensayista. Clases y reuniones con los padres hicieron que llegara agotado a casa. Se entretenía con este partido “aburridísimo” y cogió el teléfono a la segunda llamada, casi de casualidad. Aseguró a El Faro que es un honor que le hayan dado este premio.
–¿Qué importancia tiene este galardón? ¿No es uno más?
–No. No es uno más. Si hay dos o tres premios que te catapultan o son un reconocimiento del alto nivel de un poeta, uno de ellos, es el de Melilla, entre otras cosas, por la tradición que tiene. El martes no era consciente de la importancia de este premio, pero cuando he empezado a leer que en la lista de galardonados estaban Luis Rosales o Luis Alberto de Cuenta, me ha hecho sentir que formo parte de una gran familia. Son autores con los que he crecido. Cuando comencé a leer poesía, leía a Rosales y ahora ese joven, que está dentro de mí, ve este premio como un sueño hecho realidad.
–¿Era la primera vez que se presentaba a este galardón?
–Sí. Me he presentado a otros premios, como todos. Siempre lo he considerado como un billete de lotería y nunca me tocó. En esta ocasión no estaba ni pendiente del día en el que se iba a fallar el premio. Me ha cogido por sorpresa. Este galardón ayuda a sentirte reconocido entre colegas. También creo que es fruto de cumplir años. Este tipo de reconocimientos sólo se producen cuando ya has rodado y has publicidad una serie de libros, y por lo tanto, has mejorado tu voz.
–¿Le ha hecho sentir mayor?
–Los premios siempre envejecen un poquito, pero no pasa nada. Son unas canas que sientan muy bien. Ojalá todas las cosas que te envejecen sean así. Es mejor que los achaques de salud.
–¿Cómo es escribir poesía?
–Es una labor en solitario. El poeta vive acosado por las dudas y la inseguridad. Necesitamos, los poetas, más quizás que otros artistas, que de vez en cuando nos den un espaldarazo desde fuera, que nos confirmen que no nos equivocamos. He tardado unos cinco años en escribir este libro y en esos meses, te da tiempo de pensar y de dudar mucho. La creación es un proceso muy agotador, pero con este premio, no es que yo solo creo que es bueno, sino que lo valoran otras voces. Es una forma de sentir que no emprendí este viaje en vano.
–¿De qué trata este viaje? ¿Qué es la obra ‘El banquete desierto'?
–En el fondo es cerrar un ciclo que abrí con mi primer libro, ‘Con la vida nueva’. Este nuevo poemario arranca por ahí, en territorios que están entre la realidad y el sueño. Aunque a la vez es la cara oscura del viaje. Lo que pasa es que me he hecho eco del mundo que me ha tocado vivir. He dejado espacio en ‘El banquete desierto’ para la inseguridad y el miedo, para esa desolación que nos a taladrado en los últimos años a través de los informativos. Aunque prometo al lector que todo termina con un canto a la vida y al futuro. No nos podemos quedar nunca atrapados en la melancolía. Uno no puede escribir bellos entretenimientos para la clase burguesa, sino que debe usar todas la fuerza del lenguaje para enlazarlo con los tiempos que vive.
–Así que es una forma de mostrar al público que la poesía no sólo habla de los sueños.
–Juraría que los sueños de los españoles en los últimos cinco años han sido una pesadilla con demasiada frecuencia. Pero, claro, los sueños también recogen lo que somos, no son sólo una escapada de la realidad. Uno sueña lo que vive. Los sueños están repletos de cosas de nuestros días. Lo onírico no significa escapar de la realidad, sino enfrentarse a ella en su estado más emocional. Hago una poesía que dialoga entre lo onírico y la realidad.
–¿La poesía es una herramienta para cambiar el mundo?
–Bueno, es una expresión que da poco de reparo utilizar. Pero cambia más el mundo tomar la calle que escribir poemas. Aún siendo más modestos que los poetas de los 50, creo que la revolución alimenta el interior de la persona y luego, le hace tomar las calles. A veces es preciso cambiar la mirada, ver dentro de nosotros y eso puede ser un acto subversivo, en el mejor de los sentidos, y renovador. Desde luego la rutina no ayuda a cambiar nada. Y la poesía no es nada rutinaria, sino que es firme cómplice de la metamorfosis.
–¿La crisis ha llegado a la poesía? Este año tan sólo se han presentado 44 trabajos al premio de Melilla.
–Estoy sorprendido. No sé explicar cómo un premio de esta categoría le ha pasado algo así. Quizás enviar los manuscritos se ha convertido en algo caro. Puede ser una de las explicaciones válidas o quizás haya otro tipo de problemas. La verdad es que no tiene mucha lógica. Más bien pasa lo contrario. La gente necesita dinero y los premios se ven como una opción a la desesperada de llegar a fin de mes. No lo explico bien. Eran cinco manuscritos los que había que enviar, un buen tocho de copias, que pesaba mucho, pero no recuerdo cuánto me costó a mí enviarlo.