Melilla siempre será una ciudad de acogida, integradora y cohesionada. Por eso entendemos la diversidad religiosa como una oportunidad para incrementar la riqueza cultural de nuestra ciudad y por ende de nuestro país en el marco de una sociedad cada vez más cosmopolita. En este sentido entendemos que el marco del diálogo interreligioso debe ser lo más amplio posible. Hay que partir de la base de que el hecho religioso es consustancial a la persona y que, por lo tanto, tiene una gran trascendencia en la sociedad. Por ello, desde la gestión pública del hecho religioso, tenemos dos grandes retos que afrontar: la garantía de los derechos de libertad religiosa y el mantenimiento de la cohesión social.
Hay que seguir profundizando en esta libertad y en esta cohesión desde el convencimiento de que hay que mostrar los valores que tenemos en el seno de nuestra sociedad porque es desde ellos desde donde mejoraremos nuestro bien común. Melilla se enfrenta en estos momentos a los retos más importantes que, probablemente, hemos tenido como pueblo en los últimos siglos, y por eso los debemos afrontar con seguridad, convicción y cohesión. Y hay que hacerlo desde la idea de unidos en la diversidad.
La convivencia entre los distintos grupos étnicos y religiosos en Melilla no significa ausencia de problemas. Surgen diferencias, pero los gestores públicos deberían trabajan por paliarlas con todas las posibilidades a su alcance. Se trata de buscar, entre todas las partes, una gestión coherente y adecuada de esta diversidad. Una gestión que supone el conocimiento del otro, el trato igualitario. En definitiva, el ejercicio eficaz de servicio al ciudadano, que es la función que tienen encomendada.
No nos engañemos, lo que planteamos de nuestra ciudad no es un mundo idílico, ni queremos transmitir mensajes voluntaristas o ingenuos, pero sí queremos resaltar que la ciudad está cargada de elementos positivos y hay que esforzarse en mantenerlos y en mejorarlos, pues las sociedades humanas de composición multicultural y en entornos cargados de vulnerabilidades, como es sin ninguna duda el de la Ciudad Autónoma de Melilla, son frágiles, y por ello hay que blindarla con políticas proactivas extremadamente cuidadosas para evitar tener que reaccionar cuando la estabilidad se fractura.
Nuestro objetivo no es en ningún momento presentar la cara fácil de la convivencia melillense, ni buscar únicamente la cara positiva de esta convivencia y del deseo profundo de todos los grupos de buscar esta convivencia pacífica que damos por supuesto; Nuestro deseo es ser notarios objetivos de la realidad melillense en su interacción con el campo religioso. Tampoco pretendemos hacer un planteamiento ideológico-valorativo, que termine buscando a «los buenos y malos» en los asuntos conflictivos o difíciles de resolver.
A este respecto queremos hacer notar que, de entrada, todos los responsables de grupos religiosos muestran su deseo de convivir y de ir resolviendo los temas que hacen difícil la convivencia. Porque, según la observancia práctica, forma parte de la realidad melillense la intermitente aparición de situaciones de tensión y conflicto, de diferente intensidad, originadas con frecuencia por acontecimientos a veces insignificantes. Esto nos lleva a plantear la hipótesis de que quizá haya temas de fondo que no están del todo bien resueltos en un proyecto de convivencia de varias culturas y religiones que sea viable y constructivo para el conjunto de la vida social.
Podemos decir que la voluntad de buscar soluciones adecuadas es clara y declarada públicamente. Pero sigue habiendo una distancia y a veces una contradicción entre la situación «real» y el proyecto «ideal» proclamado frecuentemente por grupos políticos y religiosos. Según este proyecto ideal se trataría de ir hacia una «interculturalidad» en que cada uno de los diferentes grupos constitutivos de la trama social melillense, aportase su carisma específico, rompiendo la situación actual en la que el pluralismo se gestiona desde la pretendida continuidad de las hegemonías.
Con frecuencia surgen temas, a veces sin demasiada importancia, que suscitan este tipo de reacciones. Hay una frase que impacta e ilumina para interpretar esta doble realidad de la convivencia entre los grupos religiosos entre sí y con la ciudadanía general, así como de la tensión religioso-política: «En Melilla no se convive; se coexiste». Y probablemente, la coexistencia en grupos aislados, sin interferencia con los iguales, es un mecanismo de defensa para conseguir cierta armonía; probablemente porque se es consciente de que una convivencia más activa lleva con frecuencia a la lucha por un cierto poder de ortodoxia religiosa y de poder social.
En la ciudad de Melilla los temas que son objeto de conflicto merecerían cada uno de ellos un tratamiento particular en profundidad, teniendo en cuenta la complejidad de los hechos y la interpretación de los diferentes actores tanto religiosos como políticos y de las administraciones. Señalar la importancia de analizar estos casos de conflicto para profundizar en sus causas y abrir cauces de diálogo entre todos los actores sociales en vistas a una cohesión construida por todos los grupos de los que componen la Melilla plural, en los diferentes campos de la vida social, incluido el religioso. Esta sugerencia apunta a una «convivencia activa» desde el pluralismo, que supere la «coexistencia» en grupos separados, que lleva al empobrecimiento o al enfrentamiento.
La realidad cotidiana de la ciudad en términos de culturas es de convivencia más que de coexistencia, de interculturalidad en el marco de la multiculturalidad, una normalidad que hay que evitar que se vea salpicada por estridencias, en la que se evite ahondar en el peso de los porcentajes, porque en el fondo todos somos melillenses, y, por ello, españoles, amparados por la Constitución Española, a la que hay que evocar en todo momento, y por la legislación derivada de la misma. Y lo somos a pesar de quienes no quieren que esto sea así, que los hay, y que son persistentes en su empeño destructivo, y a pesar también de los indiferentes, es decir, aquellos que no valoran esta esperanzadora realidad desde una irresponsable actitud. A ambos sectores va dirigido este artículo, en el que se expone una realidad que nuestros socios en la Unión Europea desearían tener en algunas de sus ciudades, en lugar de las crecientes dificultades de convivencia que anidan en algunos barrios de ellas. Esta realidad que nosotros disfrutamos debemos darla a conocer con orgullo, y diseminar el mensaje es también una forma adicional de defenderla frente a quienes desean destruirla.