Muchos de nosotros podemos recordar la conversación fuera de antena que mantuvo el ex-presidente de Gobierno, de infausta memoria para los españoles, aunque me temo que el actual le va a hacer bueno, D. José Luis Rodríguez Zapatero, con el periodista Iñaki Gabilondo, momentos después de realizarle una entrevista previa al proceso electoral de 2008 en el que, por segunda vez, ganó las elecciones generales para acabar de consumar el estropicio que causó a la situación económica de nuestro país y en consecuencia a nuestro país en su plenitud.
En aquella conversación, el entonces presidente en funciones y candidato a la reelección le venía a decir al periodista: “las cosas van bien pero nos conviene que haya tensión”. No parecía muy razonable que el máximo responsable de garantizar el sosiego de los españoles para, entre otras cosas, enviar a la opinión pública mundial una imagen grata de nuestro país, estuviese preocupado por generar tensión a fin de incrementar sus expectativas electorales, pero quién ha podido pensar alguna vez que lo que hiciera el entonces Presidente Zapatero tuviera que ser razonable o pudiera esperarse que lo fuera. Yo, desde luego, no conozco a nadie, ni fuera ni dentro del PSOE que lo pensase o lo esperase.
Digo que es muy posible que el actual Presidente, el Señor Sánchez, haga bueno a Rodríguez Zapatero porque Rodríguez Zapatero dejó tras de sí una España económicamente devastada y un escenario de división política y territorial que rompió la trayectoria de éxito de nuestro país, huyendo antes de concluir su período legislativo, que debería haber finalizado en 2012, pero adelantó las elecciones a 2011 porque el dislate ya era incontrolable. Sin embargo, el Sr. Sánchez cogió una España floreciente, con una recuperación de la situación económica y con ella la del empleo y la de la prosperidad de los españoles absolutamente modélica en Europa protagonizada por el Gobierno del Partido Popular presidido por el Presidente Rajoy y se embarcó en una deriva sin horizonte y sin expectativas, mediante pactos con los que pretenden imponernos un proyecto de país sectario y contrario al sentir mayoritario de la ciudadanía, con el único fin de satisfacer las ansias de poder de Su Persona, que la pandemia que padecemos no ha venido sino a agravar trágicamente.
Ambos períodos, el de Zapatero y el de Sánchez han venido a implantar en nuestra nación una suerte de consagración de las posturas públicas regidas por el odio al adversario político. El Parlamento, las televisiones, las calles y por supuesto las redes sociales se han convertido en paraísos para los faltones y para los que no ofrecen a los ciudadanos ninguna expectativa para la mejora de sus condiciones de vida pero sí hacer desaparecer de la escena política al adversario al que culpan de todos los males del universo. Han implantado la modalidad de votar en contra de alguien, en lugar de hacerlo a favor de un proyecto propuesto a la ciudadanía.
Tal parece como si hubiéramos renunciado, como pueblo, a la necesaria concordia a la que accedimos, con grandísimo esfuerzo y con ejemplar sacrificio de nuestros padres, en tiempos de la transición. Frente a los que abandonaron la senda de la transición y de la concordia y se instalaron en una de las dos Españas desafiando a la otra, argumento que repiten machaconamente, creo que debemos resistirnos a desbaratar el fantástico legado recibido y perseverar en el seguimiento de la demanda de la inmensa mayoría de los españoles de no caer en la tentación del sectarismo y desenmascarar a todos los que nos quieran conducir por ese aciago sendero del frentismo, que tantas veces hemos recorrido y con tan nefastos resultados.
Creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos miran con estupor a los políticos que no hablan de los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos sino de sus obsesiones ideológicas y de lo presuntamente importante que es para los ciudadanos lo que sólo lo es para ellos mismos.
Tenemos la obligación de pensar mucho más de lo que lo hacemos en las generaciones venideras como beneficiarias de nuestros aciertos o paganas de nuestros errores. Percibo un asombroso egoísmo y mirada de corto plazo en muchos de los planteamientos de los políticos que actualmente se expresan en la escena pública de nuestro país. Quizás se deba a que voy alcanzando una edad que es un poco superior a la de la media de nuestros políticos, pero creo que debo de llamar la atención sobre ello.
No me resigno a que la España que reciban nuestros hijos sea peor a la que nos legaron nuestros padres por nuestra inconsciencia, inmadurez o egoísmo. Apliquémonos lisa y llanamente al trabajo abnegado por la mejora de las condiciones objetivas de nuestro presente y del futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. Y sobre todo, no practiquemos la destrucción como herramienta de la acción política.