La desdicha de la inmigración vuelve a estar en primera plana, porque entre las diversas lecturas que pueden hacerse de una catástrofe humanitaria de este calado, resalta la aspereza analítica de lo que realmente sucede para mostrar con transparencia el insolente fenómeno de personas que escapan de la consternación de su país en busca de una oportunidad en suelo europeo.
Hoy por hoy, las aguas del Mar Mediterráneo, más que un muro o empalizada supone una trama entre las distintas patrias que han predispuesto la ramificación de desplazamientos humanos hasta tal punto, que no se concibe la vida cultural, política, social y económica sin el intercambio de individuos que históricamente se ha originado desde diversos puntos neurálgicos del planeta.
Y es que, la acentuación del conjunto de migrantes africanos tiene mucho que ver, además de los componentes económicos y políticos que confluyen, con los automatismos propios de las nuevas tecnologías de la comunicación, como la red de redes, internet y la telefonía móvil y como no, la ampliación progresiva de las relaciones bilaterales entre estados europeos y África.
En las últimas décadas los flujos migratorios de África han pronunciado el desalojo intracontinental, también distinguido como horizontal: las migraciones interafricanas incluyen a millones de personas y rebasan con creces las migraciones internas de otras zonas. Dicho de otro modo: el grueso de inmigrantes permanece en sus regiones pertinentes.
En paralelo, los estándares de migración dentro del continente son varios y con múltiples direcciones. Asimismo, se contempla que los flujos de salida no sólo están encaminados hacia Europa, sino al Medio Oriente y América. Es de subrayar que la emigración de los jóvenes africanos se ha transformado en una anomalía masiva, y ante el inconveniente de desplazarse legítimamente por las restricciones que tienen para conseguir los documentos requeridos, optan por los recursos clandestinos de acceso a la Unión Europea, UE, ya sea por las costas españolas, francesas o italianas.
Cabe diferenciar la emigración de África del Norte de la de África Subsahariana, dado que la primera lleva sus poblaciones hacia Europa y Estados Unidos; mientras que África Subsahariana, aunque encamina su tránsito mirando a Europa, sobre todo desde demarcaciones como Nigeria, Ghana y Senegal, posee significativas oleadas migratorias internas, bien de los sectores rurales a las ciudades, o de las franjas en guerra a los términos en paz y de los estados más pobres hacia los más ricos.
No obstante, el marco que se desenvolvió en el Norte de África desde el inicio de la Primavera Árabe, desembocó en una reconfiguración de la geografía migratoria del Mediterráneo. Realidad que hoy en día pone en evidencia la dinámica e inconsistencia del panorama fronterizo.
En nuestros días, los derroteros migratorios que franquean el desierto del Sahara pertenecen a los antiquísimos recorridos comerciales, en los que se constatan tres itinerarios clásicos que la superan. Primero, hay que referirse al Atlántico, el más antiguo de todos que se activa de Senegal a Marruecos por el litoral del Océano Atlántico. Segundo, el Central, con Gao y Tombuctú en la República de Malí como puntos de salida; es el sendero que concentró la comercialización transahariana de oro, sal y cobre desde Agadez (Níger) camino del Norte donde se divide en dos: uno, valga la redundancia, se encarrila al Norte a través de Libia con escalada en Trípoli y las Islas de Lampedusa o Malta; y, dos, el trayecto de Marruecos y Túnez, cruzando Argelia.
Y, tercero, el periplo Oriental que ensambla la República Federal de Somalia con el Estado de Libia, pasando por Jartum, capital de la República del Sudán, que mismamente enlaza con Oriente Medio circulando por El Cairo, capital la República Árabe de Egipto, con rumbo a los países petroleros.
Es consabido que Libia se ha erigido en el principal centro de ida de estos éxodos hacia Europa, valiéndose del vacío de poder que concurre desde el fallecimiento de Muamar el Gadafi (1942-2011), como consecuencia de la corta distancia a la Isla de Lampedusa, al Sur de Italia; en tanto, que por su procedencia se distinguen sujetos de hasta cincuenta y tres nacionalidades, sobre todo, eritreos, sirios o malienses.
Teniendo en cuenta la multiplicidad de órbitas afines, el Sahara no ha de ser calificado como una muralla, sino, que por el contrario, un espacio interior donde se desenvuelven comunicaciones multidireccionales y multiculturales. Tómense como ejemplos, de Norte a Sur entre el Mediterráneo y el Sur del Sahara; o de Este a Oeste los traslados antiguos desde el río Nilo hacia el Atlántico; así como otros trazados en distintos sentidos como los senderos comerciales y migratorios desde la República del Senegal y la República de Malí a Egipto, e incluso hacia La Meca en la Península Arábiga.
Por lo demás, hay que entender que cada viaje era y es, un paso de doble dirección. En definitiva, son traslaciones de ida y vuelta, incluso en los entornos presentes se mueven migrantes en distintos cursos.
Ni que decir tiene, que la cuantificación de migrantes que deciden abandonar el continente africano en los últimos tiempos se ha agrandado considerablemente. Con todo, África Occidental y el Norte han sido y continúan siendo los departamentos donde se ocasionan el mayor número de inmigrantes hacia Europa, cuyos estados de origen residen en Costa de Marfil, Gambia, Senegal, Sierra Leona, República Democrática del Congo, Liberia, Malí, Camerún, Nigeria, Sudán, Ghana y los países del Cuerno de África conformados por Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía.
En atención a uno de los últimos estudios realizados, se estima que entre 65.000 y 120.000 africanos subsaharianos llegan cada año por tierra a los estados del Magreb, pero únicamente entre el 20% y 38% penetran en Europa. De acuerdo con estas apreciaciones, la cantidad de subsaharianos que cada año consiguen cruzar ilegalmente a Europa es del orden de 25.000 a 35.000.
Luego, se impone el menester de concretar con precisión las razones que inducen a esta conducta. De ello pende, entre otros argumentos, la viabilidad de puntualizar y, a su vez, de implementar medidas que otorguen reducir la incidencia e impacto, tanto para los estados emisores como receptores.
Entre los motivos que promueven la inmigración irregular por medio del Mediterráneo hacia el territorio de la UE, que es conceptuado por numerosos investigadores como un ‘gigantesco imán social’, se hallan las arduas dificultades socioeconómicas y demográficas de los territorios del Sur, con mercados laborales ampliamente condicionados y un fuerte incremento demográfico que acorta drásticamente el potencial de creación de empleos; o la efectividad de políticas que lanzan acciones económicas intensivas en capital, en vez de mano de obra barata; y, como no, las irregularidades tanto en materia de oportunidades y remuneración del trabajo.
Es incuestionable la responsabilidad histórica de Occidente en calamidades humanas de este calibre. Las complicaciones estructurales y sociales que soportan los estados del Sur geopolítico, principal emisor de auténticos hervideros de emigrados indocumentados, son el resultado de siglos de explotación por parte de los grandes actores. En lugar de estas coyunturas, la UE se muestra como víctima propiciatoria de importantes intimidaciones para su seguridad y orden público, dada la alta probabilidad de intrusiones de extremistas y la efectividad de infractores internacionales con un negocio dispuesto para el tráfico y la trata de personas que trae consigo rendimientos millonarios a los tratantes.
Con estas connotaciones preliminares, el trance migratorio que se vive con dramatismo en el Mediterráneo demuestra a todas luces, que la UE se perpetúa en no lograr plasmar una política migratoria adaptada, común y multidimensional, que proporcione su acoplamiento y efectividad con disposiciones enfocadas a la consecución de un flujo legal, sistemático y estable desde los países del Norte de África.
Hasta el momento, las recetas perfiladas por la entidad supranacional se han caracterizado por intentar encarar la migración irregular mediante la externalización de los límites fronterizos comunitarios, además de contrarrestar las organizaciones criminales que emprenden el tráfico y la trata de personas, omitiendo su compromiso histórico y efectuando respuestas emergentes en las que prevalece su procedimiento segregacionista.
A resultas de todo ello, la presión migratoria en la zona se mantendrá como fuente de preocupación para los estados miembros de la UE en primera línea, y para el Viejo Continente de manera generalizada.
Sin duda, nos topamos ante una singularidad que implica tanto a los migrantes que se encasillan como refugiados, como a los individuos que migran por lógicas económicas, familiares y laborales y que dada su trascendencia a nivel global, así como su alcance de carácter humanitario, como la complejidad y/o imposibilidad de remedio, se ha ido incrustando en lo más alto de la agenda política.
Lo cierto es, que después de unas cuantas décadas de rastreo en la demanda de soluciones alusivas al tema migratorio y de no pocas tentativas por obtener la modulación de las diversas regulaciones al respecto en sus estados miembros, puede manifestarse que la UE ha sido incapaz de generar una política que confeccione medidas eficientes, hasta el punto, de moderar el flujo migratorio irregular hacia su territorio y contribuir con una inmigración válida, regulada y precisa.
El escalofriante calvario humano al que se asiste con desazón en los últimos tiempos y atribuido como ‘el posible cementerio de inmigrantes provenientes de los llamados países del Mediterráneo Sur’, corrobora, una vez más, la laguna de voluntad política y capacidad real del bloque comunitario para facilitar alguna solución a esta compleja crisis migratoria que no tiene precedentes.
De esta forma, las medidas perfiladas y administradas se han identificado por desear afrontar o digámosle, gestionar, la migración ilegal desde los estados del Norte de África, mediante la externalización de las fronteras comunitarias, la pugna contra las operaciones encubiertas que favorecen esta migración no deseada e incontrolada, así como el manejo de resquicios de corte militar cuyos resultados son más aciagos que propiamente el mal que se procura anular.
Toda vez, que los cientos por miles de naufragios desencadenados en el Mediterráneo, nos dejan tal como reza el título de esta disertación, la degradante lista de fallecidos sin nombre en las profundidades de las aguas, dando la sensación de quedar en un letargo pasando a la insensibilidad, que aun avivando una aparente alarma y su lógica emergencia en Europa y en la Comunidad Internacional, no estamos ante sucesos novedosos, ni de corta data.
Por lo tanto, se plantea que estamos ante un sinfín de episodios estructurales que reclaman un proceder distinto por parte de Europa, en particular de la UE, a partir del reconocimiento de su responsabilidad en los orígenes de esta certeza, en lugar de limitarse a ofrecer réplicas de emergencia para la inspección de fronteras, englobando la aplicación de la fuerza militar, cuya corpulencia es de emergencia humanitaria, sobrepasando mayores complejidades y sin dar unos mínimos indicativos de disminuir y convertirse en un fondo recurrente de política internacional en la que se ven comprometidas las cuestiones de política exterior, defensa y seguridad de los países involucrados.
Para algunos observadores nos encontramos ante una crisis de refugiados en toda regla y no de un rompecabezas estrictamente de inmigración irregular, contrastando el escenario con el surgido en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), debido a que, en su mayoría, son sacudidas poblacionales impuestas y violentadas como derivación de conflictos de diversa índole.
En la misma tesitura, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, considera de disfuncional el sistema europeo de asilo y ha mediado para engranar un dispositivo de solidaridad que deje a Europa ser parte de un esfuerzo común, secundando la protección de los refugiados que arriban en el continente.
Sobraría mencionar en estas líneas, que el Mediterráneo es una región de frontera que está configurada por un conjunto de estados con fuertes asimetrías, tanto desde el plano económico como desde el matiz político-institucional y cultural. El impulso de la integración económica de la UE no ha hecho más que aumentar la polarización entre las regiones situadas al Norte y Sur. A fin de cuentas, ha sido y sigue siendo una divisoria con eminentes inestabilidades, que requiere de estrategias políticas para resolver los flujos migratorios que llegan desde el Sur.
El abordaje de los movimientos migratorios permite entender por qué no se atajan apropiadamente, a pesar de las políticas migratorias taxativas y de las inspecciones exhaustivas de frontera. La geografía sistémica y espacial de los flujos migratorios permite descifrar que la dinámica poblacional se modula claramente con los dictámenes geopolíticos y económicos de los países, entorno que produce controles cada vez más extremados, habitantes de distintas categorías, como oportunidades y nuevas fórmulas de proyección denominadas por algunos autores ‘expulsiones’.
La UE ha inducido a la amplificación de políticas migratorias que acaban tensionando los derechos ciudadanos dentro de la unidad supranacional, hasta causar el aumento de la exclusión hacia los inmigrantes, especialmente, los indocumentados.
En este sentido, la frontera del Espacio Schengen se dispone como una esfera de control sobre los flujos migratorios, optimizado con las operaciones moduladas por la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores, FRONTEX.
De esta manera, la disposición de un espacio supranacional como la UE, que alienta la libre circulación de los residentes europeos, condujo a la práctica de una soberanía territorial acoplada por una trama jurídica cada vez más condicional sobre los inmigrantes, designados ‘ciudadanos de terceros países’ y la instauración de un organismo de control efectivo como FRONTEX para contener la entrada de migrantes.
Esto muestra la incumbencia de desplegar todo tipo de labores directas como el patrullaje terrestre, aéreo y marítimo, la vigilancia con cámaras o la construcción de vallados para procurar la soberanía territorial de la UE, proteger los propios intereses y conseguir una composición funcional en la economía.
Queda claro, que estas pericias de control no hacen más que imposibilitar la entrada, e incluso, consumar la vuelta de los inmigrantes, en vez de ayudar al desarrollo económico y social de los territorios al Sur del Mediterráneo. La división Norte-Sur debería vincularse desde políticas que acojan el trabajo contiguo de los estados envueltos en este predominio migratorio. Únicamente un encaje de gestión integrado descompondría las barreras, desenredaría las fisuras y auspiciaría una vía que haga prevalecer los derechos humanos de los ciudadanos y la ecuanimidad de oportunidades.
Inmersos en pleno siglo XXI, Europa se aferra a una paradoja entre el envejecimiento de la urbe que genera solicitación de mano de obra, y el control del ingreso de la población extranjera. La mayoría de los países occidentales adoptan dos extremos demográficos bien definidos: elevada esperanza de vida y una irrisoria tasa de natalidad. En otras palabras: en las próximas décadas el vínculo entre población activa y población pasiva será aún más laxo que en la actualidad.
La oscilación laboral desde estados extranjeros podría estabilizar la caída de la población económicamente activa. No obstante, la migración es vista como un obstáculo en el curso presente de la crisis económica que franquea Europa, donde las tasas de desempleo continúan creciendo. Esta realidad no hace más que agigantar la tensión entre los migrantes que penetran en busca de una ocupación y la fuerza laboral local.
Es factible que, tal como la Organización de las Naciones Unidas, ONU, reconoce el proceso de globalización esté entrando en un período que, tras la liberalización del tráfico de capitales y bienes, se engarce en otra ‘era de la movilidad’, en la que la emigración sea enjuiciada como un derecho humano más.
En este aspecto, se tiene la opinión que los migrantes africanos experimentan una doble discriminación y exclusión tanto en las demarcaciones receptoras o de llegada, como en los territorios emisores o de origen, y por lo tanto, no se les consideren los derechos humanos fundamentales. Desde la faceta de la geografía crítica, enfocar el espacio geográfico como un complejo entramado, permite concebir los diferentes actores y sus argumentaciones territoriales.
A tenor de lo expuesto, la dimensión histórica de la problemática de las migraciones en la región mediterránea y la espiral de contratiempos que subyacen, así como el rastro amortiguado que persiste en los medios de comunicación, sugiere profundizar en la exploración de las diversas perspectivas que queramos o no queramos, prosiguen latentes.
Consecuentemente, durante años el liderazgo comunitario se ha censurado por sus mañas e iniciativas en el recinto de la inmigración, hechas y escudadas con la coartada de la necesidad de preservar la seguridad del territorio y la ciudadanía de la Unión, ante el desafío que implican los inmigrantes indocumentados que residen en ese espacio, o quienes aspiran a alcanzarlo en la búsqueda de un hipotético nivel de vida superior y de pronto todo queda trucando en las profundidades de las aguas.
Designar a cierto grupo de personas ‘ilegales’ les hace tambalear su humanidad.
La ilegalidad como forma de estatus ha sido determinada intencionadamente a los inmigrantes indocumentados para alegar una categoría de individuos que no son dignos de derechos. El lenguaje esculpe las clarividencias de la gente y, como tal, es improcedente en referencia a éstos, que inevitablemente los arrastra a apreciaciones y perspicacias que a la postre impactan categóricamente en sus realidades diarias.
Europa es y seguirá siendo una fuerza de gravedad, seducción y encanto para muchos inmigrantes. Las estadísticas y recuentos que en esta disertación han tratado de eludirse, demuestran que ni mucho menos se ha empequeñecido la recalada de personas en condiciones irregulares.
Porque, ante todo, el cuerpo geométrico migratorio es sumamente enrevesado y el bloque comunitario no está capacitado para recomponer las piezas de un puzle que dícese estar alojadas en posiciones que emergen a raíz de conflictos y guerras provocadas en su amplia mayoría por los propios intereses económicos y geopolíticos de las grandes potencias.
He aquí, la súbita instantánea decorosa y compasiva de las víctimas que perecen, y que a fin de cuentas desaparecen recalando en los prejuicios de la opinión pública, para que en un abrir y cerrar de ojos, sea un centelleo deshumanizado que produce desafecto y temor.