Insiste en la necesidad de ampliar los efectivos humanos, mejorar los materiales y corregir situaciones surrealistas com las que se dan con la alambrada fronteriza.
La situación en Melilla está normalizada, reza en estos días en todos los rotativos nacionales que a lo largo de la semana se han centrado especialmente en nuestra ciudad al albur de los conflictos fronterizos y las amenazas de un bloqueo que finalmente se quedó en unas horas de boicot al paso de pescado marroquí por la frontera principal de Beni-Enzar.
La realidad, sin embargo, es otra. Por un lado, la normalidad es la misma de siempre, dado que el pretendido chantaje fronterizo afectó poco a la vida melillense. En cambio, las deficientes condiciones en que trabajan los agentes de los cuerpos de las fuerzas de seguridad del Estado destinados a los turnos de frontera, son idénticas a las que se daban durante los días “calientes” de acoso por la parte marroquí, salvo en el detalle infamante de los carteles degradantes contra las mujeres policías que, afortunadamente, desaparecieron el pasado jueves junto al resto de cartelería de protesta y reivindicativa a su vez de la soberanía de nuestra ciudad.
“Se veía venir”
Para la Asociación Unificada de la Guardia Civil, constituida en Melilla el pasado 14 de junio, los incidentes “se veían venir”, a la vista de la tensión diaria en la que se trabaja en la frontera y las circunstancias que se derivan de la inexistencia de la llamada ‘tierra de nadie’ o zona neutral entre los territorios de España y Marruecos a ambos lados de la frontera.
Los guardias civiles, como los policías, se sienten, en palabras de Ramón Carrasco, portavoz de la AUGC en nuestra ciudad, “olvidados” y esperan que el ministro Rubalcaba también viaje a Melilla, además de hacerlo a Marruecos, como tiene previsto mañana lunes, entre otros fines para dialogar sobre los conflictivos sucesos que han puesto a nuestra Policía y, en especial, a los agentes de sexo femenino, en la diana de las críticas más furibundas desde el lado marroquí.
Según Carrasco, tal cual se trasmitió a los dirigentes del PP durante la estancia en Melilla del vicesecretario nacional de Comunicación del mismo partido, González Pons, las agresiones a los policías son frecuentes en la frontera, así como el lanzamiento de pedradas. La inexistencia de la ‘tierra de nadie’ favorece la comisión de los actos de presión y desprotege a unos agentes que, en Melilla, se baquetean en una frontera sin comparación en el resto de las lindes exteriores del territorio europeo.
Situaciones singulares
A lo anterior se añaden una serie de demandas que nunca son satisfechas. En concreto, la AUGC pide para Melilla 150 guardias civiles más de los existentes en la actualidad, en torno al medio millar que, en gran parte, no realiza turnos porque se dedica a funciones administrativas o incluso a oficios como los de fontanería o albañilería dentro de las instalaciones de la Benemérita en Melilla.
La falta de efectivos lleva a que los turnos se realicen en solitario, sin opción a poder alternarse con un compañero, lo que siendo extremo resulta aún más grave si las condiciones en que se desarrollan son deficientes, como sucede en garitas carentes de las mínimas condiciones para cumplir en optimas circunstancias el servicio encomendado.
La excusa de la crisis
Además, la crisis económica está sirviendo para que algunos servicios esenciales no estén a la altura de las necesidades, caso por ejemplo del aparato detector de cuerpos humanos en el interior de vehículos de gran tamaño, como los camiones que pueden servir de camuflaje de inmigrantes ilegales. El detector en cuestión lleva averiado varios meses aunque su reparación no supondría un gasto superior a los 600 euros, según informó la AUGC a este Diario.
La situación además se vuelve surrealista en lo tocante a la alambrada fronteriza, cuyo sofisticado sistema de sensores salta fácilmente a causa del uso indebido que le da la gendarmería marroquí, que en ocasiones la utiliza como un vulgar tendedero.
En suma, la normalizada situación melillense no es más que el reflejo de una situación persistente, en la que las deficiencias que marca la falta de recursos humanos y materiales suficientes para la mejora del control fronterizo sigue siendo la tónica dominante.