Celebradas las elecciones autonómicas y municipales, contados los votos y asignados los escaños, se abre una nueva etapa política presidida por una exasperante, tensa y agobiante espera en la que los acuerdos, contactos y reuniones con el Ejecutivo central no pueden aspirar más que a una intrascendente fotografía sin a penas relevancia en las hemerotecas. La promesa hecha por un Gobierno que lucha mantenerse vivo hasta la próxima cita electoral dentro de nueve meses tiene el mismo valor que le negativa de ese mismo Ejecutivo, que parece abocado a dar a luz a una sonora derrota en marzo de 2012.
Es cierto que la simpatía, trato afable y eterna sonrisa de Antonio María Claret no tienen nada que ver con su antecesor en la Delegación del Gobierno. Pero Melilla, ni ninguna otra región de España, está para sobredosis de talante. Aquello del ‘buen rollo’ es de otro tiempo, de una época en la que la crisis parecía un concepto del pasado, las cuentas salían sin necesidad de saber sumar y faltaban perros para tanta longaniza. Hoy es necesario tomar decisiones, casi todas impopulares. Pero falta el Gobierno central que marque unas directrices claras, que tenga capacidad política de negociarlas con las distintas Administraciones y que cuente con la fuerza institucional para imponerlas si cree que peligra el interés del conjunto del Estado. Mientras tanto, aquí seguimos a la espera. Próxima foto: el lunes a las diez de la mañana en la Delegación del Gobierno. A esa hora habrá más sonrisas y nuevas dosis del sosiego político prometido por Claret. Sobre asuntos importantes (la ampliación de las bonificaciones de la Seguridad Social, por ejemplo), no es el momento ni el lugar.