Tenemos dos opciones, preocuparnos y dejarnos intimidar por los activistas teledirigidos del Marruecos cercano, que ayer comenzaron a redoblar su hostigamiento sobre Melilla. O dejar pasar lo que no deja de ser, como hemos subrayado ya varias veces, una opereta al servicio de los intereses coyunturales marroquíes y los intereses particulares de los cabecillas de esos mismos activistas, entregados a una causa que les favorezca en sus carreras políticas o ambiciones personales de muy diversa clase.
Hoy celebramos la Constitución del 78, que contribuyó a afianzar más si cabe nuestra histórica realidad española, que consagra la indisolubilidad de nuestra patria, de la que Melilla, como Ceuta, son partes indiscutibles, más allá del irredentismo anexionista y la cerrazón marroquí.
Ni pueden cortarnos el agua ni hacer otra cosa que perturbar el paso fronterizo, con negativa incidencia para los muchos vecinos marroquíes que honradamente se ganan la vida gracias a Melilla. Lo dicho, nada mejor que ignorarlos pero sin perder el norte. Nuestras autoridades nacionales deben trabajar también para poner las cosas en su sitio y hacer que nos respeten.