Melilla se encuentra ante una encrucijada clave: salud y economía. Los datos son negativos, mucho. Sigue habiendo contagios y muertes prácticamente a diario. Y, lo peor, existe un grueso de la población que no se entera de la situación crítica que estamos viviendo y se dedica a incumplir las normas. No puede ser que cada tarde sea una feria en la calle, que cada inicio del fin de semana se vean grupos numerosos sin guardar distancias de seguridad y charlando sin mascarilla. Se ha dicho hasta la saciedad cuáles son las normas, pero hay una parte de la población que no quiere enterarse, que las incumple sistemáticamente, que no se ve siquiera amedrentada por la cantidad de contagios y los dramas derivados de las continuas muertes. Melilla no está bien, Melilla debe adoptar medidas radicales para que la situación pueda reconducirse. La salud prima ante decisiones que son dolorosas.
En el otro plato de la balanza está el sector hostelero, que arrastra importantes pérdidas derivadas de la pandemia pero que también tendrá ayudas con cargo de la Administración local. La Ciudad tiene que saber hilar muy fino para, salvaguardando lo principal que es la salud de todos, evitar causar un daño importante que se traduzca en más paro y penurias para quienes viven de este sector, que en Melilla tiene un peso importante.
Los extremos no conducen a ninguna parte, no se trata de presionar, ni de forzar situaciones contrarias al blindaje que en estos momentos se exige en Melilla para que entre en un cauce de cierta normalidad. Sino, no solo resultará dañada la hostelería, toda la ciudad estará en serio riesgo. Y eso es precisamente lo que hay que evitar, que los contagios impidan que el sistema pueda funcionar de una manera adecuada.