La Policía Local ha informado de que un ciudadano melillense ha sido imputado por un presunto delito contra la seguridad vial por conducir su coche a 105 kilómetros por hora en una carretera, la de Alfonso XIII, cuyo límite máximo es de 30. El individuo fue captado por el radar fijo que existe en esa zona de la ciudad y ahora, lógicamente, tendrá que responder de su imprudente actitud ante los tribunales de Justicia. Lo triste es que el exceso de velocidad es algo muy común en esta ciudad.
Solo entre los días 4 y 10 del pasado mes de julio, 338 conductores fueron denunciados por los agentes locales por exceder el límite de velocidad en distintos puntos de Melilla. Lo peor del caso es que, según la propia Policía Local, esa cifra representa una bajada en ese tipo de sanciones con respecto a períodos anteriores. De enero a mayo de este año, además, fueron captados casi 1.300 conductores superando lo establecido en las normas de circulación. Todos estos datos están relacionados con el funcionamiento de los radares distribuidos por la ciudad. Y eso que estos aparatos no funcionan todo lo bien que podría esperarse de la tecnología que utilizan para la captación de infractores.
Resulta evidente que Melilla tiene un problema vial importante. No es la primera vez que lo decimos pero se hace necesario insistir porque controlar el exceso de velocidad puede salvar vidas. La propia Policía Local lo manifiesta públicamente: "a partir de 50 km/h aumenta el riesgo de lesiones graves para el peatón en un 90%; mientras que a una velocidad de 30 kilómetros por hora, el riesgo se reduce notablemente para todos los usuarios de la vía".
La noticia de los 105 kilómetros por hora se conoció justo en la jornada en la que se conmemoró el Día de las Víctimas de Tráfico con un acto en la Delegación del Gobierno. Allí, el jefe provincial, José Carlos Romero, dio los datos de accidentes del último año. Estos apuntan a 268 accidentes y dos víctimas mortales, además de 16 heridos graves y 325 leves. Son cifras que Melilla no se puede permitir con sus casi 13 kilómetros cuadrados, un territorio reducido que debería hacer más fácil el control. Aquí no hay autovías ni carreteras que justifiquen tal número de siniestros y por eso no parece descabellado pedir un esfuerzo a todas las partes implicadas en el tráfico para conseguir una conducción más amable y respetuosa con los límites de velocidad.