En las Navidades de 2020 teníamos en Melilla la mitad de casos activos que ahora; muchos no estábamos vacunados y la Ciudad Autónoma publicó en el Boletín Oficial del 22 de diciembre un decreto que imponía el toque de queda de 23:00 a 6:00 horas.
En aquellas circunstancias, con 265 casos activos de coronavirus frente a los 554 actuales, podemos decir que la situación era la mitad de grave que la que tenemos a día de hoy. Sin embargo, el Gobierno nos obligó a recogernos en la Nochebuena de 2020 antes de las 00:30 horas y sólo tuvimos permiso para circular hasta la 1:00 horas en Nochevieja.
Hace un año, sólo podíamos andar por la calle con motivos justificados, como por ejemplo, ir a la farmacia, al médico, al veterinario, a trabajar o a cuidar mayores, entre otros por el estilo.
En los espacios públicos, con la mitad de casos positivos que estas Navidades, no podíamos reunirnos con más de cuatro personas no convivientes y los grupos máximos que podíamos formar entre convivientes y no convivientes eran de seis personas.
De hecho, en las reuniones familiares para celebrar la Navidad sólo podía haber un máximo de seis personas. Melilla se acopló disciplinadamente en 2020 al segundo estado de alarma. En cambio estas navidades, escuchamos a Eduardo de Castro decir tras la Conferencia de Presidentes de este miércoles, con el doble de casos positivos que el año pasado por estas fechas, que "no estamos tan mal".
O nos tomó el pelo hace un año, o nos lo está tomando ahora. Si el mismo día que la Consejería de Salud Pública notifica dos fallecimientos por covid, el presidente de Melilla se pone delante de un micrófono y le dice a la ciudadanía que este año no hay restricciones sino recomendaciones y que "estamos mejor que en Ceuta" no me queda más que pensar que fuimos estafados en 2020.
Arramblaron con nuestros derechos ciudadanos so pretexto de la pandemia. O eso, o ahora nuestra salud y la del personal sanitario importa un bledo a las autoridades.
Si estamos tan bien como dice De Castro, ¿cómo es que el Colegio de Médicos dice que las Urgencias del Comarcal están a punto de colapsar y que la situación es extrema entre los intensivistas del hospital?
Si estamos tan bien como dice De Castro, ¿cómo es posible que hayamos tenido que enterrar este año a seis melillenses, frente a los cuatro que perdieron la vida por la pandemia el año pasado?
Creo que los ciudadanos estamos siendo víctima de la improvisación. Nuestros políticos se apuntan a un bombardeo. Sólo la presidenta Isabel Díaz Ayuso se ha atrevido a aplicar su criterio en Madrid. Nos puede gustar o no, pero está ejerciendo el liderazgo que se espera en estos momentos.
El resto de presidentes pecan de exceso de prudencia y aunque la mayoría gobierna gracias al apoyo de las urnas, se olvida de sus votantes a la hora de tomar decisiones.
¿Cómo es posible que el polémico Laboratorio covid que nos ha costado un ojo de la cara comparta profesionales con el personal dedicado a la vacunación o que abra sólo tres horas al día por las mañanas, en horario laboral?
¿Por qué no abre en Nochebuena y Nochevieja justo cuando más tests deberían hacerse antes de las celebraciones familiares? Y con esto no pido un esfuerzo extra del personal sanitario sino refuerzos urgentes. Nuestros médicos y enfermeras no pueden vivir permanentemente en estado de emergencia. Llevan dos años dándolo todo. Hay que reforzar plantilla; hay que mejorar sus condiciones laborales; hay que devolverles todo lo que están haciendo por la sociedad.
Pero lamentablemente no hay respuestas para todas estas cuestiones. No sabemos a ciencia cierta si nuestros políticos son ahora más laxos porque quieren parecerse a Ayuso o sencillamente porque lo que hace un año era grave, ahora es dos veces más grave y ya han dado esta guerra por perdida.
Me cuenta un padre que llevó este jueves a su hijo de 6 años a vacunar, que tuvo que esperar una hora a que llegaran otros nueve niños para poder abrir un vial y vacunarlos a todos. Doy por hecho que no existe otra alternativa. No sé si nuestras autoridades son conscientes de lo difícil que es mantener a un menor de edad tranquilo durante una hora a la espera de que le pinchen el brazo. Cuando por fin se vacunan, no quieren volver a saber de eso. La experiencia, que podía haber sido un visto y no visto, se transforma en un trauma. Se lo ponemos muy difícil a los que no acudieron al primer llamado para evitar las colas y las aglomeraciones.
En anécdotas como ésta puede estar la explicación del bajo porcentaje de vacunación (comparado con la media nacional) que tenemos en la ciudad. Somos los últimos de España. Si hoy no estamos peor es probablemente por gracia divina.
Como ciudadana, tengo la sensación de que los políticos que están al frente de la gestión de la pandemia, van actuando por impulsos. Al principio de esta tragedia no era necesaria la mascarilla; en junio pasado nos la quitaron y ahora nos la ponen también por decreto. Ese donde dije digo, digo Diego, transmite mucha inseguridad a la ciudadanía. Vemos cómo caemos una y otra vez en los contagios y nos convertimos en un destino peligroso en Europa. O somos unos irresponsables o sencillamente no estamos tomando las medidas adecuadas.
Me niego a pensar que el virus se está cebando con España. Con nosotros se están cebando los políticos. No aprendimos la lección de la gripe española.