Para los miembros norteamericanos representantes de la protección de Estados Unidos en el Comando del Indo-Pacífico, la maniobra del globo espía chino sobre superficie continental tan sólo ha sido una de las tantas provocaciones por parte del régimen de Pekín. De acuerdo con el almirante de la Marina estadounidense John Aquilino (1961-61 años), la intimidación china no es algo novedoso, sobre todo, si se valora el incremento vertiginoso del arsenal nuclear y el vuelo de otros globos espías en las inmediaciones de Hawái. Y es que, las operaciones instigadoras de la República Popular China, la Federación de Rusia y Corea del Norte, han llevado a Estados Unidos y sus aliados más próximos en el Indo-Pacífico, a acrecentar las capacidades militares e incidir en su cooperación.
Ely Ratner (1977-46 años), subsecretario de defensa de Estados Unidos para Asuntos de Seguridad, insistió en que sus aliados en la región “están reforzando sus propias defensas, buscan fortalecer sus alianzas y asociaciones con Estados Unidos en particular y se acercan entre sí”. En atención con Ratner, la Administración del presidente Joe Biden (1942-80 años) pretende prosperar hacia lo que denomina un ‘entramado’ de coaliciones que se robustecen recíprocamente y en los que son cruciales el Estado del Japón, la República de Filipinas y la Mancomunidad de Australia.
Ya a últimos del año pasado, Japón difundía que ampliaría su presupuesto de defensa y adquiriría misiles de crucero Tomahawk fabricados en Estados Unidos. Y en la misma línea, Filipinas, indicó que autorizaría a las fuerzas americanas acceder a varios espacios militares adicionales en el país.
Simultáneamente, Australia desenmascararía un plan para obtener submarinos de propulsión nuclear en el marco de la alianza estratégica militar ‘AUKUS’. En cambio, mientras algunas capitales asiáticas se atinan sin complejos a Washington, otras no desean ser contempladas demasiado alineadas a los americanos. Tómense como ejemplos, los casos del Reino de Tailandia, la Federación de Malasia o la República de Indonesia, que prácticamente se enfilan en sortear el fuego cruzado en la competencia de los actores circundantes y declaran que no están por verse comprometidos a optar entre China y Estados Unidos.
La República de la India, una potencia emergente y socio ineludible en la desenvoltura del Indo-Pacífico de Biden, ha estado proyectada a cooperar con los Estados Unidos en ejercicios militares, pero Nueva Delhi pretende salvaguardar su política de ‘autonomía estratégica’ y esquiva cualquier pacto de seguridad multilateral o ensamblarse a posibles coaliciones para imponer a China o Rusia. Y entretanto, la intensificación militar de China que ya ostenta la armada más grandiosa, ha ejecutado más ensayos de misiles balísticos que el resto del planeta, apresurando los recelos regionales de que una invasión china de Taiwán es una probabilidad real.
“La estrategia de Seguridad Nacional que presume un refuerzo radical de sus medios de defensa, imprime una vuelta de tuerca para este país provisto de una Constitución pacifista, pero correspondida a una realidad geopolítica regional cada vez más rígida”
En paralelo, Pekín ha confeccionado con premura islas artificiales en el Mar del Sur de China y a su vez, emplazado bases militares con pistas de aterrizaje y hangares. Este expansionismo perceptible en las aguas oceánicas ha puesto en alarma a la Isla de Taiwán, a la República Socialista de Vietnam y Filipinas. A Japón le ha supuesto mayor tiempo tantear la amenaza regional que significan China y Corea del Norte, pero definitivamente ha abandonado el gasto de defensa limitado y se ha comprometido a casi doblar su presupuesto de defensa en cinco años, lo que lo auparía en el tercero más grande. Realmente, Tokio es la capital que más claro y alto se ha expresado: “la razón por la que tenemos que armar es debido a los desafíos de seguridad cada vez más severos en la región que plantean Corea del Norte, China y Rusia”.
Dentro de este entresijo, digamos que Japón ha comenzado a sacudirse el polvo de décadas sumida en un perfil relativamente mínimo en materia de Defensa, estando por la labor de rehacer un armazón militar poderoso que le valga de dique de contención ante el amago expansionista diseñado por China y Rusia.
Las coacciones sobre Japón han sido el caballo de batalla desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que obligó a Tokio a conferir la defensa de su soberanía y sus litorales a Estados Unidos. No obstante, el entorno internacional que se cierne tras la invasión rusa de Ucrania (24/II/2022), ha forzado a Japón a cambiar de hechura en su doctrina de defensa.
Sin duda, diversas son las advertencias que recoge Japón y que lo convierten poco más o menos, en una nación sitiada. Con China, Japón conserva un contencioso por las islas Senkaku, acomodadas en el extremo suroccidental al norte de la Isla de Taiwán y que Pekín demanda como propias. Sobraría mencionar en estas líneas, que por doquier, las patrulleras chinas acosan a los pescadores japoneses en aguas de Senkaku y retan a diario la soberanía de Tokio.
Idéntica amenaza expansionista china sobre Taiwán conjetura un serio desafío para la seguridad japonesa y el equilibrio dispuesto tras la Segunda Guerra Mundial. Claro, que entre la China comunista y el Japón capitalista concurre una competencia histórica por el dominio en el mar de China Meridional.
Del mismo modo, persisten los resentimientos por la ocupación militar japonesa de China y la conflictividad que traza la presencia de dos sistemas totalmente enfrentados en una misma región, una dificultad comparable al padecido por Taiwán. La ramificación del poder militar chino se descifra como un ataque de acoso y derribo para la paz y la seguridad en las aguas que envuelven a Japón. Y con Rusia, este país reserva una complejidad territorial por la soberanía de las Islas Kuriles, ocupadas por la Unión Soviética y que Tokio reivindica como territorio nipón.
Rusia se empecina en que la ocupación de las islas son fundamentales para asegurar la bifurcación de su flota al Océano Pacífico con base en Vladivostok. Además, el desdén nuclear suscitado por el régimen norcoreano con el lanzamiento de misiles balísticos en aguas del Mar de Japón, sugiere un progresivo desafío arduo de solucionar sin la conveniente capacidad de disuasión militar.
La Constitución postconflicto fuerza a Japón a no disponer de Fuerzas Armadas. En su lugar, únicamente puede nutrir unas Fuerzas de Autodefensa mínimas para al menos certificar su independencia. Pero esta coyuntura está variando: las coacciones paulatinas provenientes de China, Rusia y Corea del Norte ha reportado al gobierno japonés a apuntalar los pespuntes de su Carta Magna para equiparse de un Ejército adecuado.
Para reactivar las anteriores cuestiones, Japón capitaneado por el primer ministro Fumio Kishida (1957-65 años) ha iniciado un fortalecimiento de su asociación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y la Alianza Atlántica ya ha puesto sobre la mesa que la seguridad transatlántica y del Indo-Pacífico están extremadamente interrelacionadas. Su secretario general, Jens Stoltenberg (1959-64 años) no ha disimulado que el propósito de los tiempos que corren, pasan por enfrentar los retos desarrollados por el expansionismo chino, la guerra rusa en Ucrania que no cesa y la espiral nuclear norcoreana. Literalmente ha expuesto que “Pekín está observando de cerca y aprendiendo lecciones que pueden influir en sus decisiones futuras”.
Igualmente, ha indicado que las amenazas sobre las democracias en Asia han crecido considerablemente como consecuencia de la guerra rusa en Ucrania: “Lo que ocurre hoy en Europa puede ocurrir mañana en el Este de Asia. Por eso debemos permanecer unidos y firmes, defendiendo juntos la libertad y la democracia”. Y en su manifestación conjunta, Stoltenberg y Kishida, mostraron su clara “preocupación por la creciente cooperación militar de Rusia con China”, que comprende maniobras militares conjuntas junto a aguas japonesas.
Ante la imperceptible polarización global, Japón no ha titubeado en alineare con sus socios europeos y norteamericanos, apoyó las sanciones contra la Rusia de Vladímir Putin (1952-70 años) y dio el visto bueno a diversos paquetes de ayuda a Ucrania. Evidentemente, las palabras de Stoltenberg contenían un recado orientado a las autoridades comunistas chinas: una señal en forma de encuentro en la Base Aérea de Iruma, en la ciudad de Sayama al norte del oeste de Tokio, donde se reunió con dirigentes de las Fuerzas de Autodefensa nipona. Stoltenberg, confesó estar admirado por los avances japoneses en lo que atañe a la modernización de sus capacidades de autodefensa.
Esta vitalidad de los vínculos entre Japón y la alianza militar intergubernamental, se traduce en la instauración de una misión permanente independiente de Japón ante la Alianza Atlántica, que se ejecutará como una delegación y que hasta ahora ejercía la embajada japonesa en Bruselas. Sin inmiscuir, que Japón decretó una nueva estrategia de Seguridad Nacional, al objeto de intensificar las capacidades de defensa.
Con lo cual, la estrategia de Seguridad Nacional que presume un refuerzo radical de sus medios de defensa, imprime una vuelta de tuerca para este país provisto de una Constitución pacifista, pero correspondida a una realidad geopolítica regional cada vez más rígida.
Reflejada por el ocupante americano tras el descalabro de Japón en la última etapa de la Segunda Guerra Mundial, y en vigor desde 1947, su texto legislativo no otorga que Tokio se provea de un Ejército convenientemente articulado. Por ello, todo soporte específico de la política de Seguridad Nacional es sensible en Japón e induciría a extensas discusiones sobre su constitucionalidad.
Aun así, Japón aglutina Fuerzas de Autodefensa y su presupuesto de Defensa normalmente se incrementa desde hace décadas, aunque con un tope máximo condicionado al 1% de su PIB.
Este parachoques se había convertido en el emblema de una política de seguridad centralizada meramente en la autodefensa. Sin ir más lejos, el primer ministro está decidido en reforzar el presupuesto al 2% del PIB para 2027. Sin embargo, una parte de los medios para sufragar este voluminoso esfuerzo en un plazo tan apretado, todavía no está confirmado y la posibilidad de ensanchar los impuestos resulta discutible.
Este es, a día de hoy, el componente más definido de la doctrina nipona: el estado intenta equiparse con misiles de largo alcance capaces de golpear bases de lanzamiento de misiles en el extranjero en caso de verse atacada. Obviamente, esto iría más lejos de lo que Japón contempla como esencial para defenderse. Tokio entiende que llevar a cabo ciertos ‘contrataques’ bajo el paraguas de algunas coyunturas, no quebrantaría la Constitución, una polémica abierta desde la década de los cincuenta.
De este modo, la dirección descarta rotundamente el recurso a ataques preventivos. Pero la eficiencia de disparos casuales de respuesta por parte de Japón es indeterminada, debido a las complejas capacidades militares de China y de otros territorios vecinos. Recuérdese al respecto, que Corea del Norte ha mostrado abiertamente que se apresta de diversos modelos de plataformas móviles de lanzamiento, incluyéndose de carretera, ferrocarril y submarino.
En otras palabras: Japón se siente cada vez más ansioso por el poderío escalonado de China, su subida de revoluciones con respecto a Taiwán y la plasmación de alianzas estratégicas con las Islas Salomón y la República de Kiribati. Y mientras tanto, Corea del Norte continúa con el lanzamientos de misiles, incluido el misil balístico intercontinental, ICBM, que cayó muy próximo a Japón.
A resultas de todo ello, los lazos ruso-japoneses han disminuido desde la invasión de Ucrania lanzada por el Kremlin y las sanciones de Tokio contra Moscú, en similitud de otros actores occidentales. Conjuntamente, se han materializado varias maniobras aéreas navales ruso-chinas cerca de Japón.
Como era de esperar, tanto Pekín, como Moscú y Pionyang miran con desconfianza la nueva doctrina de defensa japonesa. China se contrapone tajantemente a esta política que “se desvía del compromiso de Japón con las relaciones bilaterales y el consenso” con Pekín, y que “contiene calumnias infundadas contra China”. Así opinó al pie de la letra el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Wang Wenbin (1971-52 años).
El régimen chino propone el riesgo de un retorno acompasado al expansionismo japonés, que persistió desde fines del siglo XIX hasta la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Pero Tokio lo advierte como el último paso en una normativización pausada y evolutiva de su posicionamiento en defensa.
A decir verdad, según dicen las últimas encuestas realizadas, la mayoría de la población nipona dice estar a merced de reforzar la Defensa. Y Estados Unidos debería dar la enhorabuena a una política que previsiblemente hará acrecentar todavía más la cooperación militar entre los dos países aliados.
Ante las importantes variaciones que implementa Japón para restaurar su Defensa ante las amenazas regionales, el régimen de Pekín considera que los nipones han tomado una “elección equivocada y peligrosa”.
De acuerdo con diversos medios públicos japoneses, Tokio ha aprobado un presupuesto estatal récord para el año 2023 con una suma de alrededor de cuatro veces en el gasto en municiones y misiles de largo alcance. Además, la prensa estatal china hace mención que dicho presupuesto “incluye los costos relacionados con el realineamiento de las fuerzas estadounidenses en Japón”. Para ser más preciso en lo fundamentado, expertos chinos sugirieron que Japón “está sembrando las semillas de la calamidad para sí mismo, ya que la ambición puede conducir a resultados que el país no podrá soportar”. Y es que, este estado solía concentrarse fundamentalmente en afianzar la capacidad defensiva, para asociarse con el desarrollo de capacidades de las fuerzas armadas norteamericanas.
Sus puntos más pujantes residen en la protección aérea y la eliminación de minas, así como en la defensa antimisiles y submarina. Pero, como Estados Unidos, actualmente demanda que Japón transforme su política sólo encaminada a la salvaguardia nacional, en una autodefensa colectiva con capacidades tanto ofensivas como defensivas, por lo que Japón requiere conseguir más armas y equipos ofensivos.
En definitiva, Japón espera desplegar una capacidad militar tanto ofensiva como defensiva con el patrocinio de Estados Unidos para acometer objetivos de las líneas de defensa enemigas, con la adquisición de misiles de crucero Tomahawk y factiblemente el desarrollo de misiles asentados en el Sistema de Misiles de Superficie, aunque no se puede desechar que más adelante perfeccione misiles balísticos, al mismo tiempo que mejore su capacidad antimisiles como parte del desarrollo de un escudo global de los Estados Unidos.
Como sostiene el principal medio estatal chino, el Gobierno de Japón ha impulsado una impresión apropiada hacia el pensamiento de que la nación difunda capacidades de contraataque, si acaso, extremando las amenazas externas, principalmente de Rusia, China y Corea del Norte. Toda vez, que el vuelco en política de Defensa está diseminando los gérmenes del infortunio para el propio Japón, en una amenaza opaca sobre una hipotética respuesta o desquite de Pekín.
“Japón ha comenzado a sacudirse el polvo de décadas sumida en un perfil mínimo en materia de Defensa, estando por la labor de rehacer un armazón militar poderoso que le valga de dique de contención ante el amago expansionista diseñado por China y Rusia”
En este marco, la postura empecinada de Japón contra la proliferación de armas nucleares podría estar alterándose. Algunas facciones políticas abogan por un rearme exclusivo ante la invasión rusa de Ucrania y la amenaza constante de Corea del Norte y China. Hoy, sesenta y siete años después del bombardeo atómico sobre las poblaciones de Hiroshima (6/VIII/1945) y Nagasaki (9/VIII/1945), este país asiático se ha mostrado reticente en favorecer el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) que entró en vigor en 2021, conservando así una actitud de cautela ante el inconsistente escenario global.
Este tratado contiene limitaciones en el desarrollo, posterior producción, posesión, empleo o amenazas de uso de las armas nucleares, además de disposiciones para la ayuda de víctimas y reparación ambiental y pretende enviar un mensaje más concluyente que el Tratado sobre la No Proliferación (TNP) del que Japón sí forma parte.
A pesar de todo, Japón está cercado de países nucleares, comprendiendo China y Corea del Norte, por lo que esta es una ocasión a nivel estratégico, de ahí que su posición reinante e indirecta a sellar el tratado se debe a que esto le llevaría a desistir a la protección nuclear bajo el resguardo norteamericano, aunque ello no significa que por sí mismo quiera armarse nuclearmente.
Como anteriormente expuse, algunas facciones políticas conservadoras vienen proponiendo un armamento nuclear tras la invasión rusa de Ucrania, y a la que se le añade la amenaza gradual del líder norcoreano Kim Jong-un (1984-39 años) que estaría dispuesto hacer un nuevo test atómico en cualquier instante, más las tensiones con China y sus habituales maniobras militares cerca de Taiwán.
De llevarse a cabo, comprometería seriamente a Tokio a renunciar al TNP que entró en vigor en 1970, en plena Guerra Fría (1947-1991) y prohíbe la posesión de armas nucleares a cualquier estado que no forme parte del grupo constituido por Reino Unido, Francia, Rusia, por entonces la Unión Soviética, además de Estados Unidos y China.
Dentro de este entramado, Japón está sobresaltado por las amenazas cada vez menos ocultas de Rusia. El Gobierno que rige Kishida lo hizo a través de la difusión de un Informe en el que proyecta incrementar el gasto militar.
Finalmente, uno de los efectos colaterales de la invasión rusa de Ucrania ha sido el desgaste progresivo en las relaciones entre Moscú y Tokio, que atravesaban por un buen momento desde la visita de Putin a Japón allá por el año 2016. Por aquel entonces, el mandatario ruso y el primer ministro de Japón, Shinzo Abe (1954-2022), declararon su deseo de “crear una nueva historia entre ambos países”.
Una visión que se ve desvanecida a pasos descomunales desde el comienzo de la Guerra de Ucrania. El primer capítulo del deterioro se originó cuando Rusia se plantó en las negociaciones sobre el futuro de las Islas Kuriles, objeto de disputa entre ambos desde que fueron invadidas por la Unión Soviética en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
Rusia añadió más madera al fuego al importunar a Corea del Sur, uno de los principales aliados de Japón, instándole a invertir en el litigado Archipiélago. La expedición a Ucrania de una división asentada en las Kuriles no ha aplacado para nada a Japón. Emplazadas al norte de Hokkaido y al sur de la Península de Kamchatka, en el Extremo Oriente ruso y establecidas por las islas de Iturup, Kunashir, Shikotan y Habomai, el Archipiélago de las Kuriles de acuerdo al vocabulario japonés, posee una trascendencia estratégica capital para Rusia, porque cierra la embocadura al Mar de Ojotsk, en el noroccidente del Océano Pacífico y punto neurálgico de las fuerzas navales rusas.
Y es que, insignia del triunfo logrado en 1945, Moscú prescinde de cualquier devolución, al entender que su soberanía quedó terminantemente lacrada por los acuerdos ultimados después de la conflagración. Y por si no quedase aquí la cuestión, la Declaración Conjunta ruso-japonesa de 1956, únicamente contempla una hipotética devolución de Shikotan y Habomai, el 7% del área de las cuatro islas. En cambio, para Tokio ningún tratado ni acuerdo, comenzando por el de San Francisco de 1951, legitima la dominación rusa sobre el Archipiélago.
Queda claro, que la sutileza rusa radica en desligar la tesis territorial de la económica: Putin y Abe convinieron en su día fijar vuelos directos para los descendientes japoneses de las Islas Kuriles y vigorizar el desenvolvimiento combinado: Japón admitió materializar importantes inversiones, pero ahora no es patente que desee seguir con ellas. Lo cierto es, que setenta y ocho años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, Rusia y Japón siguen sin refrendar un Tratado de Paz.