RELEYENDO “Historias y Chascarrillos Malagueños”, de Diego Ceano, me gustaría comentar algunos de ellos, para que a los lectores de Melilla les aflore una sonrisa, igual que yo cada vez que los leo. Por lo menos, con la psicosis que ‘cayó’ en el mundo mundial el lamentable ‘Coronavirus’, y actualmente por el ‘hijo de Putin’ ruso, en Ucrania, porque una sonrisa nunca viene mal del todo.
En la pág. 111 se refiere a una historia titulada: “El Habla de Nuestra Tierra”, que como una gran mayoría de melillenses en esta bendita tierra, que también es la suya desde hace siglos, comprenderán la forma de hablar, y la idiosincrasia que se refiere Ceano en su libro.
Cuenta que en una casa de esta ciudad de Málaga, se encontraban dos mujeres, vecinas, merendando en la cocina de una de ellas, como tantas amas de casa suelen hacerlo entre buenas vecinas; y la anfitriona para agasajar a la invitada, recién venida de Valladolid, le ofreció un gran bizcocho confeccionado por ella misma. Al ver el bizcocho tan redondo, espolvoreado con ‘azúcar glass’, la invitada se deshizo en alabanzas sobre la calidad y lo apetitoso que estaba el pastel; y claro le pidió a la anfitriona la receta del mismo. La invitada cogió lápiz y papel y comenzó a apuntar lo que la otra le iba dictando: “Pon tanto de azúcar, tanto de aceite, huevos, un yogourt, y de harina la que admita. Pero todo esto se lo dijo en un correcto y cerrado acento malagueño, del Barrio de la Trinidad.
Días más tarde la vecina de Valladolid le comentó a su amiga que no había podido hacer el bizcocho porque en toda Málaga, ni siquiera en las grandes superficies, no había encontrado uno de los ingredientes principales, y era la harina “La Carmita”. La otra vecina se extrañó muchísimo y al rato comenzó a reír a carcajadas diciéndole: “Que no muhé, que ezo no eh una marca d’harina, lo que yo te díhe eh que le pusiera la harina c’armita”; es decir: “la harina que admita”.
Dice Ceano que como este chascarrillo, son frecuentes en el “País de la Olla”, como algunos dan en llamar a Málaga. Cuenta también que una chica inglesa que hacía intercambio de estudiantes, se alojó en una casa de la calle Mármoles. La chica entendía el castellano, y lo comprendía a la perfección, pero ignoraba que el malagueño-andaluz, y el castellano siempre andan a la greña, y si le añadimos algunos modismos ‘mordisquitos’ de exclusividad malacitanos, cualquier extranjero se puede volver majareta. La inglesita no llegaba a entender cómo se puede ‘gastar cuidado’: tener cuidado al cruzar una calle para que no te ‘coja’’, o atropelle, un coche; como si los coches tuviesen manos o garras para cojerte, ni tampoco le daba el aprecio que aquí se le tiene al agua.
Ante el gasto superfluo del líquido elemento por su parte, al tardar tanto en la ducha, la señora de la casa le aconsejó que, por favor ‘mirase por el agua’; y a la hora de cenar, viendo que no acudía a la mesa, fueron a su habitación y se la encontraron con un vaso de agua en las manos y mirando a través de él, o sea: estaba ‘mirando por el agua’.