El Reglamento de Convivencia cumplió ayer su último trámite en la Asamblea; quedó aprobado con quince votos a favor, dos en contra y ocho abstenciones.
Sin embargo, resulta paradójico que este documento, que debería servir para mejorar la convivencia entre melillenses, surja tras un Pleno lleno de críticas y en medio de un cruce de reproches entre el Gobierno y los grupos de la oposición. Su nacimiento, lejos de la ejemplaridad que se busca en un texto de este tipo, no ha sido fruto del consenso, que es la actitud que se espera de sus progenitores ya que persigue objetivos tan nobles como la tolerancia, el entendimiento, la coexistencia...
En favor de nuestros diputados, sólo podemos decir que el Reglamento de Convivencia ha visto la luz en uno de los peores momentos, en medio de una dura precampaña electoral que augura una campaña electoral más descarnada aún. En estas condiciones cualquier pretensión de alcanzar el consenso es una quimera y más aún en Melilla, donde nos nacen unas inclinaciones fraticidas desde el mismo momento en que ponemos un pie en el mundo de la política. Sólo así es posible entender la paradoja de que quienes menos facultades demuestran para la coexistencia pretendan traer a este mundo un texto que nos sirva al resto de melillenses para articular nuestra convivencia. Un reglamento de este tipo y con esos propósitos sólo debería salir adelante con el 100% de los votos de los diputados. ¿Cómo si no convencer a un ciudadano de que debe comportarse en sociedad de una determinada manera cuando la postura de una parte de sus representantes políticos le anima a hacer lo contrario?
Cualquier pareja con hijos sabe que para educar a sus vástagos es imprescindible mantener un discurso único. Y aún así, no está garantizado el éxito. La única garantía es que si las reglas de uno de los progenitores son distintas de las del otro, sus retoños acabarán por no obedecer a ninguno de los dos. ¿Cómo pretender hacer del reglamento aprobado ayer una herramienta para la convivencia cuando dos diputados votan en contra, ocho de abstienen y lo aprueban quince, una mayoría considerable, pero representativa únicamente de un grupo político?
Los melillenses recibimos ayer un mensaje muy claro: Quienes no son capaces de convivir políticamente, quienes en cuatro años no han logrado ponerse de acuerdo en un solo asunto trascendente para el futuro de nuestra ciudad, quienes nunca no consiguen entenderse con los de enfrente... ésos que son incapaces de mantener una actitud abierta y sincera de cooperación pretenden establecer las reglas que nos permitan cohabitar de una manera más civilizada.
Nuestros diputados no alcanzaron el consenso fundamentalmente porque ni ayer ni antes han demostrado tener algún interés en ponerse de acuerdo.
En cualquier caso, si algo volvió a quedar claro en el último pleno, es que nuestra clase política es un perfecto retrato de la sociedad de la que han surgido. Aunque a veces cueste reconocerlo, cuando miramos al interior de la Asamblea, vemos un panorama político muy similar al escenario social que observaríamos al contemplarnos desde un balcón de ese mismo edificio. Al fin y al cabo, esos 25 diputados de la Asamblea son el producto de una elección que hicimos nosotros hace cuatro años. Visto así, quizá deberíamos ser los ciudadanos quienes intentáramos buscar el consenso para aprobar un Reglamento de Convivencia para nuestros representantes políticos. Tal vez lo estén necesitando ellos más que nosotros.