Nunca viene mal, tanto para creyentes como no practicantes, activar en nosotros el itinerario cuaresmal de cuarenta días, al menos para tomar una cognición más nívea y reflexiva, sobre nuestra propia historia por aquí abajo; máxime en un momento de tantos endiosamientos mundanos, con su siembra de mentiras y maldades. Ciertamente, hoy más que nunca, hay que despojarse de un mundo, donde la igualdad no sea una mera aspiración, sino una auténtica realidad. Quizás antes, debamos cerrar todas las brechas, acabar con la pobreza extrema; y, para ello, tenemos que ponernos manos a la obra, trabajar por la igualdad de derechos, ocupándonos de la correspondencia de acceso a las oportunidades, a la formación, la diversidad y la inclusión.
La equidad es una exigencia que hemos de llevarla a buen término. Tanto es así, que no habrá verdadera concordia entre análogos, sino viene acompañada por el soplo solidario, tan auténtico como ecuánime. Ojalá, en este momento meditativo, expulsemos la falsedad de nuestras perspectivas, que es la puerta de todos los males, pues envenena a la humanidad e impide que recibamos el aliento místico de la Cuaresma, que precisamente es un clima de amor a los hermanos. Amar de corazón a corazón debe ser nuestro propósito de reparación; ya que un movimiento cerrado o encerrado en sí mismo, es un pulso perdido, empedrado y endurecido. El lenguaje de nuestro interior está universalmente enraizado, es ecuménico, sólo se requiere sensibilidad para concebirlo y platicarlo.
En consecuencia, todo aquello que no se cultiva personalmente, se desprecia. De ahí, el aluvión de actos de terror que sembramos, nacientes del odio y la venganza, sustentados en el menosprecio de la vida del ser humano, siendo un auténtico crimen contra la humanidad. Por eso, nos viene bien escucharnos, ahondar en nuestras intimidades, bucear por nuestra biografía, hasta sentirnos inspirados para buscar nuevas sendas, evitando los estímulos del inmovilismo y de la experimentación improvisada. Remar mar adentro es tan vital como el agua que nos bebemos a diario o el mismo aire que respiramos para vivir. En efecto, hay que buscar el instante preciso y precioso de reencontrarnos para sentirnos en camino.
Indudablemente, nada es, sino me considero. Ojalá en este recorrido cuaresmal, echemos las redes de la libertad para abrirnos a la comunión con todas las gentes y en ofensiva de justicia contra los dominadores de este orbe tenebroso. Sin duda, nos vendrá saludable alejarnos de lo mundano y ahondar en las profundidades de nuestro espíritu, que es donde verdaderamente se discierne el bien del mal. Interiorizando los efectivos vocablos de la luz, descubriremos que somos latidos en transformación, únicamente nos hace falta, superar el instinto de dominio sobre los demás, abriéndonos a ese amor de amar amor eterno, que nos enternece y nos trasciende. Pensemos que nunca es tarde para revisar los pasos, descubrir nuestra torpeza y debilidad.
Resulta, por consiguiente, conmovedor ver cómo la evolución de la educación es una preocupación global. Cada cual, consigo mismo y con sus semejantes, es una ventana de conocimientos abierta al mundo entero. Hay que dejar sorprenderse, por la capacidad de compartir y de donarse, estando en guardia permanente como amantes de la pulsación del verbo, que se hace verso y poesía a golpe de unión, de conocerse a sí mismo y meditar sabiamente. Desde luego, no hay mejor ciencia que la conciencia en rectitud para morar y vivir, bajo el arte del darse y quererse. Por desgracia, en nuestra morada impregnada de moradores individualistas, es necesario que se redescubra la importancia de los vínculos, donde el ser es un hacer conjunto, para poder avanzar armonizados. Dicho queda.